Entonces, a la alianza macabra entre el paramilitarismo y el Estado hay que sumarle el del catolicismo uribista confesional que mucho daño le ha hecho a Colombia. Por eso yo acuso a la Iglesia católica de mentirle al país: de hipócrita.
Renson Said
Renson Said
Las recientes declaraciones de Mancuso sobre los vínculos del paramilitarismo con la clase política colombiana no debería sorprender a nadie: no hay allí nada nuevo. Eso lo venían denunciando las organizaciones de derechos humanos hace más de veinte años.
El presidente Virgilio Barco los llamaba “fuerzas oscuras” y todo el mundo sabía que eran paramilitares financiados por la dirigencia ganadera del país con la asesoría militar y la complicidad criminal de las Fuerzas Armadas y el Estado. Y también, escuchen esto: con la bendición de la Iglesia católica. En medio de todo este escándalo parece que nadie ha preguntado por la responsabilidad de la Iglesia católica en la conformación de grupos paramilitares.
Y no me refiero únicamente a la estrecha relación de monseñor Vidal Perdomo con los paramilitares, si no también al silencio cómplice que asume la Iglesia cuando los muertos pertenecen a grupos de izquierda. No he visto aquí ni un solo pronunciamiento de Monseñor Gustavo Martínez Frías, ni del Laboratorio de Paz, condenando las masacres que se cometen en Norte de Santander. Ni he visto que Monseñor escriba comunicados cada vez que en sus narices se cometen asesinatos selectivos.
Ese silencio es el mismo de hace veinte años cuando los paramilitares desmembraban con motosierra a los miembros de la Unión Patriótica: esos muertos eran comunistas, es decir, librepensadores enemigos de la doctrina del Vaticano: gentecita peligrosa que si hubiera seguido con vida le hubieran quitado privilegios a la Iglesia católica.
Entonces, a la alianza macabra entre el paramilitarismo y el Estado hay que sumarle el del catolicismo uribista confesional que mucho daño le ha hecho a Colombia. Por eso yo acuso a la Iglesia católica de mentirle al país: de hipócrita. En la época más turbia del narcotráfico recibió dineros que la prensa de la época llamó “narcolimosnas”. ¿Y recuerdan ustedes el matrimonio de Carlos Castaño? Un cura le dio la comunión con sus propias manos. ¿Se había confesado Castaño de sus crímenes previamente? Tal vez no creía él que fueran crímenes. Tal vez el cura pensó que Castaño no había cometido ningún pecado y procedió a bendecirlo.
Siempre, a lo largo de la trágica historia de América Latina, ha habido un cura de oficio que absuelve al torturador de turno. No es nada nuevo, como decía al comienzo: simplemente es la reiteración de una tradición de cinco siglos.
Eso, en cuanto a su alianza con los criminales que le han hecho daño al país. Pero, ¿Por qué los taché de hipócritas? Ah, es que ustedes recordaran que la Iglesia se pronunció en contra de los beneficios sociales que tendrán ahora las parejas gay. Eso los alborota. Pero no dicen nada cuando un sacerdote se sube la sotana para violar a un niño. Posan de ejemplo moral y han demostrado a lo largo de los años que también ellos forman parte de la estructura corrupta de este país paramilitarizado.
Ya es hora de que la Iglesia sea investigada.
El presidente Virgilio Barco los llamaba “fuerzas oscuras” y todo el mundo sabía que eran paramilitares financiados por la dirigencia ganadera del país con la asesoría militar y la complicidad criminal de las Fuerzas Armadas y el Estado. Y también, escuchen esto: con la bendición de la Iglesia católica. En medio de todo este escándalo parece que nadie ha preguntado por la responsabilidad de la Iglesia católica en la conformación de grupos paramilitares.
Y no me refiero únicamente a la estrecha relación de monseñor Vidal Perdomo con los paramilitares, si no también al silencio cómplice que asume la Iglesia cuando los muertos pertenecen a grupos de izquierda. No he visto aquí ni un solo pronunciamiento de Monseñor Gustavo Martínez Frías, ni del Laboratorio de Paz, condenando las masacres que se cometen en Norte de Santander. Ni he visto que Monseñor escriba comunicados cada vez que en sus narices se cometen asesinatos selectivos.
Ese silencio es el mismo de hace veinte años cuando los paramilitares desmembraban con motosierra a los miembros de la Unión Patriótica: esos muertos eran comunistas, es decir, librepensadores enemigos de la doctrina del Vaticano: gentecita peligrosa que si hubiera seguido con vida le hubieran quitado privilegios a la Iglesia católica.
Entonces, a la alianza macabra entre el paramilitarismo y el Estado hay que sumarle el del catolicismo uribista confesional que mucho daño le ha hecho a Colombia. Por eso yo acuso a la Iglesia católica de mentirle al país: de hipócrita. En la época más turbia del narcotráfico recibió dineros que la prensa de la época llamó “narcolimosnas”. ¿Y recuerdan ustedes el matrimonio de Carlos Castaño? Un cura le dio la comunión con sus propias manos. ¿Se había confesado Castaño de sus crímenes previamente? Tal vez no creía él que fueran crímenes. Tal vez el cura pensó que Castaño no había cometido ningún pecado y procedió a bendecirlo.
Siempre, a lo largo de la trágica historia de América Latina, ha habido un cura de oficio que absuelve al torturador de turno. No es nada nuevo, como decía al comienzo: simplemente es la reiteración de una tradición de cinco siglos.
Eso, en cuanto a su alianza con los criminales que le han hecho daño al país. Pero, ¿Por qué los taché de hipócritas? Ah, es que ustedes recordaran que la Iglesia se pronunció en contra de los beneficios sociales que tendrán ahora las parejas gay. Eso los alborota. Pero no dicen nada cuando un sacerdote se sube la sotana para violar a un niño. Posan de ejemplo moral y han demostrado a lo largo de los años que también ellos forman parte de la estructura corrupta de este país paramilitarizado.
Ya es hora de que la Iglesia sea investigada.