Luis Arturo Melo
La crítica literaria es un arte. El arte de juzgar en una obra, la bondad,
la verdad, la belleza y el estilo de quienes escriben. Obtener una
referencia calificada, por ácida que sea, sobre cualquier modalidad de la
escritura, es para un autor el mayor halago, algo más, mucho más que
cualquier adulación servil. Bien lo dijo Oscar Wilde hace cien años: “solo
hay en el mundo una cosa peor que estar en la boca de los demás y es estar
en la boca de nadie”.
Como en todo, en el arte hay valores relativos. La condición humana hace que
en cada mundo, que es cada cerebro, se vayan escalafonando esos valores que de todas formas son los más elevados. Yo personalmente, coloco el mundo poético por encima de todos y así como me produce la más intensa fruición la lectura de buena poesía, me produce un temor impresionante intentar hacer un poema. El otro día, lo confesé en ésta columna. En primer año de universidad, alienado con la poesía de Machado, me dio por escribir unos versos con ocasión de la muerte de un amigo y me atreví a leerlos en reunión de compinches. Observé caras tan adustas, que aún ando suplicándole a un paisano que se quedó con él, me lo devuelva, que por favor no lo muestre.
Leo mucha poesía y entre más insisto en su lectura, reafirmo mi escalafón y
no lo cambio. De nuestros poetas regionales, cada vez leo y releo a Bonells
Rovira. Cosas generacionales e identidad de valores.
Cuando uno toma la determinación de escribir poesía y de sacarla de la
clandestinidad y del onanismo, lo menos que debe dimensionar en ese vuelo de la imaginación, es el vértigo de esa osadía, pues si cae mal a la crítica
literaria, esa opinión no es más que un paso para perfeccionar el futuro
poético. Todas estas cosas se vienen a mi magín, cuando supe por las páginas
de este diario que a Renson Said, mi vecino ocasional, el hacer crítica
literaria le había ocasionado un denuncio penal. Pues, ¡no lo podemos
creer!, como no podrá creer la gente pensante de la ciudad, que esto suceda
en plena vigencia de la Carta Política (art.20) más garantista de todos los
tiempos en esta Colombia abstraccionista.
Jakobson, uno de los principales estudiosos de la crítica poética, decía
que: “para describirla era necesario oponerle lo que no es poesía”.
A Renso Said, a quien admiro desde la distancia generacional que nos separa
y desde nuestras antípodas posiciones ideológicas, hay que reconocerle y
respetarle su autoridad intelectual y moral en el campo literario y
periodístico, su verticalidad y la honestidad de sus convicciones y la
frescura innovadora de su estilo, que por mordaz y ácido, no le deja perder
su validez. Seguramente que por múltiples razones, en el presente y en el
futuro, podremos tener discrepancias de orden literario, ideológico o
histórico, pero de antemano se atenerme a que su fuerte no es la suavidad
intelectual y que en su estilo de opinión no hay períodos rosa.
No tengo información del estado actúal del absurdo proceso, dizque iniciado
recientemente, pero me lo imagino impasible ante el instructor, respondiendo
como lo hizo Wilde hace cien años ante la Aduana de Nueva York: “Lo único
que tengo que declarar es mi inteligencia”.
/
La frase: “Aunque no esté de acuerdo con las opiniones de mi interlocutor,
daría la vida por defender su derecho a exponerlas.”
J. M. Voltaire.
La crítica literaria es un arte. El arte de juzgar en una obra, la bondad,
la verdad, la belleza y el estilo de quienes escriben. Obtener una
referencia calificada, por ácida que sea, sobre cualquier modalidad de la
escritura, es para un autor el mayor halago, algo más, mucho más que
cualquier adulación servil. Bien lo dijo Oscar Wilde hace cien años: “solo
hay en el mundo una cosa peor que estar en la boca de los demás y es estar
en la boca de nadie”.
Como en todo, en el arte hay valores relativos. La condición humana hace que
en cada mundo, que es cada cerebro, se vayan escalafonando esos valores que de todas formas son los más elevados. Yo personalmente, coloco el mundo poético por encima de todos y así como me produce la más intensa fruición la lectura de buena poesía, me produce un temor impresionante intentar hacer un poema. El otro día, lo confesé en ésta columna. En primer año de universidad, alienado con la poesía de Machado, me dio por escribir unos versos con ocasión de la muerte de un amigo y me atreví a leerlos en reunión de compinches. Observé caras tan adustas, que aún ando suplicándole a un paisano que se quedó con él, me lo devuelva, que por favor no lo muestre.
Leo mucha poesía y entre más insisto en su lectura, reafirmo mi escalafón y
no lo cambio. De nuestros poetas regionales, cada vez leo y releo a Bonells
Rovira. Cosas generacionales e identidad de valores.
Cuando uno toma la determinación de escribir poesía y de sacarla de la
clandestinidad y del onanismo, lo menos que debe dimensionar en ese vuelo de la imaginación, es el vértigo de esa osadía, pues si cae mal a la crítica
literaria, esa opinión no es más que un paso para perfeccionar el futuro
poético. Todas estas cosas se vienen a mi magín, cuando supe por las páginas
de este diario que a Renson Said, mi vecino ocasional, el hacer crítica
literaria le había ocasionado un denuncio penal. Pues, ¡no lo podemos
creer!, como no podrá creer la gente pensante de la ciudad, que esto suceda
en plena vigencia de la Carta Política (art.20) más garantista de todos los
tiempos en esta Colombia abstraccionista.
Jakobson, uno de los principales estudiosos de la crítica poética, decía
que: “para describirla era necesario oponerle lo que no es poesía”.
A Renso Said, a quien admiro desde la distancia generacional que nos separa
y desde nuestras antípodas posiciones ideológicas, hay que reconocerle y
respetarle su autoridad intelectual y moral en el campo literario y
periodístico, su verticalidad y la honestidad de sus convicciones y la
frescura innovadora de su estilo, que por mordaz y ácido, no le deja perder
su validez. Seguramente que por múltiples razones, en el presente y en el
futuro, podremos tener discrepancias de orden literario, ideológico o
histórico, pero de antemano se atenerme a que su fuerte no es la suavidad
intelectual y que en su estilo de opinión no hay períodos rosa.
No tengo información del estado actúal del absurdo proceso, dizque iniciado
recientemente, pero me lo imagino impasible ante el instructor, respondiendo
como lo hizo Wilde hace cien años ante la Aduana de Nueva York: “Lo único
que tengo que declarar es mi inteligencia”.
/
La frase: “Aunque no esté de acuerdo con las opiniones de mi interlocutor,
daría la vida por defender su derecho a exponerlas.”
J. M. Voltaire.
1 comentario:
La poesía, como el amor no tiene mnordaza (Álvaro Rondón Espinosa)
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