El derecho a decir lo que los otros quieren escuchar
“Junín son dos civiles
Que en una esquina
Maldicen a un tirano,
O un hombre oscuro
Que se muere en la cárcel.”
Jorge Luís Borges.
En un mundo como en el que vivimos es difícil sorprenderse porque algo suceda. Después de saber que miles de personas mueren todos los días por causas que podrían haberse evitado, que un determinado país puede invadir otro sin que el resto del mundo haga nada relevante o que el planeta esté dando señales de una inminente destrucción sin que nos sintamos aludidos, prácticamente nada puede sorprenderlo a uno.
No obstante, un acontecimiento me ha llamado la atención profundamente, porque me deja ver que a medida que el tiempo cronológico transcurre, los seres humanos nos tornamos más absurdos.
Desde hace un par de años estoy enterado de la demanda interpuesta contra Renson Said Sepúlveda, eventual compañero de trabajo, maravilloso narrador de historias y crítico literario bastante centrado; al menos desde mi perspectiva.
Me resulta inconcebible que una persona se atreva a demandar a otra por injuria o calumnia respecto a una crítica literaria. A modo de anécdota debo decir que cuando conocí a Renson, lo primero que me dijo fue que uno de mis ensayos, dedicado a Cien años de Soledad, publicado en Imágenes de La opinión, citaba autores que estaban revaluados. Además, agregó, no hacía un aporte relevante en torno a la obra de García Márquez.
Mi reacción, como era de esperarse, no fue la mejor. La verdad es que, en principio, el comentario se me hizo un poco chocante. Y es que, en ocasiones, Renson padece de una franqueza de la que muchos carecemos. Lo cierto es que tengo que admitir que tenía razón. Años después, cuando revisé esos mismos ensayos, entendí lo que quería decirme. Sus palabras me llevaron a un punto de reflexión al que seguramente no hubiese llegado por mis propios medios.
Y es que de eso se trata la crítica literaria; de la posibilidad de analizar y vislumbrar las virtudes y defectos de una obra literaria. Cuando un autor saca a la luz lo que escribe, se expone a la crítica. Yo viví en carne propia la crítica y considero que es una gran prueba. La crítica forja el carácter y nos permite analizar lo que hacemos. La crítica nos permite, como decía Borges, aceptar con ánimo parejo las palmas y la derrota. Es una prueba de fuego que muy pocos están dispuestos a enfrentar.
Pero, ya he dicho muchas cosas que favorecen a la crítica. Valdría la pena considerar qué puede hacer un autor cuando su obra es objeto de una crítica determinada. A decir verdad tiene dos opciones. La primera es hacer caso omiso de la crítica y continuar con su posición. Hay ocasiones en que se puede ser tercamente razonable. La segunda es defender su obra, pero, ¿cómo? De una manera muy simple: escribiendo una defensa en un medio de comunicación masiva como un periódico. El autor de una obra criticada tiene todo el derecho a defenderla, si acaso lo considera pertinente.
Esas son algunas de las opciones que tiene el autor de una obra cuando siente que su creación ha sido criticada injustamente por otra persona. Es posible que tenga otras más pero, desde mi perspectiva, esos dos son, probablemente, las más justas y razonables; las menos indignas.
Pero, ¿qué es eso de demandar a una persona porque escribe un artículo en el que dice que una obra no es de su gusto? ¿A qué estamos jugando? No puedo imaginarme a Joyce, uno de los escritores más importantes del siglo XX, demandando a los Estados Unidos porque, en principio, se negaron a dejar entrar Ulises a su país, calificándola de novela pornográfica y vomitiva. Mucho menos puedo imaginarme a García Márquez demandando a la primera editorial a la que le entregó La Hojarasca cuando, dicha editorial, le devolvió el manuscrito de la novela desdeñosamente; agregando que lo mejor era que no volviera a escribir porque el premio Nóbel no servía para eso.
Escribo estas cortas palabras por necesidad, porque me parece inconcebible que en un país que, al menos en teoría, asegura ciertas libertades, un crítico literario sea demandado por hacer su trabajo.
Por supuesto que no soy tan ingenuo como para no saber que en nuestro país y, en el mundo en general, los llamados derechos fundamentales no son más que un ideal que pocas veces se cumple. Es evidente que aquí no hay sino que decir algo que no vaya con el orden establecido para terminar inerte en algún botadero. Esa es una verdad tan evidente que es absurdo mencionarla. Pero aún más absurdo es que, en un campo tan amplio como la literatura y el arte, no exista el derecho a decir lo que uno piensa.
Después de enterarme de todo este asunto no he podido evitar reflexionar pues, como dije, la crítica casi siempre tiene ese efecto. Ahora sé que debo tener mucho cuidado con mis palabras, que no importa que un título acredite mi competencia en un determinado campo. No. Lo que tengo que hacer es escribir o decir lo que el autor quiere escuchar sobre su obra o, de lo contrario, me demandará por calumnia o injuria.
Si las cosas siguen su curso, cualquier día recibiremos una notificación de alguien que nos demandó porque terminamos una relación, porque nos fumamos un cigarrillo en la calle o porque, sin querer, los miramos feo.
Sergio Ernesto Perozzo.
Profesional en Estudios Literarios.
Universidad Nacional de Colombia.
“Junín son dos civiles
Que en una esquina
Maldicen a un tirano,
O un hombre oscuro
Que se muere en la cárcel.”
Jorge Luís Borges.
En un mundo como en el que vivimos es difícil sorprenderse porque algo suceda. Después de saber que miles de personas mueren todos los días por causas que podrían haberse evitado, que un determinado país puede invadir otro sin que el resto del mundo haga nada relevante o que el planeta esté dando señales de una inminente destrucción sin que nos sintamos aludidos, prácticamente nada puede sorprenderlo a uno.
No obstante, un acontecimiento me ha llamado la atención profundamente, porque me deja ver que a medida que el tiempo cronológico transcurre, los seres humanos nos tornamos más absurdos.
Desde hace un par de años estoy enterado de la demanda interpuesta contra Renson Said Sepúlveda, eventual compañero de trabajo, maravilloso narrador de historias y crítico literario bastante centrado; al menos desde mi perspectiva.
Me resulta inconcebible que una persona se atreva a demandar a otra por injuria o calumnia respecto a una crítica literaria. A modo de anécdota debo decir que cuando conocí a Renson, lo primero que me dijo fue que uno de mis ensayos, dedicado a Cien años de Soledad, publicado en Imágenes de La opinión, citaba autores que estaban revaluados. Además, agregó, no hacía un aporte relevante en torno a la obra de García Márquez.
Mi reacción, como era de esperarse, no fue la mejor. La verdad es que, en principio, el comentario se me hizo un poco chocante. Y es que, en ocasiones, Renson padece de una franqueza de la que muchos carecemos. Lo cierto es que tengo que admitir que tenía razón. Años después, cuando revisé esos mismos ensayos, entendí lo que quería decirme. Sus palabras me llevaron a un punto de reflexión al que seguramente no hubiese llegado por mis propios medios.
Y es que de eso se trata la crítica literaria; de la posibilidad de analizar y vislumbrar las virtudes y defectos de una obra literaria. Cuando un autor saca a la luz lo que escribe, se expone a la crítica. Yo viví en carne propia la crítica y considero que es una gran prueba. La crítica forja el carácter y nos permite analizar lo que hacemos. La crítica nos permite, como decía Borges, aceptar con ánimo parejo las palmas y la derrota. Es una prueba de fuego que muy pocos están dispuestos a enfrentar.
Pero, ya he dicho muchas cosas que favorecen a la crítica. Valdría la pena considerar qué puede hacer un autor cuando su obra es objeto de una crítica determinada. A decir verdad tiene dos opciones. La primera es hacer caso omiso de la crítica y continuar con su posición. Hay ocasiones en que se puede ser tercamente razonable. La segunda es defender su obra, pero, ¿cómo? De una manera muy simple: escribiendo una defensa en un medio de comunicación masiva como un periódico. El autor de una obra criticada tiene todo el derecho a defenderla, si acaso lo considera pertinente.
Esas son algunas de las opciones que tiene el autor de una obra cuando siente que su creación ha sido criticada injustamente por otra persona. Es posible que tenga otras más pero, desde mi perspectiva, esos dos son, probablemente, las más justas y razonables; las menos indignas.
Pero, ¿qué es eso de demandar a una persona porque escribe un artículo en el que dice que una obra no es de su gusto? ¿A qué estamos jugando? No puedo imaginarme a Joyce, uno de los escritores más importantes del siglo XX, demandando a los Estados Unidos porque, en principio, se negaron a dejar entrar Ulises a su país, calificándola de novela pornográfica y vomitiva. Mucho menos puedo imaginarme a García Márquez demandando a la primera editorial a la que le entregó La Hojarasca cuando, dicha editorial, le devolvió el manuscrito de la novela desdeñosamente; agregando que lo mejor era que no volviera a escribir porque el premio Nóbel no servía para eso.
Escribo estas cortas palabras por necesidad, porque me parece inconcebible que en un país que, al menos en teoría, asegura ciertas libertades, un crítico literario sea demandado por hacer su trabajo.
Por supuesto que no soy tan ingenuo como para no saber que en nuestro país y, en el mundo en general, los llamados derechos fundamentales no son más que un ideal que pocas veces se cumple. Es evidente que aquí no hay sino que decir algo que no vaya con el orden establecido para terminar inerte en algún botadero. Esa es una verdad tan evidente que es absurdo mencionarla. Pero aún más absurdo es que, en un campo tan amplio como la literatura y el arte, no exista el derecho a decir lo que uno piensa.
Después de enterarme de todo este asunto no he podido evitar reflexionar pues, como dije, la crítica casi siempre tiene ese efecto. Ahora sé que debo tener mucho cuidado con mis palabras, que no importa que un título acredite mi competencia en un determinado campo. No. Lo que tengo que hacer es escribir o decir lo que el autor quiere escuchar sobre su obra o, de lo contrario, me demandará por calumnia o injuria.
Si las cosas siguen su curso, cualquier día recibiremos una notificación de alguien que nos demandó porque terminamos una relación, porque nos fumamos un cigarrillo en la calle o porque, sin querer, los miramos feo.
Sergio Ernesto Perozzo.
Profesional en Estudios Literarios.
Universidad Nacional de Colombia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario