Del autor

En el año 2003 escribí una columna en el diario La Opinión de Cúcuta criticando severamente la poesía del abogado Pablo Chacón Medina. La respuesta del abogado a mi columna fue una demanda penal por injuria y calumnia en un proceso amañado en el que Pablo Chacón pide una indemnización de 500 millones de pesos y cárcel para el columnista. Además exige que me retracte de mis opiniones académicas sobre su producción literaria. Cosa que no voy hacer. El caso ya cumple cuatro años. Dentro de poco, la juez que lleva el proceso citará a las partes implicadas a una audiencia pública. Allí se hará una valoración del proceso y se dictará sentencia. Para que el lector se forme su propia opinión sobre el caso, este blog brindará toda la información.


Escrito en la hoja de una espada

Prólogo a la compilación de los premios de poesía “Eduardo Cote Lamus”

- Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro. Octavio Paz.

- Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio. Federico García Lorca.

Renson Said Sepúlveda

Este libro reúne por primera vez los poemas premiados del Concurso Nacional de Poesía “Eduardo Cote Lamus”, fundado en 1972, por el profesor, periodista, poeta, novelista y ex diplomático, Miguel Méndez Camacho. Desde la fecha de su nacimiento (ocho años después de la trágica desaparición de Eduardo Cote), el concurso de poesía concitó la atención de los poetas colombianos y pronto adquirió prestigio y se constituyó en el más importante premio de poesía del país.



Basta echar un ligero repaso a los nombres que han ganado este concurso para descubrir allí a una nómina ejemplar: Mario Rivero, Jaime Manrique Ardila, Darío Jaramillo Agudelo, Víctor Gaviria, Jaime Jaramillo Escobar, Orlando Gallo Isaza y Jorge Cadavid, entre otros. No sólo el premio los ha consagrado a todos ellos sino que ellos, a su vez, le han dado prestigio al Premio Nacional de Poesía “Eduardo Cote” con una obra sólida que en algunos casos representa la continuación de la mejor tradición de la poesía colombiana de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.



Gracias a la iniciativa de Miguel Méndez Camacho (que por haberlo creado se privó a sí mismo de merecer este premio) el país cuenta con una distinción poética que está a la altura de los más célebres premios de poesía de América Latina, como el “Pablo Neruda” de Chile, o el “Jaime Sabines”, de México



Este Premio surge como un claro homenaje a la vida y obra de Eduardo Cote Lamus, cuya presencia tanto física como intelectual dejó una impronta imborrable en los hombres y mujeres de su generación. En sus inicios el premio contó con el apoyo entusiasta de un grupo de intelectuales que habían asumido la poesía como una forma de iluminación que permite sobrevivir a la vida cotidiana. Ellos son: David Bonells Rovira, Julio Moré Polanía, Rosaema Arenas de Méndez, Cicerón Flórez Moya, Héctor Casas Molina, Eligio Álvarez Niño y Manuel Acevedo Meza. Un grupo de amigos cómplices que se reunían entorno al Instituto de Cultura y Bellas Artes de Norte de Santander para planear los más inverosímiles proyectos culturales y periodísticos en el departamento. Ellos eran el equivalente en estas tierras de lo que en la costa se conoce como El Grupo de Barranquilla. Porque Norte de Santander tuvo también su época de oro. Un periodo en que el teatro, la danza, las artes plásticas, la escultura, la poesía, el cuento y la novela tuvieron un desarrollo notable que todavía hoy no se ha contado. De aquí es Helenita Merchán, una de las esculturas más importantes que ha dado el país. Y Eduardo Ramírez Villamizar. Y el Maestro Carlos Cormane. Y la musicóloga Ligia de Lara. Y Jorge Gaitán Durán. Y Carlos Perozzo. Y la soprano María Helena Olivares. Y doscientos más. El premio nacional de poesía “Eduardo Cote Lamus” intenta, de alguna manera, continuar con un proyecto que ha sido decisivo para el arte nacional.



Por eso, lo que el lector tiene en sus manos es un documento histórico- literario que permite no sólo comprender la evolución que ha tenido la poesía colombiana a lo largo de cuatro décadas, sino también subraya un compromiso estético con la palabra en momentos en que el país buscaba una utopía cierta que cancelara los enfrentamientos partidistas que habían dejado como saldo toneladas de muertos en todas las ciudades del país. En el horizonte de una poesía de campanario, preferentemente dominical y verbosa, estos poemas constituyen un reto para el lenguaje. Aquí el lector encontrará, entre otras cosas, el tono bíblico y exultante en la poesía de Jaime Jaramillo Escobar, el lenguaje libre de toda estridencia lírica de Darío Jaramillo Agudelo, la brevedad luminosa de Jorge Cadavid y las imágenes de pesadillas en los versos de Jaime Manrique Ardila , para mencionar sólo algunas propuestas de estilo. Y también dan una lección: que la literatura no es un pasatiempo de fin de semana, ni una actividad farandulezca, sino, como lo dijo Sábato, es una forma –quizá la más completa y profunda- de examinar la condición humana.



He dicho que este libro es un documento histórico. Pero también es un clima: el de la soledad y el dolor de los hombres. Y ese ha sido el clima de la poesía de todos los tiempos desde Homero hasta hoy.

¿Entonces, sirve de algo esta compilación de climas y dolores? Un día le preguntaron a Borges: ¿para qué sirve la poesía? Y él respondió: ¿para qué sirven los amaneceres?



Este libro sirve para lo mismo que un amanecer. Y para recuperar el gusto por el silencio en un mundo lleno de ruidos. Para reflexionar en una época en que nos quieren imponer un pensamiento único y una verdad universal. Porque la poesía nos libra de nosotros mismos a pesar de nosotros mismos.


Así es la poesía: penetra hasta el hondo rumor del polvo de los huesos, como si estuviera escrita en la hoja de una espada.

Las palabras están en situación

Prólogo a la compilación de los premios de cuento “Jorge Gaitán Durán”.

“Toda literatura no es, en el fondo, sino una mezcla cuyos ingredientes son eternamente los mismos. Pero cada época exige una forma nueva”. Hebbel.

“La única literatura honrada es la que puede mejorar al hombre”.
Constancio C. Vigil.

Renson Said Sepúlveda



Este libro reúne por primera vez los trabajos premiados en el concurso nacional de cuento “Jorge Gaitán Durán”, creado en 1968, por el profesor, periodista, poeta, novelista y ex diplomático, Miguel Méndez Camacho. Aunque Gaitán Durán no se destacó como cuentista (sus trabajos en este campo fueron incipientes), la creación del premio era un homenaje al hombre que, con la fundación de la revista Mito y la importancia de su trabajo poético, había renovado el panorama de la literatura colombiana de mediados del siglo XX. El primer número de la revista abría con una frase reveladora: “las palabras están en situación”. Y que hizo posible un diálogo permanente con otras culturas, con otras formas de pensamiento, con otras maneras de entender el universo. Gracias a ello los falsificadores de la cultura, las glorias locales, los poetas de campanario y los genios de cafetería quedaron reducidos en su exacta dimensión humana: rezagos de una literatura verbosa encallada en una falsa erudición.



Gaitán Durán muere en las Antillas Francesas en 1962. Dos años después muere su mejor amigo, el poeta cucuteño Eduardo Cote Lamus. El primero muere en un accidente aéreo, el segundo, en un accidente terrestre. Al poco tiempo se instauran los premios de cuento y poesía con sus respectivos nombres, como si Gaitán y Cote continuaran más allá de la muerte esa fervorosa correspondencia entre el cielo y la tierra que iniciaron en vida.



La conciencia del lenguaje en la obra de Gaitán Durán, su disciplina académica, su espíritu despierto a las cosas del mundo y su estatura intelectual así como el compromiso político con su generación respaldan estos premios de cuento. Aquí, el monto de los premios no tiene ninguna importancia. Como he dicho antes, es el prestigio del nombre el verdadero valor de estos concursos. Esto no significa que no estén dotados de una buena contribución económica, porque lo están. Si no que la importancia moral, literaria e intelectual del premio de cuento “Jorge Gaitán” es lo que ha llevado a muchos escritores colombianos a participar con fervor en estos concursos.



Como sucede con el premio de poesía “Eduardo Cote”, con estos cuentos se le puede medir el pulso a la literatura colombiana. No hay aquí la tan cacareada influencia macondina, ni hay regionalismos asfixiantes, ni naturalismos fotográficos: no hay un solo cuento que busque tumbar al gobierno de turno. Es decir, no hay realismo socialista, ni realismo trágico, ni surrealismo francés. Estos cuentos simplemente (y aquí el “simplemente” conserva una hondura filosófica) cuentan cosas. Parece una grosera obviedad, pero miren ustedes y verán que hoy en día se escriben cuentos en los que al autor se le olvida contar una historia.



Es probable que esto obedezca a que el concurso de cuento “Jorge Gaitán” surge en una época en que, como lo afirma la profesora Luz Mery Giraldo, la literatura colombiana se despliega en múltiples direcciones en la que convergen varias generaciones o promociones, así como tendencias temáticas y preocupaciones formales. Este premio de cuento es contemporáneo del boom de la narrativa latinoamericana, de la revuelta estudiantil de mayo del 68, de la Primavera de Praga, de la guerra de Vietnam, de la Plaza de las Tres Culturas de México, de Jethro Tull y Stanley Kubrick. Es contemporáneo de un cambio de mentalidad. Tal vez eso explique que ninguno de los cuentos aquí reunidos tenga parentesco alguno. Guillermo Maldonado no parece contemporáneo de Roberto Burgos. El tono nostálgico de Maldonado dista mucho del intimismo de Roberto Burgos. Sin embargo, ambos pertenecen a la misma patria: un lenguaje común y un mundo que comparten. Una visión de mundo particular verbalizada a través de sus instrumentos esenciales.



La pluralidad de temas y lenguajes, de propuestas y enfoques es el resultado natural de una época de crisis. En el momento en que se empieza hablar de la muerte de la novela y de los géneros literarios, de la postmodernidad o del postmaterialismo, surge en Cúcuta un concurso de literatura sobre un género literario específico. Con mucha modestia pero al mismo tiempo con mucho acierto los cuentos premiados y muchos de los que ocuparon segundos puestos necesitaron esa terrible crisis de época para cobrar su propia vigencia. En términos generales, los temas de estos cuentos aquí reunidos son los grandes temas pascalianos: la soledad, el absurdo, la muerte. Los eternos temas de la literatura.



El cuento es un género exigente. Y aunque es poco cultivado, en Colombia hemos tenido grandes representantes. Desde José Félix Fuenmayor, hasta Roberto Burgos. Para no mencionar a los más famosos: Cepeda Samudio, García Márquez, Hernando Téllez, en fin. Porque como en el poema, el cuento no permite malabarismos verbales. Cuaja o no cuaja. Su estructura es cerrada, perfecta y desde la primera línea el autor está obligado a hipnotizar al lector, a impedir la elaboración prolongada de bostezos. Esta compilación de cuentos señala un rumbo, dibuja un mapa, sienta las bases de una literatura plural de ruptura en el panorama de la literatura colombiana. Sus autores son conscientes de que las palabras están en situación. De que el mundo se está desbaratando. Y para dar cuenta de ese desajuste, la literatura necesita tener el ritmo, el estilo y hasta el tono de la vida misma en su más profunda ebullición.