Del autor

En el año 2003 escribí una columna en el diario La Opinión de Cúcuta criticando severamente la poesía del abogado Pablo Chacón Medina. La respuesta del abogado a mi columna fue una demanda penal por injuria y calumnia en un proceso amañado en el que Pablo Chacón pide una indemnización de 500 millones de pesos y cárcel para el columnista. Además exige que me retracte de mis opiniones académicas sobre su producción literaria. Cosa que no voy hacer. El caso ya cumple cuatro años. Dentro de poco, la juez que lleva el proceso citará a las partes implicadas a una audiencia pública. Allí se hará una valoración del proceso y se dictará sentencia. Para que el lector se forme su propia opinión sobre el caso, este blog brindará toda la información.


Juicio a crítico literario



sábado, 10 de noviembre de 2007

- Un columnista del diario ‘La Opinión’ está a punto de ir a la cárcel y pagar más de $500 millones por desconocer una obra.


Por Enrique Rivas G.

El Espectador

En un caso sin precedentes judiciales en el país, en próximos días, una jueza de Cúcuta se apresta a resolver si el crítico literario del periódico La Opinión, Renson Said Sepúlveda Vergara, injurió y calumnió al abogado Pablo Chacón Medina, una de las personalidades intelectuales de la capital de Norte de Santander, al señalar que no es poeta ni sus calidades estéticas lo ameritan.

Lo insólito es que en un acto sui géneris y, por primera vez en Colombia, la justicia debe determinar si la crítica literaria, en el formato de la opinión, puede derivar en calumnia e injuria. Un camino por el cual jamás habían transitado los generadores de opinión, y mucho menos los críticos literarios, algunos de ellos acostumbrados a destrozar a quienes se atreven a incursionar en el complejo mundo de las letras.

La historia de este inusual juicio comenzó el 28 de marzo de 2003, cuando Renson Said Sepúlveda publicó la columna titulada “La República de Chacón”, un apretado texto que fustigó su obra poética con una conclusión personal: “No sabe escribir”. De colofón, le aplicó un puntillazo demoledor: “Es mediocre, simulador, vanidoso, analfabeto e incapaz intelectualmente”.

La columna desató la ira del poeta y jurista cucuteño, quien tres días después demandó a Sepúlveda por calumnia e injuria, al considerarse afectado en su salud sicofísica, en razón a que luego de leer la columna, tuvo que acudir a un médico especialista para que lo atendiera, pues quedó afectado moralmente por los terribles comentarios de Sepúlveda sobre su obra literaria.

Según la víctima, el “calumniador e injuriante”, utilizó para referirse a su trabajo una diatriba inmensamente “farragosa” que atentó contra su estatus social, su profesión de abogado, su vida de escritor, su familia y su propia personalidad. Una situación que, según él, le causó grave perjuicio económico. Estimó los daños en $100 millones y el daño moral que, tasado en salarios mínimos, lo equiparó en $433.700.000.

Pero la ira de Chacón no terminó en esta insólita solicitud de indemnización. Además pidió que embargaran los bienes muebles e inmuebles del crítico literario, y que también incautaran los establecimientos comerciales y vehículos que figuraran a nombre del columnista, un hombre de 34 años que sobrevive del sueldo que todavía sigue ostentando como corresponsal o escritor comentarista del suplemento literario del diario La Opinión.

Fiscalía entre versos

Sin antecedentes conocidos, la Fiscalía 41 de la Unidad de Vida de Cúcuta entró a dirimir si una crítica periodística puede deshonrar y afectar el numen de los poetas. Por eso acudió a la Academia de Historia de Norte de Santander, a la Sociedad Bolivariana de San José de Cúcuta, al Colegio de Abogados Penalistas del departamento, a la Asociación de Escritores de Norte de Santander, a la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias y a escritores y columnistas como David Sánchez Juliao y Horacio Gómez Aristizábal.

Ninguno dudó en señalar que Chacón Medina es un ilustre abogado penalista, reconocido en asuntos de historia y letras. Y con base en estos escritos y opiniones y la enjundia del crítico que supuestamente fue más allá del ensayo y opinó demasiado, el 1° de diciembre de 2003 el fiscal Guillermo Gutiérrez concluyó que existían méritos para que el columnista y crítico literario Renson Said Sepúlveda Vergara, sea llamado a juicio.

En concepto del fiscal, en su columna Vía Libre, Sepúlveda utilizó las condecoraciones de que ha sido objeto Chacón Medina, para “socarronamente desacreditarlas”. Y frase por frase, el funcionario judicial, tras analizar la crítica, concluyó que su autor debe ser condenado por injuria. Según él, Renson no fue objetivo y desprestigió a Chacón, porque lo colocó ante el público lector “como un falso intelectual, que engañó a una sociedad entera mediante las majestuosas artes de la simulación”.

Mientras el proceso llegaba al Juzgado 4° Penal de Cúcuta, hoy, bajo la tutela de la abogada Miriam Ramírez, el columnista no sabía que estaba siendo procesado. Sólo hasta hace año y medio que se enteró y, desconcertado por el dictamen jurídico y literario, buscó a un amigo para que lo defendiera. Y encontró a Ómar Javier García Quiñones, también intelectual de Cúcuta, quien decidió emprender una cruzada para defender al columnista.

Y lo hizo apelando a críticos, intelectuales y librepensadores de América Latina e Inglaterra, quienes se han unido para defender al crítico literario. Su argumento común: la justicia no debe trazar fronteras a las opiniones literarias. En su criterio, el rol de poeta y escritor debe soportar el escrutinio público, y la crítica ejercida por los periodistas es tan válida como la ejercida por los lectores, sea cual sea su profesión y juicio sobre la obra del escritor.

En su manifiesto, los artistas, reunidos por el abogado, advierten que en un país de libertades, la crítica literaria y el juicio estético “no deben pasar por el burocrático y coartador sector de las leyes, de juzgar a todo aquel que hable mal de la labor de una persona”. Y agregó el abogado en su defensa: “Sería volver a la caza de brujas o a la Inquisición, de acabar con las vidas y las carreras de las personas por opiniones”. En pocas palabras, si se es escritor, la pluma es la mejor defensa”.

Una controversia de la que no ha querido sustraerse el subdirector de La Opinión, Cicerón Flórez, para quien la crítica literaria no puede ser evaluada como injuria. Aún así, Chacón sostiene que mientras Sepúlveda no rectifique y reconozca que él es poeta e intelectual, no cesará en su demanda. Una petición que, según Sepúlveda, no está en sus presupuestos como columnista. “Si acaso me disculpo si lo ofendí como abogado, pero en lo demás no voy a dar pie atrás. No voy a reconocer que Chacón sea poeta”.

El tema está al rojo vivo. El crítico literario no cede. El poeta sostiene que fue ofendido. La intelectualidad de Cúcuta y de otras regiones ha aportado opiniones en favor o en contra del ensayista y el vate. Lo cierto es que mientras el país resuelve dilemas por personajes que se atribuyen más de 1.000 asesinatos o trata de aplicar justicia para esclarecer 20 años de verdades inconclusas, en la frontera con Venezuela, un escritor quiere validar su obra en los tribunales y un crítico en sus emociones.

Memorando de las víctimas

Renson Said


El miércoles 4 de junio de 2003 fue asesinado en la avenida sexta entre calles 12 y 13, muy cerca de la Gobernación, el poeta y líder político Tirso Vélez. El asesinato fue ordenado por Salvatore Mancuso. Antes de su asesinato Tirso había pedido protección del DAS pero le fue negada. Antes de su asesinato el general Agustín Ardila, comandante de la Brigada Móvil No 2, lo acusó de hacerle guiños a la guerrilla a través de sus versos (los militares no entienden de poesía) y antes de su asesinato, el general Harold Bedoya lo acusaba de terrorista, simplemente porque en vez de militares, Tirso pedía maestros para Tibú.

Mancuso no sólo ha confesado este crimen sino que ha dicho que pagaba mil millones de pesos mensuales a la policía para garantizar la colaboración de las autoridades en la zona petrolera del Catatumbo. Dijo también que actuaba en sociedad con funcionarios de las administraciones locales, señaló a la fiscal Ana María Flórez como una informante que le suministraba datos de funcionarios que para ella eran auxiliadores de la guerrilla y que luego aparecían asesinados. Confesó haber ordenado el asesinato de la fiscal María del Rosario Silva Ríos y 336 crímenes más. Mancuso actuaba con la complicidad de militares y políticos de Norte de Santander. Esta complicidad permitió las masacres en La Gabarra en 1999, en la vereda Los Cuervos, Barrancas y Kilómetro 42, Villa del Rosario, El Tarra y en el área metropolitana de Cúcuta. Y también, según testimonio del propio Mancuso, permitió que Ramiro Suárez llegara a la Alcaldía de Cúcuta.



Son muchos los crímenes de los paramilitares en Norte de Santander. Según cálculos de la policía entre 1999 y 2004 fueron asesinados 5. 200 personas, la mayoría por el Bloque Catatumbo de las AUC. Esto produjo más de 100 mil desplazados y 11.200 asesinatos en otras zonas del departamento. Hace falta que las investigaciones que se están adelantando digan qué participación han tenido en la expropiación de tierras que ahora son usadas para cultivos de palma aceitera figuras como Pedro y Manuel Guillermo Mora Jaramillo, Jorge García Herreros, Eduardo Benítez, Carlos Augusto Celis y Carlos Barriga.

Porque aquí todo el mundo sabe que el paramilitarismo enriqueció a mucho político, desestabilizó las instituciones, corrompió la justicia y sembró el terror en la ciudadanía. Creó la ilusión de progreso. Un falso progreso. Porque Cúcuta no puede avanzar desde el punto de vista urbano si a la vuelta de sus imponentes centros comerciales siguen asesinando a la gente. El progreso levantado sobre una pila de muertos no es progreso.

El asesinato es lo contrario al progreso. El asesinato de Tirso Vélez, de Edwin López, de Gerson Gallardo, de Carlos Bernal, de tantos jóvenes y campesinos y estudiantes y jornaleros, no puede quedar en la impunidad. Y digo todo esto porque la marcha del próximo 6 de marzo es un homenaje a ellos, a las víctimas de las autodefensas. Y de alguna manera, un escupitajo a alianza politico-paramilitar que convirtió a Cúcuta en un inmenso cementerio.

Desde España (NUEVO)


De Cadiz
De la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE)

Estimado colega Renson:

El picapleitos reclama a golpe de estaca la autoridad de sus poemas, pero la condición de creador y la autoría de una obra no se compran en un tribunal de justicia. No hace mucho tiempo el general Franco orquestó la barbarie en mi país. Su delirio de poder le llevó a producir la película Raza. No por ello el dictador se convirtió en cineasta. Además, de ser así, hubiera sido de serie B y terror.

Afortunadamente las esencias, y menos las artísticas, son inalienables. Imposible constreñirlas al dictamen de un juez. Pensaba viajar pronto a Colombia, pero ahora me surgen dudas...

¿Me detendrán en la aduana por injurias?

Mi apoyo solidario desde tierras moriscas, como miembro de la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE)

José Lorenzo Benítez
Periodista
Cádiz

Desde Inglaterra (NUEVO)

Lillyám Gonzalez*



En realidad me parece una tarea un tanto inoficiosa escribir sobre la situación de Renson Said no por él, sino por el Dr. Chacón Medina; creo que le estamos dando más importancia de la que se merece. Una persona que no acepta una crítica, que demanda a otra porque se sintió mal por algo que ella dijo no amerita cartas en donde todos los que queremos y valoramos a Renson como amigo, como escritor y como crítico literario manifestemos nuestro rechazo ante semejante disparate.



No quiero escribir nada en contra de nadie, solo resaltar que el criterio de Renson Said ha sido siempre sesudo, mordaz y honesto, yo no creo que Gabriel García Márquez haya tenido complejos de algún tipo cuando Renson expresó abiertamente su inconformidad por Memorias de mis putas tristes (máxime cuando él es uno de los principales estudiosos de la obra del Nóbel colombiano).



Toda persona tiene derecho a expresarse y si lo hace de un modo locuaz, desde una perspectiva crítica y desmitificadora, con rigor y con evidencias, sin importar los antecedentes o lo políticamente correcto, merece ser escuchada y leída. Lo demás son peroratas y reverencias.





Lillyám R. Gonzalez Espinosa

Magíster en literatura hispanoamericana

Brighton & Hove

Inglaterra



Desde Bogotá (NUEVO)

Diana Rey*



¿Poeta e intelectual? , ¿Cómo y bajo qué criterios jurídicos se puede definir a un ciudadano colombiano como poeta e intelectual?, ¿Cuáles son los límites del derecho positivo y de la interpretación constitucional a la hora de entrar en el terreno del principio fundamental de la libertad de expresión y de la creación como derecho cultural? Estas son sin duda unas de las pocas preguntas que nos surgen ante el caso Said vs Chacón, que entre sus múltiples matices pone en jaque la seriedad del sistema judicial colombiano.



Primero, porque el señor Chacón pruebe el delito de injuria estaría inicialmente obligado aprobar su condición de intelectual. Pero cabría entonces la inquietud de por quién puede y quién no tiene derecho a disfrutar de esta calidad académica, o lo que es peor, a divagar sobre los meritos que la otorgan, por estar ante el terreno de lo “ilimitado” y abstracto. Se convierte así en una acotación totalmente irrelevante para el juez a la hora de fallar el caso. Segundo, el espíritu constitucional de 1991, al considerar la libertad de expresión como principio, le otorga una jerarquía especial que no pueden entrar a ser cuestionada bajo ningún caso, más aún cuando del disfrute de este derecho se está ejerciendo uno de los principales derechos culturales, el de la creación cultural derivada en este caso de la crítica literaria. Tercero, el estadio actual del conflicto colombiano nos demuestra que la discusión de las ideas se deben llevar al papel y que no puede haber mejor ejemplo que el discutir literariamente puntos de vista disímiles, pero claro, sin llegar a confundir el derecho de replica con el uso innecesario e improcedente del sistema jurídico, como lo ha hecho Chacón, en un país en el cual es más que evidente la urgencia de ocupar el tiempo de los jueces en la resolución del conflicto armado y en el que congestionar los estrados judiciales para casos improcedentes si debería llevar a multas. Cuarto, porque más allá de lo “macondiano” del caso, el fallo sentará un precedente que marcará de forma decisiva la discusión de casos posteriores sobre el mismo tema y por lo tanto, merece nuestra especial atención porque está en tela de juego la seriedad del constitucionalismo colombiano para garantizar no sólo el derecho de la libertad de expresión, sino además el derecho cultural de promoción de la creación, en un país en el que la tinta debería ser la mejor prueba de las capacidades intelectuales y no los juzgados.



*Politóloga, Universidad Nacional de Colombia, especialista en Derecho Constitucional

Desde Barcelona (NUEVO)

El caso más sonado en estos días en la ciudad es la demanda que el abogado penalista Pablo Chacón Medina entabló contra el columnista Renson Said por haber criticado su obra poética. Aquí, algunas de las reacciones que sigue suscitando el debate.

1.) CENSURA A LA CRÍTICA LITERARIA, ES UNA LIMITACIÓN A LIBERTAD DE OPINIÓN
De Carlos Pereyra
Definitivamente Colombia es el mundo de Subuso. Aquí todo está patas arriba. García Márquez, tenía razón, cuando creó ese mundo mágico que llamó Macondo, en Cien Años de Soledad. Está visto que en el país consagrado al Corazón de Jesús, es dónde más se mata en el mundo. En éste país del absurdo, es donde los políticos en desgracia no caen hacia abajo. Contrariando las leyes de la gravedad, caen hacia arriba, porque los nombran embajadores, o los premian, designándolos con costos al presupuesto nacional, agregados culturales.



El caso que pasó en Cúcuta con el crítico literario del periódico La Opinión, es de antología. Pasa a la galería de esos eventos que bien merecerían, naturalmente si estuvieran vivos, la pena de ser tratados por un Eugenio Ionesco o un Samuel Becket, porque rayan, si no en lo ridículo, en lo absurdo. Renson Said, criticó la obra poética de Pablo Chacón Medina, quien además es picapleitos, por no decir que abogado. Éste, que al parecer se cree una vaca sagrada de la literatura en Norte de Santander, no le gustó que el crítico Said, se refiriera a él (naturalmente en lo que se atañe a su escritura poética) como un "simulador y vanidoso...mediocre, incapaz intelectualmente analfabeto", y ni corto ni perezoso (por eso es abogado) encausó al crítico, por calumnia e injuria, y lo más risible del caso, es que la juez a la que le correspondió la demanda, le dio viabilidad y va a fallar, en un caso que antes que todo, tiene que ver con la libertad de opinión, porque eso es la crítica literaria. Por lo tanto, no se explica uno cómo la juez del caso, le da trámite, a un evento que responde a la libertad de prensa, y que de observar en él la injuria y calumnia que denuncia el abogado -poeta, la que puede estar en peligro es la libertad de opinar.



Recuerdo que a este comentador y crítico, le pasó caso similar cuando emitió su opinión sobre la manera de hacer periodismo, pergeñar poesía y hacer himnos, cierto personaje. En medio de una sartal de sandeces, adjuntó a su memorial, el trozo de periódico donde escribí la crítica que le molestó. Naturalmente, para la personera, que fue a quien acudió el demandante, no había fundamento alguno a su denuncia de persecución.



Si por algo la literatura de un país crece, se hace robusta y universal, es por la crítica. Quien escribe, se expone al juicio. Sus libros están para ser examinados en el valor estético y la capacidad que tienen para comunicar al lector. Si no le dicen nada al lector, son menores. Claro está, que no siempre la crítica es justa. Libros, en el ámbito de la literatura, que habían sido puestos en la picota por los glosadores, más adelante, fueron observados como obras maestras. El escritor que no se molesta con la crítica, es el que entiende que la palabra debe ser juzgada, si como poema, cuento, novela, quiere que asuma la estatura de obra artística en el contexto literario.



De Barcelona

Desde Bogotá (Nuevo)

De Thania Jhovanna Avila A.

C.C. 52'225.770 de Bogotá

Docente



Es inaudito, injusto y repudiable, el hecho de que Pablo Chacón Medina responda con una demanda a la crítica literaria que le hace a su obra, Renson Said. Cualquier escritor debería ser consciente que al publicar una obra está expuesto a recibir criticas, las cuales pueden ser aduladoras o devastadoras, sin embargo, la critica no determina el éxito o el fracaso de una obra, eso lo determina la obra en sí. Interponer una demanda ante una crítica literaria es un acto cobarde que demuestra que el propio Chacón Medina duda de su talento como escritor de poesía.



En cuanto a Renson Said, no cabe duda, que es un periodista honesto, valiente, de convicciones claras y un gran experto en el campo literario; sus columnas se destacan por presentar reflexiones y denuncias enérgicas que conllevan al rescate de la sensibilidad social, política y cultural de un pueblo abatido, entre otras cosas por la violencia, la corrupción y la impunidad. Es evidente que dicha demanda además de ser un atropello en contra Renson y sus columnas, es un atropello en contra cualquier colombiano que reclama una opinión independiente de su realidad a través de un medio de comunicación y que sueña con un país donde las opiniones de los demás se respeten sin importar las diferencias ideológicas.



Invito a defender a Renson y sus columnas, porque no es solo abogar por un periodista que bien se lo merece, es abogar por el derecho a la información y la libertad de expresión en un país que tanto lo necesita, porque en la medida de que seamos verdaderamente conscientes de nuestra realidad dejaremos de ser indiferentes ante ella.

No lo podemos creer

Luis Arturo Melo


La crítica literaria es un arte. El arte de juzgar en una obra, la bondad,
la verdad, la belleza y el estilo de quienes escriben. Obtener una
referencia calificada, por ácida que sea, sobre cualquier modalidad de la
escritura, es para un autor el mayor halago, algo más, mucho más que
cualquier adulación servil. Bien lo dijo Oscar Wilde hace cien años: “solo
hay en el mundo una cosa peor que estar en la boca de los demás y es estar
en la boca de nadie”.

Como en todo, en el arte hay valores relativos. La condición humana hace que
en cada mundo, que es cada cerebro, se vayan escalafonando esos valores que de todas formas son los más elevados. Yo personalmente, coloco el mundo poético por encima de todos y así como me produce la más intensa fruición la lectura de buena poesía, me produce un temor impresionante intentar hacer un poema. El otro día, lo confesé en ésta columna. En primer año de universidad, alienado con la poesía de Machado, me dio por escribir unos versos con ocasión de la muerte de un amigo y me atreví a leerlos en reunión de compinches. Observé caras tan adustas, que aún ando suplicándole a un paisano que se quedó con él, me lo devuelva, que por favor no lo muestre.
Leo mucha poesía y entre más insisto en su lectura, reafirmo mi escalafón y
no lo cambio. De nuestros poetas regionales, cada vez leo y releo a Bonells
Rovira. Cosas generacionales e identidad de valores.

Cuando uno toma la determinación de escribir poesía y de sacarla de la
clandestinidad y del onanismo, lo menos que debe dimensionar en ese vuelo de la imaginación, es el vértigo de esa osadía, pues si cae mal a la crítica
literaria, esa opinión no es más que un paso para perfeccionar el futuro
poético. Todas estas cosas se vienen a mi magín, cuando supe por las páginas
de este diario que a Renson Said, mi vecino ocasional, el hacer crítica
literaria le había ocasionado un denuncio penal. Pues, ¡no lo podemos
creer!, como no podrá creer la gente pensante de la ciudad, que esto suceda
en plena vigencia de la Carta Política (art.20) más garantista de todos los
tiempos en esta Colombia abstraccionista.

Jakobson, uno de los principales estudiosos de la crítica poética, decía
que: “para describirla era necesario oponerle lo que no es poesía”.

A Renso Said, a quien admiro desde la distancia generacional que nos separa
y desde nuestras antípodas posiciones ideológicas, hay que reconocerle y
respetarle su autoridad intelectual y moral en el campo literario y
periodístico, su verticalidad y la honestidad de sus convicciones y la
frescura innovadora de su estilo, que por mordaz y ácido, no le deja perder
su validez. Seguramente que por múltiples razones, en el presente y en el
futuro, podremos tener discrepancias de orden literario, ideológico o
histórico, pero de antemano se atenerme a que su fuerte no es la suavidad
intelectual y que en su estilo de opinión no hay períodos rosa.

No tengo información del estado actúal del absurdo proceso, dizque iniciado
recientemente, pero me lo imagino impasible ante el instructor, respondiendo
como lo hizo Wilde hace cien años ante la Aduana de Nueva York: “Lo único
que tengo que declarar es mi inteligencia”.
/
La frase: “Aunque no esté de acuerdo con las opiniones de mi interlocutor,
daría la vida por defender su derecho a exponerlas.”
J. M. Voltaire.

De un lector indignado


Una cosa es garabatear versos, y otra hacer poesía... Colombia es en gran medida un país de muchos poetas pero de muy poca poesía, y eso se da porque la crítica literaria no es una institución fuerte en el país y siempre ha estado supeditada al sesgo de lo político y otro tipo de intereses. En otras palabras, a que la crítica todavía no es un campo autónomo.

A ojo de buen cubero se puede dar cuenta uno de que los méritos literarios del señor Chacón, en Cúcuta, son debidos más a su posición y su influencia que a su calidad literaria, de la misma manera que en Cali, en el mal llamado parque de los poetas, se puede encontrar el transeúnte despistado una muestra gratuita de algunos de los peores poetas que se haya imaginado lector crítico alguno, pues el criterio de quienes ordenaron esas estatuas no era precisamente literario-crítico.

La incapacidad intelectual y el analfabetismo funcional son categorías posibles desde las ciencias de la educación e incluso desde la crítica literaria, hacen referencia a la falta de dominio de alguien sobre la cultura letrada occidental y la incapacidad del sujeto para superar esta situación así le ponga todo su empeño. Todos conocemos este tipo de personas, sabemos que existen porque los encontramos en cuanta conferencia o evento cultural hay en nuestras ciudades, y por lo general siempre intervienen para preguntar o decir majaderías, porque les gusta hacerse notar. Gente que "lee", adopta poses, cita autores cuando habla, pero cuyo discurso florido de inesperados giros retóricos, carece de profundidad alguna.

¿Hay que ser benevolente cuando se tiene la legitimidad que da un saber disciplinar que te brinda herramientas para desenmascarar ese tipo de personajes? Yo creo que no. Hay que ser franco, preciso, y a veces un poco malévolo, porque la influencia que ejercen este tipo de personas sobre los imaginarios culturales de una comunidad pueden ser más perversos que una demanda por 500 millones, y si creen que exagero, atrévanse nomás a sondear el nivel de complejidad que es capaz de lograr el lector colombiano promedio. Bien lo dice Renson en su artículo al describir al personaje objeto de su columna: “Todos esos vicios juntos son el sustento de una acomplejada y a la vez agresiva como eficiente y pomposa mediocridad municipal”. Si un pésimo poeta llega por ventura de sus influencias políticas a buscar su inclusión en el canon literario de una sociedad, lo más honesto que puede hacer un crítico es desenmascararlo de frente, y si se puede desde la tribuna de un periódico, mejor, y un juez o un fiscal no tienen autoridad ni competencia para decidir si alguien tiene la razón o no, en ese campo.

Ahora, si alguien ha construido su identidad bajo el falso supuesto de que escribe poesía, pues el crítico literario no es responsable de la forma en que esta endeble identidad se afecte. Si alguien muere o enloquece porque un crítico le dijo que no era poeta y se lo demostró con argumentos literarios, la responsabilidad no es del crítico, eso sería como culpar al médico por el ataque cardiaco que le dio a su paciente cuando enteró de que padece una enfermedad terminal.

El crítico Renson Said no hace afirmación alguna, en su artículo, que no sea sustentada, incluso en su misma brevedad. Es evidente que hay un sesgo de hostilidad hacia el "poeta" Chacón, pero este no interviene de manera decidida en el análisis, pues el artículo se dirige específicamente a la condición de poeta y ensayista que el hombre en cuestión proyecta en su imagen pública; así, en sus evaluaciones utiliza las herramientas de la crítica, y concluye que este señor no es un poeta sino un simulador. No hay que ser "educado" para decir eso, la columna de opinión y el artículo periodístico literario se permiten precisamente el uso de la ironía como medio de expresión. Se trata de una demanda a todas luces absurda que pretende invadir la autonomía de la crítica literaria como campo dentro de la cultura colombiana, pues bien vista la situación, no está en juego solo el crítico Renson, sino el campo mismo de la profesión. Esperemos pues que este episodio tan lamentablemente colombiano tenga buen término, y demos mientras tanto nuestro apoyo a Renson firmando el Manifiesto presente en su blog

La Fedreción Internacional de Periodistas se pronuncia


FECOLPER rechaza actitud de abogado que persiste en proceso por injuria hasta que crítico literario le reconozca calidad de poeta e intelectual





Renson Said Sepúlveda Vergara, crítico literario del periódico cucuteño La Opinión, publicó el 28 de marzo de 2003 una columna titulada “La República de Chacón”. Según un informe del periódico El Espectador, en esa columna, Said Sepúlveda se refiere a los escritos del abogado Pablo Chacón Medina, señalando que éste no es poeta y sus cualidades estéticas no lo ameritan[1].

El abogado Chacón denunció penalmente por injuria a Said Sepúlveda, argumentado que debido a esta columna sufrió daños en su estatus social, su profesión de abogado, su vida de escritor, su familia y su propia personalidad, agregando una estimación de daños materiales por $100’000.000 y el daño moral por $433’700.000. Además pidió que se embargaran los bienes muebles e inmuebles del columnista.

El proceso penal se inició en abril de 2003. El primero de diciembre de 2003, la Fiscalía 41 de la Unidad de Vida de Cúcuta decidió que Renson Said Sepúlveda debía ser llamado a juicio por el delito de injuria. Ahora está pendiente la sentencia de un juzgado penal de Cúcuta.

Según el informe de El Espectador, del 11 de noviembre de 2007, el abogado Chacón “sostiene que mientras Sepúlveda no se rectifique y reconozca que él es poeta e intelectual, no cesará en su demanda”[2].

Por su parte, el columnista Pedro Ecudriñez, escribió para el mismo periódico: “Si Said lo llamó: “mediocre, incapaz intelectualmente y analfabeto”, Chacón no tiene sino que demostrar con obras (literarias), no con piezas (jurídicas), que no lo es”[3].

“Hacemos nuestras las palabras de Ecudriñez, como solución a este absurdo impasse”, dijo Eduardo Márquez, presidente de la Federación Colombiana de Periodistas. “Ahora bien, queremos lanzar una voz de alerta a la sociedad, porque el demandante lo que está cuestionando -nada más y nada menos- es la libertad de expresión y de opinión de todos los colombianos”.

A continuación, el análisis del caso hecho, para FECOLPER, por el asesor jurídico del Centro de Solidaridad de la Federación Internacional de Periodistas, Andrés Monroy:


La Libertad de expresión y opinión, son derechos consagrados los artículos 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos[4].

En nuestra Constitución Política, el artículo 20 garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones.

La Corte Constitucional ha señalado que "la libertad de opinión significa la posibilidad de comunicar a otros el propio pensamiento, por lo cual puede decirse que este derecho coincide en cuanto a su objeto con la libertad de expresión"[5].

En este caso concreto, existe una doble manifestación de la libertad de expresión. El abogado Pablo Chacón Medina ejerció su derecho a la libertad de expresión artística a través de sus escritos. Por parte del crítico literario Renson Said Sepúlveda, la libertad de expresión es ejercida cuando manifiesta sus opiniones respecto a la producción literaria, calificando su calidad a partir de criterios subjetivos.

La Corte Constitucional ha señalado: “No es posible que se pretenda rectificar, corregir o modificar por una autoridad pública o por un particular el contenido de una obra literaria cuya autoría es producto de la creatividad intelectual, propósito e intención del autor (…)”[6]. En el mismo sentido, puede afirmarse que tampoco es posible pretender la rectificación sobre una opinión acerca de una obra que se muestre al público como literaria, bajo unos claros parámetros de respeto por la dignidad de la persona. No calificar a un abogado como poeta, no puede considerarse como un atentado contra el honor, susceptible de penalizarse.

Hay que tener en cuenta que cuando una persona somete al conocimiento público las producciones de su intelecto, se enfrenta a la posibilidad de obtener opiniones favorables o desfavorables al respecto. Es impensable pretender la unanimidad positiva en torno a una producción artística, o que se presente como tal. De acuerdo a lo anterior, podemos retomar a la Corte Constitucional cuando señala que “(…) la sociedad tiene la carga de soportar opiniones que causen molestia o afecten el amor propio de las personas”[7].

En palabras de Juan Gabriel Vásquez, columnista de El Espectador: “Para eso está la crítica, para opinar, y para eso están los libros y también sus autores: para aguantar las opiniones”[8].

A continuación transcribimos el texto de una carta de solidaridad con el crítico literario Renson Said Sepúlveda Vergara[9].

Manifiesto por la libertad de expresión y el derecho al libre ejercicio de la crítica

Los abajo firmantes: poetas, artistas, librepensadores, gestores culturales, artesanos de la palabra, dramaturgos, mendigos, periodistas, cantantes, bailarinas y gente del común, rechazamos de manera unánime la demanda penal por injuria y calumnia que el abogado y poeta Pablo Chacón Medina entabló contra el crítico literario Renson Said Sepúlveda por haber emitido un juicio sobre su poesía.

La columna de opinión que escribió el crítico Renson Said en marzo de 2003 merecía una refutación inteligente en el campo de la polémica, y no la celada cobarde de una demanda judicial en la que el poeta ofendido pide la indemnización de 500 millones de pesos y una retractación pública.

Semejante despropósito no sólo marcha en contravía de la libertad de opinión, del libre ejercicio de la crítica literaria, del artículo 20 de la constitución política colombiana, sino que además sienta un precedente nefasto que haría temblar al mismísimo Goebbels. Las ideas se discuten, no se aplastan con artimañas. Y en el campo de la literatura, donde todo es subjetivo, pretender que un crítico emita obligadamente un juicio favorable a una obra cualquiera, es volver a un periodo de oscurantismo, es borrar de un trazo todas las conquistas sociales de la humanidad y los fundamentos de la civilización en cuyo nombre existimos: los principios del derecho, heredados de Roma; el humanismo conquistado por la Italia del Renacimiento; la libertad de conciencia ganada a sangre por el protestantismo, las libertades proclamadas por la Revolución Americana de 1776; los derechos humanos impuestos por la Revolución Francesa de 1789; y la plataforma de toda sociedad democrática como es la posibilidad de disentir.

Elevamos todas nuestras voces de protesta y exigimos el respeto a las humanidades Rensond Said.



Anexos:

Declaración Universal de los Derechos Humanos

Artículo 19

Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos

Artículo 19

1. Nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones.
2. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión; este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección.
3. El ejercicio del derecho previsto en el párrafo 2 de este artículo entraña deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones, que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para:
a) Asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás;
b) La protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas.


Convención Americana sobre Derechos Humanos

Artículo 13. Libertad de Pensamiento y de Expresión

1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección.
2. El ejercicio del derecho previsto en el inciso precedente no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar:
a) el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o
b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas.
3. No se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios encaminados a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones.
4. Los espectáculos públicos pueden ser sometidos por la ley a censura previa con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la adolescencia, sin perjuicio de lo establecido en el inciso 2.
5. Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.




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[1] Rivas G. Enrique. Juicio a crítico literario. Publicado en El Espectador. Semana del 11 al 17 de noviembre de 2007. Página 11 A .
[2] Ibìdem.
[3] Ecudriñez, Pedro. ¿Quién le teme a Renson Said?. Sábado, 17 de noviembre de 2007. Fuente: www.elespectador.com
[4] Manual de calificación de conductas violatorias. Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Volumen I. Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo. Bogotá, 2004. Página 367.
[5] Corte Constitucional. Sentencia C-616-97 Magistrado Ponente: Vladimiro Naranjo Mesa.
[6] Corte Constitucional. Sentencia SU-056 de 16 de febrero de 1995. Magistrado Ponente: Antonio Barrera Carbonell.
[7] Corte Constitucional. Sentencia T-1319 de 2001. Magistrado Ponente: Rodrigo Uprimny Yepes. Tomado de: Lombana Villalba, Jaime. Injuria, calumnia y medios de comunicación. Segunda Edición. Bogotá, 2007. Página 268.
[8] Vásquez, Juan Gabriel. La crítica al juzgado. Publicado en El Espectador. Semana del 18 al 24 de noviembre de 2007. Página 17 A .
[9] Recibida desde el correo vistazoscriticos@yahoogroupes.fr

Desde mi punto de vista

Noviembre 29 de 2007

Renson Said



Con motivo de la demanda que me interpuso el doctor Pablo Chacón Medina por haber criticado severamente su poesía, se ha desatado toda clase de reacciones a nivel internacional, pero lo que me llama la atención no es eso sino la reacción del propio Chacón Medina. En una carta dirigida al director de este periódico dice que “lo único que le exijo, amistosamente, al joven columnista, Renson Said Sepúlveda, para desistir de la denuncia que le instauré por injuria, es que se retracte públicamente de haber dicho que soy “un falso intelectual”.


Entiendo que si usted dirige su nota de protesta al director del periódico y no al firmante del artículo es porque no espera respuesta del autor sino disculpas de la empresa. Pero me permito contestarle yo. ¿Falso intelectual? Hombre, Chacón, ya está bueno: jamás he dicho eso, aunque lo haya pensado y aunque sea cierto. Pero lo reto a (mejor: le exijo) que lea bien y no tergiverse. No les mienta a sus lectores. Quiero que me señale con el dedo dónde dice “falso intelectual” que, según usted, constituye la base de la demanda. En mi blog (www.nuevolevitico.blogspot.com) está publicada la columna tal cual como apareció en 2003 y sus lectores como los míos pueden consultarla allí o en los archivos de La Opinión. Que usted me atribuya frases que jamás he escrito para instaurarme una demanda penal es jugar sucio y eso deshonra su profesión.


En el documento procesal que tengo en este momento sobre mi escritorio y cuya copia ya tiene Cicerón Flórez para consulta de los interesados, no dice lo que usted afirma, pero en cambio, hay joyas como ésta: mi columna lo afectó en su salud sicofísica, “por lo que ha tenido que solicitar servicios de médicos especialistas, lo cual ha generado gastos ingentes. Por otra parte, ha tenido que gestar los gastos (sic) de la Parte Civil, e igualmente, suspender actividades propias de su profesión y de su vida de escritor, con grave perjuicio de su economía y patrimonio económico familiar. Los perjuicios y daños los estimo en la suma de cien millones de pesos”.


Y por los perjuicios morales dice: “como consecuencia de la conducta punible ejecutada inequívocamente por el procesado para arrojar infamia, injuria, deshonra y deshonor contra el Dr. Pablo Chacón Medina, que lo afectaron emocional, psíquicamente, moralmente y social y culturalmente, los estimo en la cuantía máxima establecida en el artículo 97 del Código Penal (indemnización por daños): mil salarios mínimos legales (unos 433.700.000 pesos) por la magnitud del daño causado y la naturaleza de la conducta”. Firma su abogado Ángel Samuel Sierra. Decir ahora, que no es usted el que pide todas estas cosas, sino su abogado, es una falta de respeto con todo el mundo. Incluso con su abogado.


Sé que a usted no le tiembla el pulso ni la voz para mandarme a la cárcel sobre la base de una sarta de mentiras, porque conozco sus influencias. Pero vaya sabiendo de una vez que la dignidad y la decencia no tienen precio. Usted tasa eso en mil salarios mínimos. Yo prefiero ir a la cárcel y seguir siendo honorable.


DE LO REAL EN LA LITERATURA


Renson Said



El escritor español José de Sánchez Marías acaba de publicar un enjundioso ensayo sobre lo real en la literatura al que tituló de manera enciclopédica “Ensayo sobre lo real en la literatura contemporánea y sus límites con la naturaleza”. Un catálogo de novelas hispanoamericanas que según el escritor español deben ser clasificadas exclusivamente como “realistas” porque su verdad literaria “es compatible con la verdad histórica de los pueblos”. Sánchez Marías es profesor de literatura comparada en la Universidad de Salamanca y escribe ocasionalmente una columna en El País, de Madrid. Sus artículos son densos, sus opiniones sobre el conflicto palestino tienen resonancia internacional, pero sus textos sobre arte y literatura no sólo son de una pobreza argumentativa rayana en la bobería sino que retoma discusiones ya superadas por la historia.



El título del ensayo me parece pretencioso: ¿qué es lo real? Nadie lo sabe. ¿Qué es literatura? (Jean-Paul Sartre escribió un libro de trescientas páginas haciéndose esta pregunta y no encontró respuesta), ¿A qué se refiere con literatura contemporánea? (Borges se sentía contemporáneo de Virgilio), ¿cuáles son los límites que la literatura tiene con la naturaleza? Ya Aristóteles decía que no había límites sino oposiciones, porque la vida no está hecha con palabras, en cambio, la naturaleza de la literatura es verbal y polisémica. Y por último, ¿por qué señala a Cien años de soledad como una novela que no habla de realidades? en fin, tantos disparates merecen un comentario.



No puedo estar de acuerdo con la visión estrecha del profesor Sánchez Marías porque la realidad es más amplia que aquella que perciben los sentidos. Cada época tiene sus temores, sus mitos, sus sueños, sus fantasmas y un ideal del ser humano que las ficciones expresan con mayor fidelidad que ningún otro género (el reportaje o la historiografía, por ejemplo). A los lectores del siglo XVI las hazañas de Amadís les parecían realistas porque esas extraordinarias fabulaciones simbolizaban sus más hondos y sensibles deseos. A los lectores el siglo XVIII, que ambicionaban lo excesivo y querían ardientemente que el mundo estuviera gobernado por lo extraordinario, las obras de Rabelais los colmó con una humanidad de seres en los que la desmesura era la norma y lo ordinario y “real” la excepción. Porque la literatura no es la vida, como para que se le tracen límites entre ésta y aquella, sino que es su contradicción, como sugería Aristóteles, una vida aparte, con leyes y reglas propias, en las que puede ocurrir que el exceso parezca normal y el “realismo”, irrealidad.



Pretender que la literatura “realista”, es, como dice Sánchez Marías, aquella cuya verdad literaria “es compatible con la verdad histórica de los pueblos”, es demagogia, y la demagogia no tiene nada que ver con la literatura. Porque la literatura no es una escrupulosa pintura de la experiencia real, sino que al ser contada (la vida, la realidad) de manera literaria, cambian las reglas de juego. El episodio sobre la masacre de las bananeras contado por Álvaro Cepeda Samudio y más tarde por Gabriel García Márquez, pertenecen a la exclusiva realidad dramática de la literatura aun cuando en ella se perciban correspondencias con el episodio de la vida real que la inspiró.



Así como no se puede juzgar una película a partir de su modelo literario, tampoco se puede juzgar la literatura “realista” por su exactitud con los acontecimientos de la vida real. Los hechos que cuenta una novela sobre la guerra civil española, no son de ninguna manera, la “verdad”, la “vida”, la “historia” de la guerra, sino que son la “verdad”, la “vida” y la “historia” de una novela, es decir, de una ficción: de una mentira que busca la verdad literaria escamoteando las mentiras de la historia y de la vida.



Es por eso que tal vez el término “realista”, para definir una obra que conserva fidelidad con los acontecimientos superficiales de la vida real no cabe en la literatura. Porque la novela, es decir, la ficción, expresa una verdad de a puño: la de ciertos miedos, sueños o anhelos nuestros que son reales y que coinciden con los que el autor concretó en su soberbia creación. Las confrontaciones políticas, el paso de la oralidad a la escritura, los mitos y la llegada de los grandes inventos a Macondo, forman parte de la ficción de García Márquez, pero su artificio no está divorciado de la vida, sino que es un simulacro tan persuasivo y sugerente que no sólo nos exalta sino que nos hace tomarlo por la vida verdadera: la vida de donde provino y de donde el autor escamoteó elementos para darles una solución estética.



Como decía Mario Vargas Llosa “las mentiras de la ficción sólo son aceptadas por los lectores cuando, a través de las deformaciones, exageraciones, corrupciones y trastornos que imprimen a la experiencia humana, expresan una verdad profunda, oculta bajo la máscara con la que el creador recompone en su obra lo vivido”.



En un sentido estricto no creo que haya literatura “realista”, si no se tiene en cuenta esa zona oscura del hombre que son sus sueños y pesadillas, sus deseos y ambiciones: sus tormentos. Tal vez eso sea más real que los hechos históricos de que habla el profesor José de Sánchez Marías.

La literatura como pasión*

“Somos lo que leemos, pero igualmente somos lo que no leemos”:Alberto Manguel

“Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual”.

Jorge Luis Borges


Renson Said Sepúlveda

1.

La lectura es un acto íntimo. Y así como nadie lee dos veces el mismo libro, es imposible hacer una historia general de la lectura. Porque cada hombre es un universo autónomo, con características propias y con su particular visión de mundo. Leemos, pues, de distintas maneras y por diferentes motivos. Vemos incluso en el mismo libro cosas que no advertimos en lecturas pasadas. Y lo que ayer nos parecía una novela magistral hoy puede ser un esperpento. Porque también la edad tiene mucho que ver con las lecturas. A medida que pasan los años, el gusto se va refinando, y el lector elige los libros afines a su espíritu sensible. El principito, leído a los nueves años, es una hermosa obra sobre la amistad y el sentido de la vida. Pero los estudiantes franceses que en mayo del 68 salieron a las calles a protestar contra la sociedad y su época, vieron allí otra cosa: un tratado político y un documento filosófico sobre la fraternidad y la solidaridad que los llevaría a fundar un mundo mejor.


Los lectores del siglo XVI vieron en Don Quijote una burla a las novelas de caballería, pero lectores del siglo XXI ven allí un enfrentamiento visceral entre dos universos antagónicos e irreconciliables: el materialismo frente al idealismo: Marx y Hegel; Jesús y Tomás, o, si lo prefieren, Parménides y Platón. No sabemos entonces cómo se leerá en el siglo XXII una obra como El otoño del patriarca, de García Márquez o El hombre sin atributos, de Musil. Porque la literatura es lo que más se parece a la vida, y como la vida misma, hay libros que envejecen, se vuelven cursis, se les nota el relleno, pero hay otros que se fortalecen, adquieren vigor y vigencia, y en muchos casos se transmutan y llegan a las nuevas generaciones con un mensaje fresco y actual que quizá su autor nunca pensó exponer.


Por eso, para hablar de la lectura, voy hacerlo desde mi experiencia personal. Mi experiencia como lector de obras literarias. Y además, porque creo con Borges, que lo que pasa por el corazón de un hombre pasa también por el corazón de todos los hombres.

2.

Tuve la fortuna de crecer en un hogar con muchos libros y muchas gallinas. Había tantas gallinas en casa como libros en los estantes. Y uno podía ir al solar a leer mientras las gallinas ponían huevos. Pero los domingos tocaba limpiar la biblioteca y ordenar los libros de la misma forma como se ordenan los huevos en una caja de cartón. Mi padre era entonces un lector desaforado. Leía desde libros de medicina y literatura europea del siglo XIX, hasta la revista Mecánica Popular y tratados de filosofía. No recuerdo que me haya sugerido nunca ningún libro, pero tampoco me prohibió leerlos de su biblioteca. De modo que leí todo lo que pude para vencer una timidez congénita, en una casa de locos, con media docena de hermanos y un abuelo que detenía la lluvia con oraciones.


Tenía doce años cuando tuve conciencia de que las paredes de la casa estaban forradas por estantes de libros. En una de esas bibliotecas, que más tarde fue mía, leí la revista Selecciones del Reader´s Digest (tal vez lo primero que leí en la vida) y allí me encontré con una crónica de Hemingway, en África. Hablaba de leones, rifles, safaris: de lo que se conoce como el arte de la caza. Y me entusiasmé con el vigor de su prosa transparente. Con su economía verbal. Pero sería injusto si no reconociera que lo que más me llamó la atención fueron los dibujos: unos leones largos y feroces, pintados con tinta china. Leí la crónica por los dibujos que la ilustraban, es decir, un arte me llevaba a otro casi sin darme cuenta.

Muchos años después, cuando estaba en la universidad, leí todos los libros de Hemingway y ya no me entusiasmó como la primera vez. Y no sólo porque sus libros no traían dibujos, sino porque, como dije al principio, pasan los años y el gusto cambia. Ahora prefiero la saga épica de Faulkner, las novelas de Flaubert y los poemas de Luis Rogelio Nogueras. Pero volviendo al tema: luego de la revista Selecciones, leí la revista Life, en español, y algunos libros: La cabaña del Tío Tom, Los Viajes de Gulliver, Moby Dick de Herman Melville, el Libro de Job, algunos pasajes de las Mil y una noches y los versos de Quevedo:

“¡Ay Floralba! Soñé que te gozaba”, y cosas por el estilo.

En la revista Life leí los discursos de Martin Luther King, las proclamas de Malcolm X y algunas entrevistas con escritores latinoamericanos, como aquella histórica que Rita Guibert le hizo a Julio Cortázar, en París.

Y sí, mucha poesía, porque mis tíos eran poetas. Y la Biblia, porque había que leérsela a mi madre en voz alta. Pero sobre todo, leí con mucho fervor el Cantar de los cantares, que para mi gusto sigue siendo uno de los libros más bellos de la Historia Universal de la Literatura. Recuerdo que antes de dormir yo no recitaba el Padre Nuestro, como era costumbre en casa, sino que repetía en la memoria el capítulo siete del Cantar:

“Tu ombligo es como una taza redonda que no le falta bebida”

Nadie me creía que eso estaba en la Biblia. Y así, poco a poco, me fui volviendo lector, como mi padre, y poeta, como mis tíos, pero fue solo a los 14 años cuando experimenté el milagro evangélico de la revelación que me convirtió de inmediato a la nueva fe. Eran las nueve y media de la mañana de un domingo lluvioso. Mi padre me había pedido que limpiara la biblioteca: eso significaba bajar todos los libros de los estantes, echarle un barniz a la madera para protegerla del comején y clasificar los libros por temas. En esas andaba cuando vi en la contraportada de un libro delgado, la fotografía de un hombre con el cabello desordenado, dientes amarillos y nariz larga como aleta de tiburón: nunca había visto a un hombre tan feo. Entonces leí el nombre y el título del libro. Era Gabriel García Márquez en la contraportada de El coronel no tiene quien le escriba. Leí el libro de un tirón, en dos horas, y todavía hoy no recuerdo que me haya sucedido algo en mi vida que se compare a esa emoción volcánica y feliz de mi primera adolescencia.

Lo que había leído hasta entonces me permitía tener una visión primaria de la literatura. Creía que los libros contaban historias imposibles. Asuntos que en nada tienen que ver con el drama del hombre contemporáneo. Cuando leí El coronel, en cambio, no sólo me di cuenta que también la miseria de la vida cotidiana se podía narrar, sino que se podía narrar con un lenguaje comprimido, libre de cualquier malabarismo verbal y sujeto a una poética de la sobriedad. Luego, cuando crecí, llegué a una conclusión mayor que determinó mi vida de forma instantánea: García Márquez había borrado para siempre la frontera entre la literatura y la vida. Desde entonces no quise hacer nada distinto a leer. Por eso fui un pésimo estudiante en la secundaria. Odié las matemáticas y la Química porque me quitaban horas de lectura. Hace un par de años, cuando tuve la oportunidad de conocer a Gabriel García Márquez en una reunión privada en Cartagena de Indias, le di un abrazo y le dije al oído que le agradecía mucho porque él había sido mi mejor amigo de la infancia.

Porque la lectura sirve para eso: para hacer amigos perdurables. Porque una sociedad sin literatura es una sociedad aislada, condenada a la extinción, al fracaso y al egoísmo. La literatura existe porque la vida no es suficiente, porque la vida es incompleta e imperfecta. La literatura ensancha los límites de la realidad, hace que los hombres nos encontremos en un diálogo universal a pesar de que entre nosotros se levanten siglos de distancia. Gracias a la literatura podemos conversar en un café con Homero y Raskolnikov; pasar una tarde entera con Lolita o ir a una excusión en los Sanfermines con Papá Hemingway para terminar borrachos dándonos trompadas con el bueno de Mailer en un cuadrilátero de Brooklin. Porque la literatura no sólo distorsiona el tiempo, si no que permite ver el otro lado de las cosas. De ahí que la literatura sea rebelión constante contra lo establecido, contra la vida, contra Dios que es la vida establecida. En la literatura entendemos que el mundo puede mejorar, como lo entendió Don Quijote, y ese es el origen de una doble rebeldía: negar la realidad porque es incómoda, pero volviendo a ella luego de bucear en la ficción para mejorarla.

Los estados totalitarios saben esto, comprenden la importancia de la literatura y por eso queman libros y persiguen a sus autores. A Salman Rudshie le impusieron una fatwa; en Nigeria ahorcaron al poeta Ken Saro Wiwa; Taslima Nasrim ha sido perseguida por los integristas islámicos; Federico García Lorca fue fusilado; García Márquez fue perseguido por el gobierno de Turbay Ayala; Tirso Vélez estuvo preso por escribir un poema y años después fue asesinado. Muchos otros han sido prohibidos como Isaac Babel o censurados como Fernando Vallejo. Allí, dónde queman libros, decía Heinrich Heine, acaban quemando hombres.

Por eso ninguna otra disciplina puede sustituir a la literatura en la tarea de formar espíritus críticos, despiertos, inconformes, rebeldes, hombres y mujeres dispuestos a entregar sus vidas para que este mundo ancho y ajeno sea el lugar donde crezca la utopía, donde sea cierta la esperanza y donde los condenados a cien años soledad tengamos por fin la oportunidad de estrechar la mano a nuestro hermano el hombre en una integración universal que sólo es posible gracias a los secretos mecanismos de la literatura y su poder de persuasión.

3.

¿Cómo entender entonces la literatura? ¿Como algo que afecta directamente a la realidad igual que lo hace un documento emitido por un concejo de ministros?, o, ¿como una irrealidad que se aproxima a nuestra vida cotidiana pero que no tiene nada que ver con nosotros? Un día, en una Agencia de Noticias, le escuché a un periodista decir que no leía literatura porque no le interesaba la ficción. Tradicionalmente se acepta la literatura como sinónimo de mentira y a los textos históricos y biográficos como sinónimo de verdad. Sin embargo, no existe una obra literaria (poesía, cuento, novela y teatro) que no está basada exclusivamente en una experiencia real. Por muy fantástica que parezca una obra siempre tendrá raíces que la sujetan a la realidad concreta del mundo personal del autor. En una obra de ficción aguarda siempre la verdad de esa obra, que en últimas, es la elaboración estética de las mentiras de la Historia. ¿Acaso no es más completa y humana una historia de Francia leída a través de novelas como Madame Bovary, de Flaubert, o Los Miserables, de Victor Hugo, que en la rigurosa investigación sistemática de Michelet? Quien quiera saber cómo era la vida cotidiana en la Europa del siglo XIX no tiene sino que abrir cualquier novela de Balzac o de Guy de Maupassant. Allí está todo.

Pero a partir del siglo XX la realidad de la literatura dejó de ser la trascripción grotesca, como lo haría un taquígrafo, de los sucesos del mundo externo. Porque la realidad no termina en el precio de una camisa, sino que es más amplia y profunda, pues incluye los mitos de la gente, sus sueños y sus anhelos. Sus miedos. Nada más real que el subconsciente. Y de eso está hecho el arte. La realidad, que es la base de la literatura, abarca el mito y el símbolo, que son verdades profundas del ser humano.

En ese sentido, toda la literatura es realista. Y así como la literatura es realista la lectura también lo es. ¿Para qué leer con los espejuelos del estructuralismo, de la semiótica, de la teoría de la recepción, del deconstructivismo, del marxismo a la manera de Luckács, o de los formalistas rusos, una obra literaria? Es el lector en su soberana soledad el que debe enfrentar eso que Roland Barthes llama, “el placer del texto”, sin condicionamientos externos.

Dice García Márquez en su texto La poesía al alcance de los niños:


Debo ser un lector muy ingenuo, porque nunca he pensado que los novelistas quieran decir más de lo que dicen. Cuando Franz Kafka dice que Gregorio Samsa despertó una mañana convertido en un gigante insecto, no me parece que eso sea el símbolo de nada, y lo único que me ha intrigado siempre es qué clase de animal pudo haber sido.
Creo que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había genios prisioneros dentro de botellas. Creo que la burra de Balaam habló -como lo dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiera grabado su voz, y creo que Josué derribó las montañas de Jericó con el poder de sus trompetas, y lo único lamentable es que nadie hubiera transcrito su música de demolición.

Creo, en fin, que el licenciado Vidriera de Cervantes era en realidad de vidrio, como él mismo lo creía, y creo de veras en la jubilosa verdad de que Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las catedrales de París.

Más aún: creo que todos los prodigios similares siguen ocurriendo, y que si no los vemos es en gran parte porque nos lo impide el racionalismo oscurantista que nos inculcaron los malos profesores de literatura.

Citábamos a Barthes. El placer del texto. Texto significa tejido, es decir, un placer que involucra al lector con el texto, en una relación íntima, de entrega, como dos amantes al ponerse el sol. Un solo tejido. Pero un tejido en movimiento en el que cada palabra, cada imagen, cada figura literaria, va formando con el lector un todo. No debe haber intermediario entre texto y lector. Como no los hay entre dos amantes en el momento del coito, es decir, en el momento de la lectura. Las lecturas ajenas influyen en la lectura personal con distintos resultados. Es mejor que el lector se enfrente solo a su lectura, que de tropiezos y haga sus propios hallazgos. Y se forme su propia opinión que de seguro será tan legítima como la de cualquier crítico.

A estas alturas, preguntará el desocupado lector, ¿qué leer entonces? Podría citar doscientos libros y es probable que ninguno de ellos logre lo que debe hacer una verdadera lectura: transformar al lector. ¿John Steinbeck? ¿André Malraux? ¿Scott Fitzgerald? No sé. La mejor guía de lectura que conozco es la curiosidad. El lector sabe qué es lo que quiere y debe dejarse llevar por su propia intuición. Pero, mientras se le ocurre algo, puede comenzar por este libro.

*Prólogo a la nueva edición de las antologías de poesía y cuento "Eduardo cote Lamus" y "Jorge Gaitán Durán", respectivamente.