Esta es la columna publicada en el diario La Opinión en marzo de 2003 y por la cual su autor enfrenta una demanda penal por injuria y calumnia, además el poeta Pablo Chacón Medina, en un acto no sólo inédito en Colombia, sino también en el terreno de la inteligencia y la crítica literaria, pide una indemnización de 500 millones de pesos y que su obra sea avalada ante un tribunal.
Renson Said
Lee uno el periódico del domingo, y ahí está, a la vista de todos, un nuevo poema de Pablo Chacón Medina. Ojea uno la edición del lunes o del martes, y allí otra vez, Pablo Chacón Medina, aparece transformado en un gran pensador latinoamericano porque así lo ven sus amigos que también escriben en el mismo periódico.
Pero si uno quiere distraerse un poco leyendo, digamos, las páginas sociales, también allí está Pablo Chacón Medina porque acaba de pronunciar un discurso entusiasta ante la Sociedad Bolivariana, o porque la Academia de Historia le dio una condecoración por sus “aportes intelectuales”, o simplemente, porque leyó frente a una audiencia anestesiada su columna de la próxima semana, o el poema de la semana pasada, o el artículo de un amigo suyo donde le recuerda que es un hombre dedicado “al estudio de la poesía y la historia”.
Y cuando uno cree que por fin va a descansar de tanto Pablo Chacón Medina, que por primera vez en la vida no se va a encontrar con ningún artículo suyo en el periódico, aparece, entonces, de anunciante. Y es que Pablo Chacón Medina posee el don de la ubicuidad: está en todas partes al mismo tiempo: es abogado, orador, poeta, columnista, filósofo, analista, reseñista, declamador, historiador y miembro de todas las Academias que existen en el amplio universo de su dominio.
Por eso es que mucha gente se pregunta cómo hizo este hijo elegido de los dioses chibchas para engañar a una ciudad entera durante tanto tiempo. La respuesta ya la dio Hegel: porque “la mediocridad dura y gobierna, finalmente, al mundo. Esta mediocridad también tiene ideas, aplasta con ella el mundo existente, borra la viveza espiritual, la convierte en mero hábito, y así dura”.
Esa “mediocridad” a la que se refiere Hegel y que borra la “viveza espiritual”, son las majestuosas artes de la simulación expedita que frecuentemente utiliza Pablo Chacón Medina para hacerse un nombre dentro de la literatura local y que caricaturescamente repite la Academia de Historia y la Sociedad Bolivariana sin otro propósito que alimentar el círculo de su propia vanidad. Todos esos vicios juntos son el sustento de una acomplejada y a la vez agresiva como eficiente y pomposa mediocridad municipal.
Pablo Chacón Medina no sabe pensar, consecuentemente no sabe escribir. Y cuando su portentoso vientre concibe un poema de indiscutible densidad retórica no sabe cómo escapar a los grilletes de sus propios heptasílabos. Confunde la oratoria con la poesía y el entusiasmo con la interiorización. Sus poemas son mediocres porque no conoce la disonancia, sufre de incontinencia verbal y no interioriza sino que registra profusamente cualquier anécdota.
El poema no puede estar condenado a su efímera verdad anecdótica, sin que nada lo proyecte sobre su destino eterno y universal. No basta, entonces, con versificar porque la esencia de lo poético está en la fijación de un instante en la percepción y no en juntar imágenes. Chacón Medina no puede llevar el poema más allá de sus posibilidades lingüísticas porque es un poeta de ocasión.
No solo desconoce ampliamente los secretos de la escritura poética, sino que frente a la incapacidad intelectual de producir un ensayo académico sobre Simón Bolívar, decidió ser su apologista nostálgico. Por eso Platón quería expulsar a todos los malos poetas de la República. No le hubiera servido de nada, porque ahora existe la república de Chacón.
Lee uno el periódico del domingo, y ahí está, a la vista de todos, un nuevo poema de Pablo Chacón Medina. Ojea uno la edición del lunes o del martes, y allí otra vez, Pablo Chacón Medina, aparece transformado en un gran pensador latinoamericano porque así lo ven sus amigos que también escriben en el mismo periódico.
Pero si uno quiere distraerse un poco leyendo, digamos, las páginas sociales, también allí está Pablo Chacón Medina porque acaba de pronunciar un discurso entusiasta ante la Sociedad Bolivariana, o porque la Academia de Historia le dio una condecoración por sus “aportes intelectuales”, o simplemente, porque leyó frente a una audiencia anestesiada su columna de la próxima semana, o el poema de la semana pasada, o el artículo de un amigo suyo donde le recuerda que es un hombre dedicado “al estudio de la poesía y la historia”.
Y cuando uno cree que por fin va a descansar de tanto Pablo Chacón Medina, que por primera vez en la vida no se va a encontrar con ningún artículo suyo en el periódico, aparece, entonces, de anunciante. Y es que Pablo Chacón Medina posee el don de la ubicuidad: está en todas partes al mismo tiempo: es abogado, orador, poeta, columnista, filósofo, analista, reseñista, declamador, historiador y miembro de todas las Academias que existen en el amplio universo de su dominio.
Por eso es que mucha gente se pregunta cómo hizo este hijo elegido de los dioses chibchas para engañar a una ciudad entera durante tanto tiempo. La respuesta ya la dio Hegel: porque “la mediocridad dura y gobierna, finalmente, al mundo. Esta mediocridad también tiene ideas, aplasta con ella el mundo existente, borra la viveza espiritual, la convierte en mero hábito, y así dura”.
Esa “mediocridad” a la que se refiere Hegel y que borra la “viveza espiritual”, son las majestuosas artes de la simulación expedita que frecuentemente utiliza Pablo Chacón Medina para hacerse un nombre dentro de la literatura local y que caricaturescamente repite la Academia de Historia y la Sociedad Bolivariana sin otro propósito que alimentar el círculo de su propia vanidad. Todos esos vicios juntos son el sustento de una acomplejada y a la vez agresiva como eficiente y pomposa mediocridad municipal.
Pablo Chacón Medina no sabe pensar, consecuentemente no sabe escribir. Y cuando su portentoso vientre concibe un poema de indiscutible densidad retórica no sabe cómo escapar a los grilletes de sus propios heptasílabos. Confunde la oratoria con la poesía y el entusiasmo con la interiorización. Sus poemas son mediocres porque no conoce la disonancia, sufre de incontinencia verbal y no interioriza sino que registra profusamente cualquier anécdota.
El poema no puede estar condenado a su efímera verdad anecdótica, sin que nada lo proyecte sobre su destino eterno y universal. No basta, entonces, con versificar porque la esencia de lo poético está en la fijación de un instante en la percepción y no en juntar imágenes. Chacón Medina no puede llevar el poema más allá de sus posibilidades lingüísticas porque es un poeta de ocasión.
No solo desconoce ampliamente los secretos de la escritura poética, sino que frente a la incapacidad intelectual de producir un ensayo académico sobre Simón Bolívar, decidió ser su apologista nostálgico. Por eso Platón quería expulsar a todos los malos poetas de la República. No le hubiera servido de nada, porque ahora existe la república de Chacón.
1 comentario:
Nada más que la verdad.
Bien hecho, no lo pudo usted haber dicho mejor.
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