Del autor

En el año 2003 escribí una columna en el diario La Opinión de Cúcuta criticando severamente la poesía del abogado Pablo Chacón Medina. La respuesta del abogado a mi columna fue una demanda penal por injuria y calumnia en un proceso amañado en el que Pablo Chacón pide una indemnización de 500 millones de pesos y cárcel para el columnista. Además exige que me retracte de mis opiniones académicas sobre su producción literaria. Cosa que no voy hacer. El caso ya cumple cuatro años. Dentro de poco, la juez que lleva el proceso citará a las partes implicadas a una audiencia pública. Allí se hará una valoración del proceso y se dictará sentencia. Para que el lector se forme su propia opinión sobre el caso, este blog brindará toda la información.


Desde Bogotá (Colombia)

Bogotá 14 de noviembre de 2007

Por medio de la presente expreso mi total rerspaldo al Literato Renson Sepúlveda y manifiesto mi entera disposición para participar en todas las confrontaciones o debates que puedan surgir para aclarar la presencia y función social de la literatura y de la crítica literaria, que entrega con amor, en libros encuadernados, lo que en el resto del mundo se desencuaderna,

Cordialmente,
Hernando Cabarcas Antequera
Doctor en Filología Hispánica, Universidad de Salamanca
Universidad Javeriana / Ediciones Matías Aldecoa

Desde Argentina

Señores La Opinión:

En honor a la libertad y la libre expresión es lamentable la situación de mi colega Rensón Said en manos de una persona que le falta coraje en el mundo de la poesía que no es más que la comunicación profunda de la vigilia y el viaje eterno de la muerte y el sueño. Dicha persona (Pablo Chacón) si en riesgo de entrar a la profundidad oscura de la poesía no sitúa su instinto como barca de marinero en fuerte tormenta, es mejor que se consagre a otros menesteres dignos de su profesión que no dudo lo es.

La poesía no es un pasatiempo, ni revista para la fama, menos aún columpio de domingo. Nace de la lucha intensa entre el espíritu, la oscuridad y la luz; la visión del vate está allí en dicha tierra prohibida, pecadora y profética. La poesía bifurca los sentidos, desmitifica la civilización y da el magma para descubrir que el poeta habla con el espíritu del mar y la montaña. Así, confieso, que el que decide entrar en dicha correspondencia que asuma sus escritos como la espada siente la gota de sangre en medio de su hoja brillante.

Mis respetos,

William Fernando Pino Peña
Crítico literario & Periodista
Viajero
Ushuaia-República Argentina

POETA POR SENTENCIA

Por: Omar Ortiz
poeta y director del semanrio "Tabloide"

Si quedaba alguna duda de que este país es uribista no porque exista la insurgencia o porque se haya negociado con los paramilitares, sino porque los colombianos somos como el señor presidente: autoritarios, machistas, intolerantes, tramposos, mentirosos, marrulleros y busca pleitos, lo corrobora plenamente la noticia aparecida en El Espectador del sábado 11 de noviembre y titulada, "Juicio a critico literario".

Sucede que en la ciudad de Cúcuta un columnista del periódico "La Opinión" de nombre Renson Said Sepúlveda, publicó el 23 de marzo de 2003 una columna donde criticó severamente la obra poética de un reconocido abogado de dicha ciudad, el doctor Pablo Chacón Medina, desatando su ira, que lo condujo a demandar penalmente a Sepúlveda acusándolo de calumnia e injuria, por cuanto una vez leyó la columna tuvo que acudir a su médico quedando afectado en su salud y personalidad por una cuantía que estimó en una suma igual o similar al presupuesto de la ciudad fronteriza, exigiendo además el embargo de todos los bienes muebles e inmuebles del columnista, un joven de 34 años que se gana el sustento como corresponsal y comentarista del suplemento literario del diario cucuteño. Para dilucidar que tan afectada estaba la lira parnasiana del doctor Chacon, la fiscal 41 de la Unidad de Vida de Cúcuta, acudió al concepto de la Academia de Historia de Norte de Santander, de la Sociedad Bolivariana de San José de Cúcuta, del Colegio de Abogados Penalistas del departamento, de la Asociación de Escritores Nortesantandereanos y a escritores y columnistas como David Sánchez Juliao y Horacio Gómez Aristizabal quienes alabaron todos a una los meritos jurisprudenciales y literarios del demandante, lo que llevó a la señora fiscal a llamar a juicio al columnista por colocar al doctor Chacón ante la sociedad como un "falso intelectual".

Le corresponde ahora a la Juez 4 Penal de Cúcuta, doctora Miriam Rodríguez, establecer si una critica literaria puede dar lugar a los delitos alegados por el querellante, o si mejor se trata de un inalienable derecho de opinión al que están sujetos todos los que ejercen el arte de las letras, partiendo de sus lectores y llegando hasta quienes por razón de su oficio practican la critica desde juicios éticos y estéticos, equivocados o no. Lo alarmante del caso es que parece que el ego del señor presidente y sus ejecuciones tiene ya decididos seguidores en el campo de las letras, y no se tiene empacho en buscar ser reconocido como poeta así sea mediante sentencia judicial.

Desde Stuttgart, Alemania

De Lizette Arbelaez Johnson

He leido en El Espectador del domingo 11 de noviembre lo que le ha ocurrido al columnista de opinión Renson Said en el libre ejercicio que supone la crítica literaria. En diferentes columnas escritas para el diario La Opinión veo que el periodista expone más la vida que su propio patrimonio sobretodo en un país como Colombia donde pensar es un peligro. Es increible que en pleno siglo XXI, el emitir un juicio, traiga como consecuencia que lo asesinen como ha ocurrido con tantos periodistas en el país o como en este caso de Renson Said que le acarree una demanada judicial con un cobro por indemnización de cerca de cientochenta mil euros y por consiguiente su ruina patrimonial, además, una retractatación pública donde se exige declarar como poeta a alguien que escribió una obra. Rompe los equilibrios de la lógica semejante desproporción por una columna de crítica literaria, el monto de la demanda por un juicio crítico, que se suponen parte de los derechos de aplicación inmediata establecidos por la Constitución Nacional que permite entre otros la libertad de difusión y expresión del pensamiento (art. 20 , art. 85 C.N.). Las ideas pueden ser discutidas y cabe la posibilidad de contraargumentar todo dentro del marco de la racionalidad.

En el campo de la literatura todo es subjetivo, no puedo decir que todo lo que se escribe sea la verdad, o literatura, o poesía y menos aún que uno este obligado como lector o crítico a reconocer un poeta por encima de lo que él mismo pueda cosiderarse. No se puede pretender que los críticos emitan sobre una obra juicios favorables o convenientes a la obra criticada. Siempre cabe la posibilidad de disentir y por una crítica literaria no se deja de ser poeta.

Parece contradecir el Estado de Derecho las mezquindades que se dan en una Cúcuta muy provincial desde mi punto de vista.
Espero no ser demandada por este comentario.

Lizette Arbelaez Johnson

Desde Nueva York


Every year millions of young girls compete in beauty pageants. In Colombia, for the Miss Colombia Contest, pictures of the contestants are published in newspapers and magazines weeks before the crowning. Soon after, critics and the general audience begin to deconstruct their bodies and minds in creatively horrendous ways. Her right breast is larger than the left, her voice is like nails scratching a chalkboard, her hips are too low, her plastic surgery scars are too evident, she's retarded, she can't walk, she can't talk, she's uglier than a sack of potatoes are just some of the commentaries published and aired about these brave contestants. But, they persevere and win or lose and life goes on. Most Colombians don't pay that much attention to poets. The whole world doesn't pay that much attention to poets. Poets struggle in the shadows to come up with beauty. They rarely get a chance to flaunt their verses to a wider audience than their close friends and other poets. Their egos can become more fragile than that of a beauty queen, but it's their choice.

Reading poetry isn't easy. You have to reread, digest, concentrate, let go, analize, interpret, memorize, and compare. Renson Said Sepulveda took the time to read some guy's poems and felt a visceral reaction towards them, like some some people do when looking at a beauty contestant with a light moustache, short legs, and big feet saying she wishes to teach African children to read. She has the right to say that, the people have the right to boo her, feelings get hurt, but you move on.
Now, don't tell me that queens put less effort into their performance than poets into their verses.
Alain de Beaufort
New York, NY

Desde Bogotá (Colombia)

Es decepcionante enterarse que un escritor crea que no son válidas y honorables las opiniones de personas que piensen diferente a él, eso solo demuestra mediocridad cultural y va en contra de una de las valores más importantes del país: la multiplicidad étnica y también en contravía de una de las tendencias más importantes en el campo de la investigación: la interdisclipinaridad, solo a través de la unión de ideas diversas es posible la evolución del conocimiento, y esto lo demuestra la historia desde que el hombre comenzó a diferenciarse de los animales porque APRENDIO a usar las herramientas, en el arte las críticas no son para lucrarse de las demandas sino para evolucionar la obra y hacer crecer al artista en sus propósitos… quisiera creer que el poeta en cuestión puede sobreponerse a una critica más en su vida por medio de una obra digna de ser leída por cualquier critico en el mundo!
Ana Mercedes Forero
Diseñadora Industrial
Bogotá - Colombia

Desde Bogotá (Colombia)

El derecho a decir lo que los otros quieren escuchar

“Junín son dos civiles
Que en una esquina
Maldicen a un tirano,
O un hombre oscuro
Que se muere en la cárcel.”
Jorge Luís Borges.


En un mundo como en el que vivimos es difícil sorprenderse porque algo suceda. Después de saber que miles de personas mueren todos los días por causas que podrían haberse evitado, que un determinado país puede invadir otro sin que el resto del mundo haga nada relevante o que el planeta esté dando señales de una inminente destrucción sin que nos sintamos aludidos, prácticamente nada puede sorprenderlo a uno.

No obstante, un acontecimiento me ha llamado la atención profundamente, porque me deja ver que a medida que el tiempo cronológico transcurre, los seres humanos nos tornamos más absurdos.

Desde hace un par de años estoy enterado de la demanda interpuesta contra Renson Said Sepúlveda, eventual compañero de trabajo, maravilloso narrador de historias y crítico literario bastante centrado; al menos desde mi perspectiva.

Me resulta inconcebible que una persona se atreva a demandar a otra por injuria o calumnia respecto a una crítica literaria. A modo de anécdota debo decir que cuando conocí a Renson, lo primero que me dijo fue que uno de mis ensayos, dedicado a Cien años de Soledad, publicado en Imágenes de La opinión, citaba autores que estaban revaluados. Además, agregó, no hacía un aporte relevante en torno a la obra de García Márquez.

Mi reacción, como era de esperarse, no fue la mejor. La verdad es que, en principio, el comentario se me hizo un poco chocante. Y es que, en ocasiones, Renson padece de una franqueza de la que muchos carecemos. Lo cierto es que tengo que admitir que tenía razón. Años después, cuando revisé esos mismos ensayos, entendí lo que quería decirme. Sus palabras me llevaron a un punto de reflexión al que seguramente no hubiese llegado por mis propios medios.

Y es que de eso se trata la crítica literaria; de la posibilidad de analizar y vislumbrar las virtudes y defectos de una obra literaria. Cuando un autor saca a la luz lo que escribe, se expone a la crítica. Yo viví en carne propia la crítica y considero que es una gran prueba. La crítica forja el carácter y nos permite analizar lo que hacemos. La crítica nos permite, como decía Borges, aceptar con ánimo parejo las palmas y la derrota. Es una prueba de fuego que muy pocos están dispuestos a enfrentar.

Pero, ya he dicho muchas cosas que favorecen a la crítica. Valdría la pena considerar qué puede hacer un autor cuando su obra es objeto de una crítica determinada. A decir verdad tiene dos opciones. La primera es hacer caso omiso de la crítica y continuar con su posición. Hay ocasiones en que se puede ser tercamente razonable. La segunda es defender su obra, pero, ¿cómo? De una manera muy simple: escribiendo una defensa en un medio de comunicación masiva como un periódico. El autor de una obra criticada tiene todo el derecho a defenderla, si acaso lo considera pertinente.

Esas son algunas de las opciones que tiene el autor de una obra cuando siente que su creación ha sido criticada injustamente por otra persona. Es posible que tenga otras más pero, desde mi perspectiva, esos dos son, probablemente, las más justas y razonables; las menos indignas.

Pero, ¿qué es eso de demandar a una persona porque escribe un artículo en el que dice que una obra no es de su gusto? ¿A qué estamos jugando? No puedo imaginarme a Joyce, uno de los escritores más importantes del siglo XX, demandando a los Estados Unidos porque, en principio, se negaron a dejar entrar Ulises a su país, calificándola de novela pornográfica y vomitiva. Mucho menos puedo imaginarme a García Márquez demandando a la primera editorial a la que le entregó La Hojarasca cuando, dicha editorial, le devolvió el manuscrito de la novela desdeñosamente; agregando que lo mejor era que no volviera a escribir porque el premio Nóbel no servía para eso.

Escribo estas cortas palabras por necesidad, porque me parece inconcebible que en un país que, al menos en teoría, asegura ciertas libertades, un crítico literario sea demandado por hacer su trabajo.

Por supuesto que no soy tan ingenuo como para no saber que en nuestro país y, en el mundo en general, los llamados derechos fundamentales no son más que un ideal que pocas veces se cumple. Es evidente que aquí no hay sino que decir algo que no vaya con el orden establecido para terminar inerte en algún botadero. Esa es una verdad tan evidente que es absurdo mencionarla. Pero aún más absurdo es que, en un campo tan amplio como la literatura y el arte, no exista el derecho a decir lo que uno piensa.

Después de enterarme de todo este asunto no he podido evitar reflexionar pues, como dije, la crítica casi siempre tiene ese efecto. Ahora sé que debo tener mucho cuidado con mis palabras, que no importa que un título acredite mi competencia en un determinado campo. No. Lo que tengo que hacer es escribir o decir lo que el autor quiere escuchar sobre su obra o, de lo contrario, me demandará por calumnia o injuria.

Si las cosas siguen su curso, cualquier día recibiremos una notificación de alguien que nos demandó porque terminamos una relación, porque nos fumamos un cigarrillo en la calle o porque, sin querer, los miramos feo.

Sergio Ernesto Perozzo.
Profesional en Estudios Literarios.
Universidad Nacional de Colombia.

Desde Cúcuta (Colombia)

Respetado maestro Cicerón:

Con asombro e indignación, hemos seguido el curso de la interminable demanda por injuria y calumnia, interpuesta por el ilustre penalista Pablo Chacón Medina, contra el crítico literario Renson Said Sepúlveda. Nada más oprobioso y atentatorio contra los mínimos de civilidad, que tanto ha costado a la humanidad construir. En nuestra calidad de organización defensora de derechos humanos, no permitiremos jamás el regreso a los tiempos, en donde la palabra y las ideas, vuelvan a ser castigadas con la cárcel, la horca o la hoguera. Nuestro aliento y solidaridad con Renson Said.

Con sentimientos de aprecio

Wilfredo Cañizares Arévalo
Director Ejecutivo
Fundación Progresar Norte de Santander

De Harold Alvarado Tenorio

De la manera mas cordial, don Pablo, manifiesto mi inconformidad con la infamia que usted ha procedido a practicar con el escritor Renson Said, una de las mejores y más prestigiosas plumas de esta Colombia infame por causa de personas como Ud. Reciba mis felicitacitaciones por haber contribuido a que Renson sea mejor conocido y apreciado en su justo mérito.



Harold Alvarado Tenorio
Doctor en filosofía y letras de la Complutense de Madrid (España)
Director de la revista de poesía Arquitrave · www.arquitrave.com
Vea : www.haroldalvaradotenorio.com
Escriba a: h.alvarado@cable.net.co

Desde Cúcuta


Señor Chacón Medina:

El rol de poeta y escritor conlleva al escrutinio publico de las obras del autor, la critica ejercida desde el rol de periodista es tan valida como la ejercida desde el rol del lector, sea cual sea su profesión y juicio y conocimiento de la obra del escritor, en un país de libertades la critica y el juicio no debería pasar por el burocrático y cohartador sector de las leyes, de juzgar a todo aquel que hable mal de la labor de una persona, sería volver a la caza de brujas de Mcharty o a la Inquisición, a acabar con vidas y carreras de personas por opiniones, si se es escritor la pluma es la mejor defensa, así se ejerza la labor de abogado, creo que la pluma está servida señor Pablo Chacón Medina, defienda sus juicios en su editorial como lo hace Renson Said, demandar por demandar sería como si yo demandara a todo aquel que me mirara feo, creo que los poemas que escribe dejan de ser suyos cuando pasan a ser leídos por cualquier lector emergente,y cualquier lector tiene derecho a opinar sobre su obra, muchas gracias y apoyo 100% a la libertad de expresión.



Andrés Ricardo Carvajal

Cúcuta

Desde Buenos Aires, Argentina

El sólo hecho de que el escritor Renson Said haya publicado una columna para criticar los "Poemas" de Pablo Chacón Medina ya determina un acto de paciencia casi que cristiana al tener la voluntad de leer estos escritos incongruentes y mal hilvanados.

Renson, en su labor de periodista, tuvo el acierto y el buen gusto de no recomendar la lectura de estos escritos. No entendemos como el Doctor Chacón, en un abuso absoluto de poder se atreve a demandar a Said dizque por lesiones personales, porque una crítica lo mandó a la cama. CUando Salma Rushdie fue condenado a muerte por los islamistas radicales, V.S Naipaul dijo "Es un tanto exagerada la crítica que le hacen los islamistas al libro de Rushdie, un tantito no más" Nadie dijo nada y todo el mundo se río, incluso dos años después le dieron el premio Nobel al escritor Indio.

La demanda a Said es una afrenta a la constitución y a la libertad de información y expresión una prueba mas que delata nuestro provincialismo ramplón. En la antiguo Grecia eran ejecutados todos aquellos que trataran de burlarse de la constitución. Lástima que ahora en vez de degollar a este tipo de infames se les premia con jugosas pensiones vitalicias.


Ivan Gallo

Historiador y cinéfilo

Buenos Aires, Argentina

Desde Drurham, Inglaterra


Estimados Señores de La Opinión:

De nuevo vuelve, como esos viejos programas de la televisión colombiana que se reencauchan cuando no hay nada nuevo que pasar, el tema de la "increíble y candida historia" de un poeta que no admite critica alguna a su obra. De acuerdo con múltiples ejemplos históricos, la poesía ha sido siempre símbolo de libertad y de incondicionalidad. Solo aquellos comprometidos con determinados regimenes han tenido la osadía de decir que su obra era poética cuando en realidad no se trataba mas que de una herramienta más para acallar, controlar y vulnerar la libertad de los individuos.

Me parece que si hay una critica de Renson Said a la poesía del señor Chacón Medina, esta debe ser entendida tal cual es: una critica literaria. Pretender una indemnización en dinero por señalar deficiencias en una obra poética (así dichas criticas no sean del todo justas) es una forma de deshonrar a la poesía misma. Me parece que la mejor forma de reaccionar ante una critica a una obra poética, por parte del autor criticado, debería ser escribir mas y mejor...O, al menos, intentarlo. Querer legitimar la propia obra por vía judicial solo se concibe en una mente leguleya y miope...Son la historia y la sociedad las que deben encargarse de emitir tales juicios, de decir quien tenia la razón, y no un "juzgado del circuito".

Cordialmente,
Eduardo Diaz Amado, MD
Postgraduate student
Durham University
United Kingdom

Desde Estados Unidos


Señor Chacón:
Cordial saludo.

Kant pedía hace varios siglos en Europa: "libertad para el uso publico de la razón en todos los asuntos", y eso fue lo que no logramos nosotros como organización social. No logramos la mayoría de edad como sociedad por que ante el ejercicio de la crítica, preferimos la adulación, la pereza, el prejuicio y la cobardía. Y quien no sea un manso adulador merece una absurda demanda penal y otra civil. Como la que usted acaba de hacerle al periodista Renson Said Sepúlveda para callarlo e intimidarlo.Después de la Ilustración, después de tres siglos de lucha contra la intolerancia, el uso público de la razón debe ser libre. Kant exigía: "Respetar la vocación de cada hombre de pensar por si mismo". Usted como ciudadano y hombre de leyes, debe saber que es imperativo para un periodista hacer uso público de su razón. Pues la critica sincera y desinteresada lleva implícita una perspectiva moral del mundo.

Alfonso Flórez
13.461.082 de Cucuta.

Desde Ecuador

Desde Ecuador

Señores

La Opinión:



Con indignación he recibido la noticia de que la crítica literaria se constituye en delito tipificado, de que las ideas se contestan con demandas, de que un amigo claro y crítico transparente y abierto es citado en los tribunales, por quien tiene la capacidad –que por cierto muy pocos en este país tienen- de acceder, a través de la demanda, a la efectividad de la “justicia”... para defenderse de una crítica literaria!.



Con toda seguridad, no prosperan en Colombia tantas demandas por el delito de estafa, que sin embargo pulula, ni se hacen efectivas tantas tutelas a favor de quienes ya han sido vulnerados en los derechos fundamentales, y mucho menos prosperarán las acciones de los millones de desplazados para obtener una reparación verdadera o acceder cuando menos a la verdad, como prosperan esta suerte de exabruptos “legales” en los que se centra el quehacer de la llamada “justicia”.



Vergüenza debería dar el solo hecho de ocupar a los jueces en semejante tarea en el país de la injusticia, qué no decir de contestar de esta manera tan siniestra un ejercicio público y reconocido como la crítica.



Habrase visto!!! Perdón… Se ha visto siempre! Que las ideas sean combatidas con sentencias o con balas. Lo imperdonable es que continúe ocurriendo y que el escenario sea precisamente el ámbito de la literatura –nada más sujeto a crítica y, que de hecho, existe en buena medida gracias al ejercicio de la crítica-, el escenario de la comunicación, de los medios de comunicación, es decir, el escenario más formalmente dispuesto a defender la libertad de opinión y cuando menos, la libertad de prensa.



Esta es la segunda vez que me dirijo a ustedes sobre el tema de la demanda a Renson Said por parte de Pablo Chacón Medina, y lo hago, por supuesto, para apoyar a Renson, a la libertad de opinión, a la posibilidad de ejercer con libertad la crítica literaria y la crítica en general, a la posibilidad de generar un debate, en fin a la posibilidad de que al menos la libertad se exprese, ya que no se materializa en esta sociedad.



Fraternalmente,



Thania López

Cucuteña y Socióloga

CC. 60. 347. 314 de Cúcuta




Ojo con la censura y la represion intelectual: Dos ejemplos para tener en cuenta

miércoles, noviembre 21, 2007
Wilson Díaz

Hace poco miembros del cuerpo diplomático colombiano en la ciudad de Londres retiraron la obra del artista Wilson Díaz titulada "Héroes del Sur" argumentando que atentaba contra los intereses de la nación ya que mostraba a los guerrilleros de las FARC en el ámbito internacional y esa circunstancia declaraba de manera peligrosa la supuesta simpatía pro-insurgente del artista, que el consulado, la embajada y todos los diplomáticos colombianos en el Reino Unido no podían tolerar teniendo en cuenta la grave crisis que afronta el pais. Aquí se realiza tal vez la lección más tenebrosa que las alianzas uribistas con el crimen: LA CENSURA. El consulado y la embajada de Colombia en el Reino Unido se abstuvo de la circulación de su desacuerdo por los medios de comunicación y encambio prefirió usurpar de la galería al mejor estilo macartiano la obra de Diaz. Este hecho es tan grave ya que evidencia la invasión a la propiedad intelectual del artista y la imposición del silencio que ejercieron todas las dictaduras del mundo contra los intelectuales. Se concluye entonces que los únicos que gozan del derecho de opinar y manipular materiales relacionados con el conflicto armado en Colombia son aquellos autorizados por el poder estatal y no los ciudadanos que intentan construir desde ópticas paralelas una versión de la guerra. El arte como manifestación de la libertad de expresión debe permanecer en este sentido si se desea obtener la diversidad de interpretaciones ejercitadas por el espectador, pues la obra sólo se completa al integrarse con sus lectores.


Renson Said Sepulveda

El segundo caso, tan o más nefasto es la demanda impuesta por el abogado Pablo Chacón Medina contra el periodista, poeta y crítico literario Renzon Said Sepulveda quien publicó en el 2003 una columna en el diario de la ciudad de Cúcuta "La Opinión" en la cual desconoce las propiedades estéticas de la obra literaria de Chacón Medina. Según Chacón la crítica de Renzon Said Sepúlveda lo perjudicó de tal manera que pide por parte del crítico el reembolso de aproximadamente 500 millones de pesos y el embargo de todos sus bienes para restutir el mal ocasionado. Tal parece que Chacón no tolera que nadie enfrente su producción intelectual y cualquier posición que este en contra de su estilo literario prefiere defenderla, no a partir de un debate público sobre estéticas literarias, sino a través de sus conocimientos de jurisprudencia en donde encuentra de una manera más fácil la cláusula precisa para someter a los que se atrevan a criticarlo. Un hecho semejante es la represión de opiniones que se le hacen al uribismo cuando todo aquel que esté en su contra se convierte de inmediato en un "guerrillero vestido de civil" y blanco de la censura, persecución y aniquilamiento. La diferencia en este caso, es que mientras el uribismo en asociación con grupos delincuentes selecciona a sus detractores para desaparecerlos, a Chacón sólo le basta la cuota de 500 millones o la retracción del crítico, que lógicamente va en detrimento de la moral y la ética para el oficio de cualquier hombre de letras.

Columna de Pablo Chacón Medina

Pablo Chacón Medina 17 de Noviembre

Una respetuosa respuesta


Como quiera que el maestro Cicerón Florez, en su prestigiosa sección “Indicadores”, del viernes último, al referirse al artículo publicado en El Espectador, el domingo 11 de noviembre, en el que se me incluye como protagonista de una denuncia, hizo una oportuna aclaración, en el sentido de que “Pablo Chacón ha respondido que no es cierto que haya solicitado indemnización a su favor”, lo cual le agradezco, pues nadie más que él, sabe y conoce, porque se lo he reiterado infinidad de veces, que lo único que le exijo, amistosamente, al joven columnista, Renson Said Sepúlveda, para desistir de la denuncia que le instauré por injuria, es que se retracte públicamente de haber dicho que soy “un falso intelectual, que engañó a una sociedad entera mediante las majestuosas artes de la simulación”. Con el único propósito de contribuir a clarificar la información de El Espectador, y dada la circunstancia de que me enteré que éste domingo, el suplemento literario “Imágenes”, publicará un reportaje con el joven periodista Renson Said Sepúlveda, reiterando lo que varias veces ha venido diciendo en su columna sobre el tema, he resuelto, en vez de mi tradicional columna dominical, publicar la carta que le hice llegar al señor director de La Opinión, porque en ella los lectores habrán de conocer una verdad, que ampliamente conocen los directivos del periódico, sobre mi generosa voluntad, para tratar de ayudar al joven periodista, en la solución de su proceso penal, dado el altísimo respeto y aprecio que le tengo al maestro Cicerón, quien guarda hacia él, una notoria consideración y estima especial.

En lo esencial, la carta dice lo siguiente:

“Con asombro acabo de leer la última columna escrita por el joven columnista, Renson Said Sepúlveda, el domingo 11 de noviembre. Es la misma que antes había enviado a mi oficina, pretendiendo que la aceptara como retractación, para que retirara la denuncia que le instauré, y de la que siempre he estado dispuesto a desistir, sin ninguna otra contraprestación que la de reconocer que me injurió y que lamenta haber incurrido en ello.

Pues bien, no obstante haberle solicitado, en nota que le envié con su abogado, que no la publicara, “porque no la entendía como una retractación, sino como una reiteración de la ofensa, de la injuria, que otrora lanzara contra mí, de manera injusta”, lo cual, cordial y respetuosamente, también informé al maestro Cicerón, el joven Renson Said publicó la columna.

Pero es mas, conociendo usted que no es cierto que aparte de su retractación le esté solicitando una millonaria indemnización, extrañamente, y en la misma fecha del domingo, aparece en el periódico “El Espectador”, sección judicial, una nota con notorio despliegue fotográfico del joven Renson, y bajo el título “Juicio a critico literario”, y un subtítulo donde se destaca que: “Un columnista del diario “La Opinión” está a punto de ir a la cárcel y pagar mas de $500 millones por desconocer una obra”.

Pero lo que me pareció increíble es que allí se diga, con tremenda desfachatez, “...que la ira de Chacón no terminó en esta insólita solicitud de indemnización. Además pidió que embargaran los bienes muebles e inmuebles del critico literario, y que también incautaran los establecimientos comerciales y vehículos que figuraran a nombre del columnista, un hombre de 34 años que sobrevive del sueldo que todavía sigue ostentando como corresponsal o escritor comentarista del suplemento literario del diario La Opinión”.

Por Dios, de donde tanto odio contra mí, tanto deseo de enlodarme, de hacerme aparecer, ahora, ante la opinión nacional, como un perseguidor de la inquisición contra un indefenso joven, que lo único que hace es ejercer el periodismo critico, sobreviviendo, apenas, “del sueldo que todavía sigue ostentando como corresponsal o escritor comentarista del suplemento literario del diario La Opinión”. Un patético cuadro de un abogado desalmado e insensible, que pretende matar de hambre a un periodista, despojarlo de su vivienda, su abrigo, su alimento, su mísero sueldo, según subliminalmente se insinúa en la nota periodística.

Atribuirme, en El Espectador, haber exigido su reconocimiento de que soy un poeta y un intelectual, es una deplorable actitud que no corresponde a la verdad. Varias veces le he mandado a decir con el maestro Cicerón, quien me merece el mas elevado respeto, que de mí puede seguir diciendo que mi poesía le parece mediocre, o que simplemente no lo soy. Eso puede decirlo y repetirlo mil veces. Lo que no debió decir, porque por eso está llamado a juicio, es que soy “...un falso intelectual, que engañó a una sociedad entera mediante las majestuosas artes de la simulación”. De esas afirmaciones, notoriamente injuriosas, es que le he venido solicitando que se retracte. Mientras no lo haga resulta absolutamente inaceptable cualquier insinuación para que desista de la acción penal.

Quiero reiterarle que lo que mas deseo es no ver condenado al joven Renson Said Sepúlveda. Si bien desconozco cuál habrá de ser el veredicto final, no veo la razón por la que desea someterse a la eventualidad de un riesgo innecesario. Si no se retracta, como tantas veces se lo he venido insinuando a través del maestro, es asunto cuyo incierto resultado sólo debe recaer en él. En cuanto a mí, tengo mi conciencia tranquila. Nada que yo no haya intentado para que este proceso termine. Al parecer su soberbia y su terquedad parecen haberme ganado la partida”.

Esta, una respetuosa respuesta a la nota del maestro Cicerón. Si bien, en cuatro años, no me he ocupado del joven periodista, respecto del que he guardado absoluto silencio, no ha sido por desconocer su valor literario, o por arrogancia. Simplemente, no he querido involucrarme en una polémica, infructífera para mí, e incómoda para el periódico.

Pablochaconmedinaazul@hotmail.com

“No tengo más armas que mis propias convicciones” (Entrevista)

Renson Said, el enfant terrible de la crítica, confiesa

Por Saúl Gómez e Isaías Romero



Hace 10 años salió Renson Said Sepúlveda de Cúcuta. Ocultos en algún lugar de su maleta, llevaba unos poemas con los que había quedado en segundo lugar en un concurso nacional de poesía, algunos periódicos arriesgados que editaba en el colegio y con los cuales denunció irregularidades en varios centros educativos de la ciudad. Estas denuncias le costaron el puesto a un rector, según supimos.



Pasados varios años, culminados sus estudios de literatura en la Universidad Javeriana, Renson Said es conferencista y especialista en la obra de Gabriel García Márquez y una de las plumas más osadas que tiene el país. Sus artículos de La Opinión se reproducen en varias páginas Web de América Latina y en revistas especializadas. Su blog en Internet (www.nuevolevitico.blogspot.com) cuenta con más de siete mil entradas, unas cien visitas por semana. Sin embargo, sus logros literarios no se limitan allí, ha sido llamado para realizar los prólogos de literatura universal de la editorial Oveja Negra, escribió el capitulo dedicado a García Márquez en la Nueva Enciclopedia Colombiana editada por el diario El Tiempo, e incluso, por paradójico que parezca, la misma Asociación de Escritores le llamó para realizar los prólogos de las Antologías de los Concursos Eduardo Cote y Jorge Gaitán Durán.



Es el columnista más atrevido que tiene el periódico La Opinión, ya que no escribe para buscar favores, ni para alabar a los políticos de turno, Renson tiene una posición ética, difícil de encontrar en estos días y desde allí lanza sus ataques, donde clava sus espinas en los lectores, esperando que sus palabras convoquen a una acción, que transformen poco a poco a la ciudad y sus adormilados habitantes. Recientemente en el marco de la Feria del Libro de Cúcuta varios asistentes le reclamaron públicamente por el silencio de su columna.



El columnista



-Usted, que es un estudioso de las relaciones entre el periodismo y la literatura, ¿en qué medida su formación literaria ha alimentado sus labores como periodista cultural y como columnista?



-La literatura me ha enseñado que una columna de prensa puede alcanzar la belleza estética de una obra de arte. Una columna, por su estructura, por su lenguaje, por el nuevo ángulo en que se enfoque, puede perdurar en el tiempo, pude vivir más allá de la anécdota que le dio origen. Mire usted las columnas del británico Paul Jhonson en The Guardian, o las de Albert Camus cuando escribía desde la resistencia, o las columnas de Héctor Rojas Herazo y García Márquez y verá que diez o veinte o cincuenta años después de haber sido escritas, tienen una asombrosa vigencia: se leen como si hubieran sido escritas esta mañana. Y eso es posible cuando el columnista tiene una profunda conciencia del arte. Hemingway decía que aprendió a escribir viendo cuadros de Cezanne. Pero también la música, la danza y la escultura ayudan a escribir una buena columna. No digo que mis columnas tengan la misma importancia de estos maestros, digo simplemente que la columna de prensa es un arte que exige disciplina y en la que no cabe ni el exhibicionismo ni la lambonería.



-Su columna, Vía Libre, se caracterizaba por hacer revelaciones y recordar hechos históricos que parecen olvidados pero que hacen parte de nuestro pasado y son causantes de la situación del país; en este caso recordamos cuando hablaba sobre Turbay Ayala, Uribe Vélez, George Bush, entre otros. ¿Qué consecuencias trae para su labor y para su humanidad atreverse a decir lo que todos saben y callan?



-La consecuencia la sabe todo el mundo. Muchos periodistas en este país han sido exiliados y asesinados por que sus escritos revelaron que algún alcalde además de corrupto tiene vínculos con bandas criminales. Muchos columnistas de opinión han sido asesinados o perseguidos porque se han atrevido llamar a las cosas por su nombre. Hace poco Hollman Morris tuvo que salir del país amenazado de muerte. Y Daniel Coronell y Carlos Lozano. En Cúcuta asesinaron al director de La Opinión, Eustorgio Colmenares, a Tirso Vélez y están amenazados Carlos Patiño y Gala Peña. La consecuencia de un trabajo honesto y responsable con la libertad de opinión es un atentado directo y criminal contra la vida del periodista. Sin embargo, pienso que el periodismo es el nivel más alto de la solidaridad humana, en ese sentido, agachar la cabeza frente a una amenaza y guardar silencio, no solo es traicionar su naturaleza, sino también es traicionar la memoria de nuestros muertos. Es duro decirlo, pero el árbol de la libertad muchas veces se tiene que regar con la sangre de nuestros mártires.



-En una columna dedicada al presidente Álvaro Uribe, usted afirma que Colombia y su clase dirigente hacen parte del catolicismo uribista confesional…



-Ah, bueno, lo que sucede es que Colombia ha sido siempre un país de derechas, con una clase política corrupta y excluyente, que no ha sabido y que probablemente no ha querido llevar al país a las puertas de la modernidad. Aquí todavía nos matamos por prejuicios políticos; aquí la gente se muere de hambre y vive en la miseria pero en época de elecciones los políticos les llevan las urnas a los basureros para que voten. Hay zonas del país donde la gente vive en la época de las cavernas, sin luz y sin agua, cocinando con leña. Y eso es así porque a la dirigencia de este país lo único que le importa es conservar sus privilegios. Y el gobierno de Uribe, que se parece mucho al gobierno de Turbay Ayala y aún más al de Mariano Ospina Pérez, ha logrado una alianza criminal entre la derecha armada, la iglesia católica y unos cuantos propietarios que han sumido en la pobreza y en un mar de sangre a miles de colombianos. La alianza de la iglesia con los paramilitares se explica por el hecho de que los paramilitares combaten a una guerrilla comunista y atea que de alguna manera representa una amenaza para la fe cristiana. Pero todo esto viene orquestado desde arriba, desde un presidente que se cree enviado de Dios, que se cree un salvador y un Mesías. Y es probable que lo sea, pero no de los pobres ni de los desplazados, sino de la clase política.



El periodista



- Usted ha entrevistado a muchos escritores de la talla de José Saramago, García Marquéz, Ernesto Cardenal, Antonio Caballero, Gay Talese por sólo mencionar algunos. Frente a un trabajo periodístico como éste qué recuerdos agradables quedan…



-Pues, mire, el género de la entrevista me ha servido para conocer a la gente que yo admiro. Personalmente no me gusta la entrevista desde el punto de vista del trabajo: desgrabar, editar, titular, en fin. Soy muy perezoso para eso. Sólo hago entrevistas cuando me encuentro con un escritor cuyos libros me han gustado y decido entonces buscarlo para hablar de literatura. Eso explica que tenga muchas entrevistas que no he publicado todavía: con Héctor Rojas Herazo, Leandro Díaz o Antonio Caballero. Pero tampoco es que estén completamente inéditas, porque muchas de ellas las he convertido en artículos.



-Qué entrevistas le faltan… cuáles se le dañaron en el camino.



-Muchas. Un día me encontré en una calle de Bogotá con Gustavo Ibarra Merlano, el hombre que más sabía de griego en Colombia y el que había corregido La Hojarasca, de García Márquez. Yo le dije que quería entrevistarlo y él me invitó a que hiciéramos la entrevista ahí mismo, en un café de la séptima. Pero era viernes, cinco de la tarde y la rumba estallaba en las tabernas. Le propuse, entonces, que dejáramos la entrevista para el lunes siguiente y así yo tendría suficiente tiempo para pensar. El maestro Gustavo estuvo de acuerdo y cuando llegó el lunes leí en la prensa muy temprano que Gustavo Ibarra Merlano había muerto ese fin de semana. Algo parecido me sucedió con Eligio García Márquez y Zapata Olivella. Aprendí que en el periodismo las cosas no hay que dejarlas para mañana porque mañana no existe. Y con respecto a su otra pregunta, me gustaría entrevistar a Concha Buika, que no es escritora, sino cantante de jazz, y combina ritmos del flamenco y de las bulerías en una voz que no es de este mundo. Además es dueña de una belleza inverosímil.



El critico Literario



-Usted es un buen lector de poesía, y ha escrito sobre poetas de la talla de Montale, Eliot, Rilke, Cardenal, entre otros, esto ha ayudado a la formación de jóvenes escritores, en nuestra ciudad y en otras oportunidades ha participado en talleres de formación y mantiene correspondencia con varios autores jóvenes. ¿Cuál considera que es la causa de que la actual poesía nortesantandereana, con contadas excepciones, no tenga relevancia a nivel nacional?



-Lo primero que he notado en los jóvenes poetas de Cúcuta es un afán por publicar. Y escriben de prisa, sin las lecturas necesarias, sin la disciplina y la reflexión que conlleva el oficio poético. Y viven preocupados por ganarse el concurso literario, por figurar en el periódico, y en los cócteles. Y usted sabe muy bien que la poesía es un trabajo arduo y paciente. No todos los días se escribe un buen poema. Por eso hay que tener muy claro si lo que importa es la poesía o la publicación. Tal vez hacen falta modelos, salir de la anquilosada influencia de Cote y Gaitán, y con esto me refiero a que hay que superarlos mirando hacia otros lados. Hay un poeta argentino llamado Jorge Boccanera que me parece extraordinario porque usa un lenguaje contenido y preciso en un mundo dominado por la incontinencia verbal.



-Sabemos que usted fue demandado por el abogado penalista Pablo Chacón Medina por hacer una fuerte crítica a su obra poética. Cómo va el proceso y qué consecuencias trae para los pocos críticos literarios que tiene la ciudad, que los escritores no permitan el libre ejercicio de la crítica.



-Mire, la verdad yo he estado muy ocupado y no he tenido cabeza para esto. Ahí está mi abogado que trata de buscar una solución. Pero le puedo decir que esta demanda se analiza desde dos puntos de vista: primero, que Colombia sigue siendo un país de leguleyos que quieren llevar todos los problemas, incluso los académicos y poéticos, a un plano jurídico. Y segundo, que Chacón Medina no ha sido honesto consigo mismo cuando en sus columnas predica la libertad de expresión y se autodenomina humanista, pero al mismo tiempo da muestras de intolerancia y ceguera intelectual. Lo que hace Chacón Medina es peligrosísimo para la libertad de opinión y la libertad crítica. Incluso es peligroso para él mismo y no se ha dado cuenta.



-Por qué asegura que es peligroso para Chacón si fue él quien interpuso la demanda.



-Porque yo he leído sus columnas y muchas de ellas son todo eso que él me endilga: injuriosas, insolentes y menoscaban el patrimonio moral de las personas. Mire, aquí tengo una columna de Chacón Medina publicada en La Opinión en el año 2003 contra el presidente de Venezuela Hugo Chávez. Aquí dice que “Chávez es un payaso con ínfulas de ser la reencarnación del máximo prócer de América”. También dice que es “un papagayo de colores rechinantes”, que tiene una “verborrea de vulgar hojarasca”. Y lo trata de “Bolívar de plomo” y “vulgar imitador” de Bolívar. Y hasta donde yo sé el Consulado de Venezuela no lo ha demandado por injuria y calumnia. Chacón Medina tendrá sus motivos para asegurar que Hugo Chávez es un completo payaso, así como yo tengo los míos para pensar que él es un mal poeta.



-Sabemos que Chacón Medina pide una suma de 500 millones de pesos por indemnización ya que su columna le causó daños personales. Sería la primera vez en la historia que un crítico es tratado de esta manera al referirse netamente a una obra literaria, ¿existe la posibilidad de que Renson Said haya pretendido un daño moral y profundo en la persona del respetado penalista?



-Estoy de acuerdo con el primer razonamiento de su pregunta: es la primera vez en Colombia que sucede algo semejante. Pero, ¿daño moral? Pablo Chacón lo que quiere es plata. Pero la cosa va más allá: él tuvo la oportunidad de contraargumentar desde la tribuna de su columna, y si no lo hizo es porque sabe muy bien que yo tengo la razón. Lo que pasa es que me está usando como chivo expiatorio para demostrarle a sus clientes que todavía tiene poder. Y me elige a mí como blanco porque sabe que yo no tengo más armas que mis propias convicciones. Jamás he injuriado a nadie, ni le dicho a nadie que es un vulgar payaso, como Chacón ha dicho de Hugo Chávez.

¿Quién le teme a Renson Said?

sábado, 17 de noviembre de 2007

Por Pedro Ecudriñez
El Espectador

En la edición del 11 al 17 de noviembre de El Espectador, me enteré de una viva polémica en Cúcuta, entre un crítico literario (Renson Said) y un abogado (¿poeta?) llamado Pablo Chacón Medina. No conozco a ninguno de los dos. En el artículo de El Espectador, firmado por Enrique Rivas, se dice que: “una jueza de Cúcuta se apresta a resolver si el crítico literario del periódico ‘La Opinión’, Renson Said Sepúlveda Vergara, injurió y calumnió al abogado Pablo Chacón Medina, una de las personalidades intelectuales de la capital de Norte de Santander, al señalar que no es poeta ni sus calidades estéticas lo ameritan”.

Traté de conseguir el texto original de Said sobre los poemas de Chacón, y a su vez, los escritos estéticos de éste para formarme mi propia opinión, sin éxito, pues en internet lo único que aparece sobre los dos es lo siguiente:

Sobre Said: conferencia de Said sobre García Márquez en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Cúcuta; poema “Tricolor” en la revista ‘Casa de Poesía Silva’; conferencia sobre la revista ‘Mito’.

Sobre Chacón: artículo “¿Agradece Uribe la gestión de Chávez?”; proposición a favor de un presbítero: “eminente orador sagrado, excelso y prolífico escritor, investigador incansable, conversador inigualable y ameno, entre otros atributos que adornan su personalidad” (lo dijo Chacón, en compañía de otros “doctores”, sobre un joven presbítero, que tampoco conozco).

A lo mejor esto era lo que esperaba (y espera) Chacón de un crítico literario. Es posible que su ego “simulador y vanidoso” (cito a Said a propósito) necesite de este tipo de adulaciones fatuas. Si Said lo llamó: “mediocre, incapaz intelectualmente y analfabeto”, Chacón no tiene sino que demostrar con obras (literarias), no con piezas (jurídicas), que no lo es. Si se arriesga, puede que no sólo Said sino muchos más lo llamemos de nuevo: “mediocre, incapaz intelectualmente o analfabeto”. O quizá los adornos de su personalidad nos maravillen y lo llamemos: “orador sagrado, excelso y prolífico escritor, investigador incansable, conversador inigualable y ameno”. Qué más da.

Más allá de los escritos de Chacón o Said, lo que está en juego para nosotros es la libertad de pensamiento y de expresión. Es cómico que el abogado Chacón demande a un crítico literario por sentirse afectado en su “salud sicofísica”. ¿Se imaginan a los impresionistas franceses demandando a los salones de exposición por no haber incluido sus pinturas en ellos? ¿Dedicando su tiempo, su energía y su creatividad a toda suerte de artimañas legales? Quizá no hubieran pintado más.

Cuántos poetas, de haber seguido la idea de Chacón, hubieran dejado de lado sus obras por ir a los tribunales a buscar a los jueces, en vez de buscar ser leídos (y apreciados o no) por lectores anónimos. Tomemos sólo un caso. El genial Artaud, que ve varias veces rechazada su colección de poemas por la ‘Nouvelle Revue Francaise’ y que lo único que ve publicado es el intercambio de cartas con el director de la revista. ¿Acaso se le ocurrió a él, o a cualquier artista que tenga un mínimo sentido del “gusto” y de “entereza estética”, demandar a alguien por no ser publicado o leído? Por otra parte, ¿qué puede decir un juez, por experto que sea en cualquier especialidad del derecho, sobre el arte? Y finalmente, ¿a quién le importa lo que digan abogados o jueces sobre el arte?

No es, sin embargo, la primera vez que episodios así se presentan en Colombia. Recuerdo, por ejemplo, en la época de la I Regeneración, ciento veinte años antes de ésta, cómo Núñez, Caro y su sanedrín de inquisidores, presbíteros y gramáticos persiguieron y desterraron a Vargas Vila y a Juan de Dios Uribe, por escribir panfletos políticos, y sobre todo por ridiculizar las supuestas “gestas” poéticas del dictador Núñez, y su famoso poema: ‘Que sais-je?’ (¿Qué se yo?).

A quienes defendemos la libertad de expresión y la cultura, debe tenernos sin cuidado que se trate de una “personalidad” o no, el que demande a un periodista por manifestar sus opiniones. Que siga entonces el curso del ‘Affaire Said’. A diferencia de Enrique Rivas, considero que este no es un tema menor y que, si bien no puede compararse a las atrocidades que leemos todos los días (y a las que no se cuentan) en los procesos de “parapolítica”, en la defensa de Said se juega lo poco que tenemos como democracia (a pesar de lo que piense la revista ‘The Economist’).

La crítica al juzgado

El 28 de marzo de 2003, Renson Said Sepúlveda publicó en un periódico de Cúcuta una columna titulada “La República de Chacón”.

Juan Gabriel Vásquez
sábado, 17 de noviembre de 2007 (El Espectador)

El 28 de marzo de 2003, Renson Said Sepúlveda publicó en un periódico de Cúcuta una columna titulada “La República de Chacón”. Era, o pretendía ser, una crítica literaria: parece que el abogado Pablo Chacón, tema de la columna, es poeta. El artículo de El Espectador donde aparecen estos datos explica que al abogado no le gustaron los términos de la columna, que no se referían a sus libros, sino a su figura como poeta. Explica también que el abogado y poeta o poeta y abogado se sintió tan afectado en su “salud sicofísica” por las críticas de Sepúlveda, que tuvo que buscar la ayuda de un médico; y tan afectado, además, que demandó al crítico, y ahora está pidiendo a la justicia que lo condene por injuria y calumnia y que lo obligue a pagar, como indemnización, más de quinientos millones de pesos.

Si la anécdota parece ridícula es porque, en el fondo, lo es. Pero hay ridiculeces que son además profundamente preocupantes, y ésta es una de ellas. Dejemos de lado la propensión de los colombianos a dirimir cualquier desacuerdo en los juzgados: esto es sin duda menos grave que la otra propensión colombiana, la de dirimir cualquier desacuerdo a bala limpia. Pero lo cierto es que el caso del periódico cucuteño, que seguramente es único en el mundo (en ningún país del mundo occidental, por lo menos, habría prosperado una demanda semejante), no es único en Colombia. Hace unos meses, Héctor Abad Faciolince escribió una columna intensamente crítica sobre una redacción titulada Sin tetas no hay paraíso; la reacción inmediata del redactor fue amenazar con demandas judiciales. Y no sé qué me parece más increíble: que un sistema judicial admita las demandas o que los escritores ofendidos se animen a hacerlas.

Que un juez considere que hay delito cuando un crítico da su opinión, es un gran malentendido: porque para eso está la crítica, para opinar, y para eso están los libros y también sus autores: para aguantar las opiniones. Es absurdo recordar semejantes perogrulladas, pero parece que esas perogrulladas no están al alcance de los peritos que aconsejan a algunos jueces. El hecho es simple: todos los autores que en el mundo han sido saben que publicar un libro es un contrato que viene con letra pequeña, y esa letra dice que a partir de entonces el autor deberá soportar lo que se diga de su trabajo. Virginia Woolf dijo del Ulises que era la obra de un universitario que se rasca los granos, y no por eso Joyce fue a los tribunales; un crítico italiano, Francesco Varanini, publicó un libro en el que calificaba a García Márquez de patán, arrogante y palurdo, pero a García Márquez nunca se le ocurriría defender su honor en los juzgados. Le basta ser el autor de Cien años de soledad.

Ahora bien, no todos los críticos son iguales, ni todas las críticas tampoco. Digamos que hay dos tipos de críticos: los inteligentes y los imbéciles. Y digamos que hay dos tipos de críticas: las positivas y las negativas. Pues bien, un crítico inteligente puede producir ambas, y también un crítico imbécil; y una crítica negativa puede ser agresiva y aun insultante, pero también hay críticas positivas con las que el autor se siente insultado. El autor, entonces, medirá las anteriores combinaciones y le dará a cada crítica la importancia que se merece. Y puede decidir si responde o no, aunque para mí, responder a una crítica, positiva o negativa, es una de las prohibiciones tácitas del oficio. Pero lo que nunca puede hacer es considerarse víctima de daños morales porque alguien destroce sus libros, aunque sea en tono insultante. Y lo que no debe hacer, por simple pudor, es pedirle a un juez que diga lo contrario. Casi puedo leer las solapas: El autor nació en tal lugar y en tal año. Ha publicado tales libros de poemas. La crítica los ha destrozado, pero un juez penal opina que son buenísimos.

No sé si eso es lo que quiere un autor.

de la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE)

Desde España

Estimado colega Renson:

El picapleitos reclama a golpe de estaca la autoridad de sus poemas, pero la condición de creador y la autoría de una obra no se compran en un tribunal de justicia. No hace mucho tiempo el general Franco orquestó la barbarie en mi país. Su delirio de poder le llevó a producir la película Raza. No por ello el dictador se convirtió en cineasta. Además, de ser así, hubiera sido de serie B y terror.

Afortunadamente las esencias, y menos las artísticas, son inalienables. Imposible constreñirlas al dictamen de un juez. Pensaba viajar pronto a Colombia, pero ahora me surgen dudas...

¿Me detendrán en la aduana por injurias?

Mi apoyo solidario desde tierras moriscas, como miembro de la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE)

José Lorenzo Benítez
Periodista
Cádiz

PERFIL



Renson Said Sepúlveda obtuvo el título de Profesional en Estudios Literarios en la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, con una tesis sobre las relaciones entre el lenguaje periodístico y literario, en la obra de Héctor Rojas Herazo. Sus ensayos y artículos son publicados en diferentes medios de comunicación de América Latina y el Caribe. Sostiene una columna política los viernes en el diario La Opinión de Cúcuta, que es reproducida en la blogósfera. Ha publicado en la prestigiosa revista Mundo, una de las más importantes revistas de fotografía de Colombia y es autor de los prólogos a las antologías de los Premios Nacionales de Poesía y Cuento “Eduardo Cote Lamus” y “Jorge Gaitán Durán”, respectivamente. Ha sido conferencista en diferentes universidades de Colombia y tallerista del Banco de la República. Actualmente vive en Bogotá, toma café y escucha a Concha Buika.

Carta de respuesta al artículo "Historia de una denuncia"


San José de Cúcuta, 17 de Octubre de 2007

Señor
Renson Said Sepúlveda
Columnista del periódico La Opinión
E. S. M.

Acabo de leer la supuesta nota conciliatoria, que usted piensa publicar en su columna “Vía Libre”, del periódico La Opinión, pretendiendo, con ello, que la acepte como una amistosa y cordial postura de su parte, tendiente a que se entienda como una retractación a los hechos deshonrosos que menoscabaron y causaron grave daño a mi patrimonio moral, constituyendo, a no dudarlo, una conducta punible de injuria.

Al respecto debo manifestarle que su nota “supuestamente conciliatoria”, no la entiendo como una retractación de la ofensa, de la injuria, que otrora lanzara contra mi, de manera injusta.

Me sorprende que a través de esa clase de publicaciones, que considero reiterativas de una grave ofensa, pretenda usted, en un escrito cargado de insolencias, de falsos juicios de opinión, que yo lo acepte como excusa valida, para pedir que se le ponga fin al respectivo proceso penal.

Nada más insensato e inaceptable. Máxime cuando la postura que usted asume, “en el supuesto escrito conciliatorio” no hace nada distinto, a revivir las graves injurias que anteriormente me profirió, refrescándolas, con clarísimos propósitos, fácilmente entendibles, de reiterar ofensas y no de retractarse de las mismas.

Así que si no cambia de actitud, retractándose públicamente de las ofensas deshonrosas que menoscabaron mi honor y causaron grave daño a mi patrimonio moral, debo entender que, hasta el momento, no ha existido de su parte, no obstante mi buen deseo de poner fin a este proceso penal, animo conciliatorio.


Atentamente,


Pablo Chacón Medina

Manifiesto por la libertad de expresión y el derecho al libre ejercicio de la crítica



Los abajo firmantes: poetas, artistas, librepensadores, gestores culturales, artesanos de la palabra, dramaturgos, mendigos, periodistas, cantantes, bailarinas y gente del común, rechazamos de manera unánime la demanda penal por injuria y calumnia que el abogado y poeta Pablo Chacón Medina entabló contra el crítico literario Renson Said Sepúlveda por haber emitido un juicio sobre su poesía.



La columna de opinión que escribió el crítico Renson Said en marzo de 2003 merecía una refutación inteligente en el campo de la polémica, y no la celada cobarde de una demanda judicial en la que el poeta ofendido pide la indemnización de 500 millones de pesos y una retractación pública.



Semejante despropósito no sólo marcha en contravía de la libertad de opinión, del libre ejercicio de la crítica literaria, del artículo 20 de la constitución política colombiana, sino que además sienta un precedente nefasto que haría temblar al mismísimo Goebbels. Las ideas se discuten, no se aplastan con artimañas. Y en el campo de la literatura, donde todo es subjetivo, pretender que un crítico emita obligadamente un juicio favorable a una obra cualquiera, es volver a un periodo de oscurantismo, es borrar de un trazo todas las conquistas sociales de la humanidad y los fundamentos de la civilización en cuyo nombre existimos: los principios del derecho, heredados de Roma; el humanismo conquistado por la Italia del Renacimiento; la libertad de conciencia ganada a sangre por el protestantismo, las libertades proclamadas por la Revolución Americana de 1776; los derechos humanos impuestos por la Revolución Francesa de 1789; y la plataforma de toda sociedad democrática como es la posibilidad de disentir.



Elevamos todas nuestras voces de protesta y exigimos el respeto a las humanidades. No podemos aceptar, por un elemental sentido de la decencia y la justicia, que en el territorio libre de la literatura se presente la misma represión política, la misma cacería de brujas, la misma censura a la libertad y expresión que las dictaduras fascistas de derecha han impuesto en los pueblos de América con el único propósito de crear seres humanos alienados y embrutecidos, entregados todos a una verdad universal impuesta desde arriba. Decía Voltaire: “auque no esté de acuerdo con las opiniones de mi interlocutor, daría la vida por defender su derecho a exponerlas”. Y ese derecho es el que nos asiste a todos en este pronunciamiento.

La República de Chacón

Esta es la columna publicada en el diario La Opinión en marzo de 2003 y por la cual su autor enfrenta una demanda penal por injuria y calumnia, además el poeta Pablo Chacón Medina, en un acto no sólo inédito en Colombia, sino también en el terreno de la inteligencia y la crítica literaria, pide una indemnización de 500 millones de pesos y que su obra sea avalada ante un tribunal.
Renson Said

Lee uno el periódico del domingo, y ahí está, a la vista de todos, un nuevo poema de Pablo Chacón Medina. Ojea uno la edición del lunes o del martes, y allí otra vez, Pablo Chacón Medina, aparece transformado en un gran pensador latinoamericano porque así lo ven sus amigos que también escriben en el mismo periódico.



Pero si uno quiere distraerse un poco leyendo, digamos, las páginas sociales, también allí está Pablo Chacón Medina porque acaba de pronunciar un discurso entusiasta ante la Sociedad Bolivariana, o porque la Academia de Historia le dio una condecoración por sus “aportes intelectuales”, o simplemente, porque leyó frente a una audiencia anestesiada su columna de la próxima semana, o el poema de la semana pasada, o el artículo de un amigo suyo donde le recuerda que es un hombre dedicado “al estudio de la poesía y la historia”.



Y cuando uno cree que por fin va a descansar de tanto Pablo Chacón Medina, que por primera vez en la vida no se va a encontrar con ningún artículo suyo en el periódico, aparece, entonces, de anunciante. Y es que Pablo Chacón Medina posee el don de la ubicuidad: está en todas partes al mismo tiempo: es abogado, orador, poeta, columnista, filósofo, analista, reseñista, declamador, historiador y miembro de todas las Academias que existen en el amplio universo de su dominio.



Por eso es que mucha gente se pregunta cómo hizo este hijo elegido de los dioses chibchas para engañar a una ciudad entera durante tanto tiempo. La respuesta ya la dio Hegel: porque “la mediocridad dura y gobierna, finalmente, al mundo. Esta mediocridad también tiene ideas, aplasta con ella el mundo existente, borra la viveza espiritual, la convierte en mero hábito, y así dura”.



Esa “mediocridad” a la que se refiere Hegel y que borra la “viveza espiritual”, son las majestuosas artes de la simulación expedita que frecuentemente utiliza Pablo Chacón Medina para hacerse un nombre dentro de la literatura local y que caricaturescamente repite la Academia de Historia y la Sociedad Bolivariana sin otro propósito que alimentar el círculo de su propia vanidad. Todos esos vicios juntos son el sustento de una acomplejada y a la vez agresiva como eficiente y pomposa mediocridad municipal.



Pablo Chacón Medina no sabe pensar, consecuentemente no sabe escribir. Y cuando su portentoso vientre concibe un poema de indiscutible densidad retórica no sabe cómo escapar a los grilletes de sus propios heptasílabos. Confunde la oratoria con la poesía y el entusiasmo con la interiorización. Sus poemas son mediocres porque no conoce la disonancia, sufre de incontinencia verbal y no interioriza sino que registra profusamente cualquier anécdota.



El poema no puede estar condenado a su efímera verdad anecdótica, sin que nada lo proyecte sobre su destino eterno y universal. No basta, entonces, con versificar porque la esencia de lo poético está en la fijación de un instante en la percepción y no en juntar imágenes. Chacón Medina no puede llevar el poema más allá de sus posibilidades lingüísticas porque es un poeta de ocasión.



No solo desconoce ampliamente los secretos de la escritura poética, sino que frente a la incapacidad intelectual de producir un ensayo académico sobre Simón Bolívar, decidió ser su apologista nostálgico. Por eso Platón quería expulsar a todos los malos poetas de la República. No le hubiera servido de nada, porque ahora existe la república de Chacón.

Historia de una denuncia

Vía Libre

Renson Said
(Publicada en el diario La Opinión de Cúcuta, Norte de Santander)

Con motivo de un artículo mío publicado en este periódico en marzo de 2003, el doctor Pablo Chacón Medina me denunció penalmente por injuria y calumnia. Además, exige una indemnización por 500 millones de pesos. Mi artículo decía de manera escueta que Chacón Medina no sabe escribir. Tampoco sabe pensar. Y que además su poesía me parece mediocre. También he dicho lo mismo sobre otros escritores de Colombia y América: William Ospina, por ejemplo. Un día señalé a Octavio Paz como falsificador de la cultura por tomar ideas prestadas de Alfonso Reyes y hacerlas pasar como propias en su libro El arco y la lira. Y que yo sepa, ni William Ospina ni Octavio Paz, me ha citado en un juzgado.

Digo todas estas cosas porque estudio el tema, porque me lo dicta mi formación académica, porque me lo dice mi sensibilidad como lector de literatura y porque además no trago entero. Siempre he creído que es difícil hacer crítica literaria en Colombia o crítica de cualquier cosa (crítica a la sociedad, a los partidos políticos, crítica a los valores establecidos), porque como en casi en todo el mundo hispánico, la crítica (y en este caso la crítica literaria) bibliográfica, es en gran parte, apología de clanes.

En mis columnas he criticado prácticamente todo eso: la política, la religión, la economía, el periodismo, la literatura y doscientas cosas más. Las respuestas han sido siempre las mismas: insultos por Internet, amenazas de muerte y atentados verbales. Un día un grupo armado llegó hasta mi casa para sugerirme que no escribiera las cosas que escribo porque podrían “mandarme a callar”. Pues no me callo, simplemente, porque me asiste esa ética de la convicción intelectual que Max Weber distinguía de la ética de la responsabilidad, propia más bien (cuando la tienen) de los políticos.

Y no me callo además porque una columna merece una refutación y no la construcción de todo un aparato jurídico para silenciar a quienes piensan distinto a usted, doctor Chacón. “La verdadera refutación –decía Hegel- debe atender y entrar en la fuerza del contrincante y situarse en al ámbito de su fortaleza. Atacarlo fuera de él y mantener la razón donde él no está, no fomenta el debate”. Llevar a un plano judicial lo que debe atenderse en el ámbito académico es una desproporción que no fomenta el debate porque no está a la altura de la discusión inteligente.

En Colombia, la crítica se entiende como un ataque personal con las armas de la envidia. Como un insulto contra la integridad de la persona. Como un atentado contra su honra. No se atiende al contrincante en el plano de la inteligencia: allí las cosas son más difíciles.

Por eso lamento que un señor como Pablo Chacón Medina, con su edad y trayectoria, me haya mal interpretado. Jamás lo ofendí en el plano personal: ese no es mi estilo. Y si así lo entendió expreso mis excusas. Y le regalo, o mejor, le dedico este párrafo que tomé de una columna suya titulada “Comentarios a una inadmisible intolerancia”, en el que criticaba al presidente Uribe y decía que el Primer Mandatario “demuestra no solo su carácter pendenciero, sino su falta de respeto, ostensiblemente notorio, contra la crítica democrática, que debe ser aceptada y tolerada, así no se esté de acuerdo con ella”. Y más adelante: “mañana ordenará encarcelar, con piquete policial, a quien se atreva a disentirlo”. Me alegra que por una vez estemos de acuerdo.

Escrito en la hoja de una espada

Prólogo a la compilación de los premios de poesía “Eduardo Cote Lamus”

- Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro. Octavio Paz.

- Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio. Federico García Lorca.

Renson Said Sepúlveda

Este libro reúne por primera vez los poemas premiados del Concurso Nacional de Poesía “Eduardo Cote Lamus”, fundado en 1972, por el profesor, periodista, poeta, novelista y ex diplomático, Miguel Méndez Camacho. Desde la fecha de su nacimiento (ocho años después de la trágica desaparición de Eduardo Cote), el concurso de poesía concitó la atención de los poetas colombianos y pronto adquirió prestigio y se constituyó en el más importante premio de poesía del país.



Basta echar un ligero repaso a los nombres que han ganado este concurso para descubrir allí a una nómina ejemplar: Mario Rivero, Jaime Manrique Ardila, Darío Jaramillo Agudelo, Víctor Gaviria, Jaime Jaramillo Escobar, Orlando Gallo Isaza y Jorge Cadavid, entre otros. No sólo el premio los ha consagrado a todos ellos sino que ellos, a su vez, le han dado prestigio al Premio Nacional de Poesía “Eduardo Cote” con una obra sólida que en algunos casos representa la continuación de la mejor tradición de la poesía colombiana de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.



Gracias a la iniciativa de Miguel Méndez Camacho (que por haberlo creado se privó a sí mismo de merecer este premio) el país cuenta con una distinción poética que está a la altura de los más célebres premios de poesía de América Latina, como el “Pablo Neruda” de Chile, o el “Jaime Sabines”, de México



Este Premio surge como un claro homenaje a la vida y obra de Eduardo Cote Lamus, cuya presencia tanto física como intelectual dejó una impronta imborrable en los hombres y mujeres de su generación. En sus inicios el premio contó con el apoyo entusiasta de un grupo de intelectuales que habían asumido la poesía como una forma de iluminación que permite sobrevivir a la vida cotidiana. Ellos son: David Bonells Rovira, Julio Moré Polanía, Rosaema Arenas de Méndez, Cicerón Flórez Moya, Héctor Casas Molina, Eligio Álvarez Niño y Manuel Acevedo Meza. Un grupo de amigos cómplices que se reunían entorno al Instituto de Cultura y Bellas Artes de Norte de Santander para planear los más inverosímiles proyectos culturales y periodísticos en el departamento. Ellos eran el equivalente en estas tierras de lo que en la costa se conoce como El Grupo de Barranquilla. Porque Norte de Santander tuvo también su época de oro. Un periodo en que el teatro, la danza, las artes plásticas, la escultura, la poesía, el cuento y la novela tuvieron un desarrollo notable que todavía hoy no se ha contado. De aquí es Helenita Merchán, una de las esculturas más importantes que ha dado el país. Y Eduardo Ramírez Villamizar. Y el Maestro Carlos Cormane. Y la musicóloga Ligia de Lara. Y Jorge Gaitán Durán. Y Carlos Perozzo. Y la soprano María Helena Olivares. Y doscientos más. El premio nacional de poesía “Eduardo Cote Lamus” intenta, de alguna manera, continuar con un proyecto que ha sido decisivo para el arte nacional.



Por eso, lo que el lector tiene en sus manos es un documento histórico- literario que permite no sólo comprender la evolución que ha tenido la poesía colombiana a lo largo de cuatro décadas, sino también subraya un compromiso estético con la palabra en momentos en que el país buscaba una utopía cierta que cancelara los enfrentamientos partidistas que habían dejado como saldo toneladas de muertos en todas las ciudades del país. En el horizonte de una poesía de campanario, preferentemente dominical y verbosa, estos poemas constituyen un reto para el lenguaje. Aquí el lector encontrará, entre otras cosas, el tono bíblico y exultante en la poesía de Jaime Jaramillo Escobar, el lenguaje libre de toda estridencia lírica de Darío Jaramillo Agudelo, la brevedad luminosa de Jorge Cadavid y las imágenes de pesadillas en los versos de Jaime Manrique Ardila , para mencionar sólo algunas propuestas de estilo. Y también dan una lección: que la literatura no es un pasatiempo de fin de semana, ni una actividad farandulezca, sino, como lo dijo Sábato, es una forma –quizá la más completa y profunda- de examinar la condición humana.



He dicho que este libro es un documento histórico. Pero también es un clima: el de la soledad y el dolor de los hombres. Y ese ha sido el clima de la poesía de todos los tiempos desde Homero hasta hoy.

¿Entonces, sirve de algo esta compilación de climas y dolores? Un día le preguntaron a Borges: ¿para qué sirve la poesía? Y él respondió: ¿para qué sirven los amaneceres?



Este libro sirve para lo mismo que un amanecer. Y para recuperar el gusto por el silencio en un mundo lleno de ruidos. Para reflexionar en una época en que nos quieren imponer un pensamiento único y una verdad universal. Porque la poesía nos libra de nosotros mismos a pesar de nosotros mismos.


Así es la poesía: penetra hasta el hondo rumor del polvo de los huesos, como si estuviera escrita en la hoja de una espada.

Las palabras están en situación

Prólogo a la compilación de los premios de cuento “Jorge Gaitán Durán”.

“Toda literatura no es, en el fondo, sino una mezcla cuyos ingredientes son eternamente los mismos. Pero cada época exige una forma nueva”. Hebbel.

“La única literatura honrada es la que puede mejorar al hombre”.
Constancio C. Vigil.

Renson Said Sepúlveda



Este libro reúne por primera vez los trabajos premiados en el concurso nacional de cuento “Jorge Gaitán Durán”, creado en 1968, por el profesor, periodista, poeta, novelista y ex diplomático, Miguel Méndez Camacho. Aunque Gaitán Durán no se destacó como cuentista (sus trabajos en este campo fueron incipientes), la creación del premio era un homenaje al hombre que, con la fundación de la revista Mito y la importancia de su trabajo poético, había renovado el panorama de la literatura colombiana de mediados del siglo XX. El primer número de la revista abría con una frase reveladora: “las palabras están en situación”. Y que hizo posible un diálogo permanente con otras culturas, con otras formas de pensamiento, con otras maneras de entender el universo. Gracias a ello los falsificadores de la cultura, las glorias locales, los poetas de campanario y los genios de cafetería quedaron reducidos en su exacta dimensión humana: rezagos de una literatura verbosa encallada en una falsa erudición.



Gaitán Durán muere en las Antillas Francesas en 1962. Dos años después muere su mejor amigo, el poeta cucuteño Eduardo Cote Lamus. El primero muere en un accidente aéreo, el segundo, en un accidente terrestre. Al poco tiempo se instauran los premios de cuento y poesía con sus respectivos nombres, como si Gaitán y Cote continuaran más allá de la muerte esa fervorosa correspondencia entre el cielo y la tierra que iniciaron en vida.



La conciencia del lenguaje en la obra de Gaitán Durán, su disciplina académica, su espíritu despierto a las cosas del mundo y su estatura intelectual así como el compromiso político con su generación respaldan estos premios de cuento. Aquí, el monto de los premios no tiene ninguna importancia. Como he dicho antes, es el prestigio del nombre el verdadero valor de estos concursos. Esto no significa que no estén dotados de una buena contribución económica, porque lo están. Si no que la importancia moral, literaria e intelectual del premio de cuento “Jorge Gaitán” es lo que ha llevado a muchos escritores colombianos a participar con fervor en estos concursos.



Como sucede con el premio de poesía “Eduardo Cote”, con estos cuentos se le puede medir el pulso a la literatura colombiana. No hay aquí la tan cacareada influencia macondina, ni hay regionalismos asfixiantes, ni naturalismos fotográficos: no hay un solo cuento que busque tumbar al gobierno de turno. Es decir, no hay realismo socialista, ni realismo trágico, ni surrealismo francés. Estos cuentos simplemente (y aquí el “simplemente” conserva una hondura filosófica) cuentan cosas. Parece una grosera obviedad, pero miren ustedes y verán que hoy en día se escriben cuentos en los que al autor se le olvida contar una historia.



Es probable que esto obedezca a que el concurso de cuento “Jorge Gaitán” surge en una época en que, como lo afirma la profesora Luz Mery Giraldo, la literatura colombiana se despliega en múltiples direcciones en la que convergen varias generaciones o promociones, así como tendencias temáticas y preocupaciones formales. Este premio de cuento es contemporáneo del boom de la narrativa latinoamericana, de la revuelta estudiantil de mayo del 68, de la Primavera de Praga, de la guerra de Vietnam, de la Plaza de las Tres Culturas de México, de Jethro Tull y Stanley Kubrick. Es contemporáneo de un cambio de mentalidad. Tal vez eso explique que ninguno de los cuentos aquí reunidos tenga parentesco alguno. Guillermo Maldonado no parece contemporáneo de Roberto Burgos. El tono nostálgico de Maldonado dista mucho del intimismo de Roberto Burgos. Sin embargo, ambos pertenecen a la misma patria: un lenguaje común y un mundo que comparten. Una visión de mundo particular verbalizada a través de sus instrumentos esenciales.



La pluralidad de temas y lenguajes, de propuestas y enfoques es el resultado natural de una época de crisis. En el momento en que se empieza hablar de la muerte de la novela y de los géneros literarios, de la postmodernidad o del postmaterialismo, surge en Cúcuta un concurso de literatura sobre un género literario específico. Con mucha modestia pero al mismo tiempo con mucho acierto los cuentos premiados y muchos de los que ocuparon segundos puestos necesitaron esa terrible crisis de época para cobrar su propia vigencia. En términos generales, los temas de estos cuentos aquí reunidos son los grandes temas pascalianos: la soledad, el absurdo, la muerte. Los eternos temas de la literatura.



El cuento es un género exigente. Y aunque es poco cultivado, en Colombia hemos tenido grandes representantes. Desde José Félix Fuenmayor, hasta Roberto Burgos. Para no mencionar a los más famosos: Cepeda Samudio, García Márquez, Hernando Téllez, en fin. Porque como en el poema, el cuento no permite malabarismos verbales. Cuaja o no cuaja. Su estructura es cerrada, perfecta y desde la primera línea el autor está obligado a hipnotizar al lector, a impedir la elaboración prolongada de bostezos. Esta compilación de cuentos señala un rumbo, dibuja un mapa, sienta las bases de una literatura plural de ruptura en el panorama de la literatura colombiana. Sus autores son conscientes de que las palabras están en situación. De que el mundo se está desbaratando. Y para dar cuenta de ese desajuste, la literatura necesita tener el ritmo, el estilo y hasta el tono de la vida misma en su más profunda ebullición.

Historia personal de la lectura I

“Somos lo que leemos, pero igualmente somos lo que no leemos”:Alberto Manguel

Renson Said


La lectura es un acto íntimo. Y así como nadie lee dos veces el mismo libro, es imposible hacer una historia general de la lectura. Porque cada hombre es un universo autónomo, con características propias y con su particular visión de mundo. Leemos, pues, de distintas maneras y por diferentes motivos. Vemos incluso en el mismo libro cosas que no advertimos en lecturas pasadas. Y lo que ayer nos parecía una novela magistral hoy puede ser un esperpento. Porque también la edad tiene mucho que ver con las lecturas. A medida que pasan los años, el gusto se va refinando, y el lector elige los libros afines a su espíritu sensible.



Por eso, para hablar de la lectura, voy hacerlo desde mi experiencia personal. Mi experiencia como lector. Tuve la fortuna de crecer en un hogar con muchos libros y muchas gallinas. Había tantas gallinas en casa como libros en los estantes. Mi padre era entonces un lector desaforado. Leía desde libros de medicina y literatura europea del siglo XIX, hasta la revista Mecánica Popular y tratados de filosofía. No recuerdo que me haya sugerido nunca ningún libro, pero lo veía todas las noches leyendo y tomando apuntes en un cuaderno de escolar.



Tenía doce años cuando tuve conciencia de que las paredes de la casa estaban forradas por estantes de libros. En una de esas bibliotecas, que más tarde fue mía, leí la revista Selecciones del Reader´s Digest (tal vez lo primero que leí en la vida) y allí me encontré con una crónica de Hemingway, en África. Hablaba de leones, rifles, safaris: de lo que se conoce como el arte de la caza. Y me entusiasmé con el vigor de su prosa. Con su economía verbal. Pero sería injusto si no reconociera que lo que más me llamó la atención fueron los dibujos: unos leones largos y feroces, pintados con tinta china. Leí la crónica por los dibujos que la ilustraban, es decir, que un arte me llevó al otro sin darme cuenta.



Muchos años después, cuando estaba en la universidad, leí todos los libros de Hemingway y ya no me entusiasmó como la primera vez. Y no sólo porque sus libros no traían dibujos, sino porque, como dije al principio, pasan los años y el gusto cambia. Ahora prefiero la saga épica de Faulkner. Pero volviendo al tema: luego de la revista Selecciones, leí la revista Life, en español, y algunos libros: La cabaña del Tío Tom, Raices, de Alex Haley, el Libro de Job, algunos pasajes de las Mil y una noches y los versos de Quevedo:



“¡Ay Floralba! Soñé que te gozaba”, y cosas por el estilo.



En la revista Life leí los discursos de Martin Luther King, las proclamas de Malcolm X y algunas entrevistas con escritores latinoamericanos, como aquella histórica que Rita Guibert le hizo a Julio Cortázar, en París.



Y sí, mucha poesía, porque mis tíos eran poetas. Y la Biblia, porque había que leérsela a mi madre en voz alta. Pero sobre todo, leí con mucho fervor el Cantar de los cantares, que para mí sigue siendo uno de los libros más bellos de la Historia Universal de la Literatura. Recuerdo que antes de dormir yo no recitaba el padre nuestro, como era costumbre en casa, sino el capítulo siete del Cantar:



“Tu ombligo es como una taza redonda que no le falta bebida”



Y así, poco a poco, me fui volviendo lector, como mi padre, y poeta, como mis tíos, pero fue solo a los 14 años cuando experimenté el milagro evangélico de la revelación. Eran las nueve y media de la mañana de un domingo lluvioso. Mi padre me había pedido que limpiara la biblioteca: eso significaba bajar todos los libros de los estantes, echarle un barniz a la madera para protegerla del comején y clasificar los libros por temas. En esas andaba cuando ví en la contraportada de un libro delgado, la fotografía de un hombre con el cabello desordenado, dientes amarillos y nariz larga como aleta de tiburón: nunca había visto a un hombre tan feo. Entonces leí el nombre y el título del libro. Era Gabriel García Márquez en la contraportada de El coronel no tiene quien le escriba. Leí el libro de un tirón, en dos horas, y todavía hoy no recuerdo que me haya sucedido algo en mi vida que se compare a esa emoción volcánica de mi primera adolescencia.



Lo que había leído hasta entonces me permitía tener una visión errónea de la literatura. Creí que los libros contaban historias imposibles. Asuntos que nada tienen que ver con el drama del hombre contemporáneo. Cuando leí El coronel, no sólo me di cuenta que también la miseria de la vida cotidiana se podía narrar, sino que se podía narrar con un lenguaje comprimido, libre de cualquier malabarismo verbal y sujeto a una poética de la sobriedad. Luego llegué a una conclusión mayor que determinó mi vida de forma inmediata: García Márquez había borrado para siempre la frontera entre la literatura y la vida.



Desde entonces no quise hacer nada distinto a leer. Terminé el bachillerato como pude y luego ingresé al Departamento de Literatura de la Universidad Javeriana. He llevado una vida entregada a la literatura y han sido muchos los libros que me han conmovido: Foe, de Coetzze, La condición humana, de Malraux, Crimen y castigo, los novelistas latinoamericanos del boom, los Cuatro cuartetos, de Eliot, las Crónicas de Indias, el Popol Vuh, El Chilam Balam de Chumayel, la poesía Inca, Rayuela, de Cortázar, Trilogía de Nueva York, de Paul Auster, Melville, Huxley, Sthendal, Flaubert, los poetas del modernismo, con Darío a la cabeza, Montherlant y los norteamericanos del siglo XX: Capote, Wolfe, Dreisser, Dos Passos, en fin. Y también ensayistas, como Alfonso Reyes y Gutiérrez Girardot, pero nada ha llegado tanto a mi vida ni ha definido tanto mi comportamiento frente a la época en la que me ha tocado vivir, como las novelas de García Márquez. Allí encontré un compromiso ético con la escritura y el mundo. Y descubrí que la felicidad es hacer sólo lo que a uno le gusta.



Hoy, cuando han pasado tantos años, me llama profundamente la atención que un librito delgado, encontrado por casualidad en la biblioteca de mi padre, donde además había como quinientos libros más, fuera a determinar el curso de mi vida. Por eso, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte nunca ningún consejo.

TRES SONETOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

En 1984 la revista Pluma dirigida por Jorge Valencia Jaramillo publicó estos tres sonetos de García Márquez. Son poemas de una clara influencia piedracielista, escritos en el fervor juvenil de sus años de aprendizaje literario. Esta es una prueba más de que García Márquez es esencialmente un poeta.



LA ESPIGA

Hermana de la luz, presagio inerte
de otra vida mejor que la de ahora;
estación donde el hombre se demora
para olvidar su cita con la muerte.

Novia de mi canción, la espiga ignora
que su debilidad es la más fuerte
y que solo el amor tiene la suerte
de inclinarla en el hombro de la aurora.

Camino de la sed, ruta del viento,
la busco en mi canción y la presiento
en el extremo de su sombra fina.

Pero es vano tratar de retenerla
y solo un verso puede sorprenderla
en la primera infancia de la harina.


SONETO MATINAL A UNA COLEGIADA INGRÁVIDA


Al pasar me saluda y tras el viento
que dá al aliento de su voz temprana
en la cuadrada luz de una ventana
se empaña, no el cristal sino el aliento.

Es tempranera como una campana
cabe en lo inverosímil como un cuento
y cuando corta el hilo del momento
vierte su sangre blanca la mañana

Si se viste de azul y va a la escuela
no se distingue si camina o vuela,
porque es como la brisa tan liviana

Que en la mañana azul no se precisa
cuál de las tres que pasan es la brisa,
cuál es la niña y cuál es la mañana.

SIN TÍTULO

Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en su tallo de agua temblorosa
el surtidor florece su alegría.

Si alguien llama a tu puerta y todavía
te queda tiempo para ser hermosa;
si aún existe la arteria de la rosa
para tomarle el pulso a la poesía.

Si alguien llama a tu puerta una mañana
Sonora de palomas y campanas
Y aún crees en el dolor de la alegría;

si aún la vida es verdad y el beso existe
si alguien llama a tu puerta y estás triste
abre que es el amor, amiga mía.

Efraim bocafloja

Su oficio es la simulación, la literatura desechable y la pose artificial de escritor maldito. Después de leer a Efraim el lector queda con la sensación de haberse atragantado con toneladas de papas fritas.

Renson Said

Efraim Medina Reyes es un escritor Cartagenero que ha tenido un relativo éxito editorial gracias a sus declaraciones irreverentes para la prensa frívola del país. Es el enfant terrible de las señoras bogotanas que se sonrojan cuando leen que un personaje de su primera novela tiene una “verga de 25 centímetros en días calurosos”. Critica lo frívolo, lo superficial, lo vacío y se burla de la cultura del entretenimiento a través de unas novelas que son sin duda, lo más entretenido, frívolo, superficial y vacío que ha dado la literatura colombiana en mucho tiempo.



Efraim tiene un personaje al que le dicen bocafloja y creo que este apodo es un dibujo exacto del autor. En una entrevista para El Cartel Urbano dice que los nuevos escritores colombianos “escriben maricadas”. Efraim también. Sus novelas son bostezos de una literatura municipal encallada en la pretensión de universalidad. En el afán de escandalizar con un lenguaje que, según él, proviene de sus tempranas lecturas de Charles Bukowski, pero que en realidad proviene de las malas traducciones que hace Anagrama del escritor norteamericano. Para escribir como Bukowski no basta con soltar tres palabrotas callejeras en el párrafo. El lenguaje de Bukowski es la respuesta a una época de crisis tanto personal como social. Efraim intenta copiarlo sin conocer los contextos. Sin conocer la lenta maduración que la vida desarrolla en un hombre para darle esa conciencia del lenguaje, esa estética del desencanto que es lo distintivo en las obras de Bukowski o de Miller.



Dice también que “Héctor Abad es una tía que escribe novelas para tías”. Y a mí en cambio me parece que Héctor Abad es un buen escritor y que Efraim escribe como un sobrino que quiere ser tan bueno como la tía a la que odia.



Dije que Efraim es un bocafloja. Porque se la pasa lanzando improperios contra la farándula colombiana: contra la cultura light que tanto desprecia. Y ese mundillo que ha sido objeto de burlas por parte de Efraim lo contrató para que dirigiera la revista El Gran Hermano: una revista frívola que daba cuenta de los chismes del reality del mismo nombre. Efraim se tragó toda su irreverencia. O peor aún: la irreverencia de Efraim tiene precio. Y por unos cuantos pesos dejó de fingir y se convirtió en lo que realmente es: una pieza más de la industria del entretenimiento. De modo que asumió la dirección de la revista y allí se dio cuenta que sus novelas se vendían mejor si formaba parte del espectáculo. Por eso aceptó la propuesta de otra revista frívola para hacerse una cirugía en el rostro y contarlo en una crónica. Hoy sigue posando como un escritor irreverente, pero en realidad él es eso que los franceses llaman “rastacuero”, es decir, un hispanoamericano que jamás podrá ser lo que dice que es. Porque su oficio es la simulación, la literatura desechable y la pose artificial de escritor maldito. Después de leer a Efraim el lector queda con la sensación de haberse atragantado con toneladas de papas fritas.

Gabo cuenta la novela de su vida

Reportaje concedido al periodista Germán Castro Caicedo. Se publicó en El Espectador de Bogotá, durante los días comprendidos entre el 16 y 23 de marzo de 1977

Nació en Aracataca, departamento del Magdalena, en 1928. Novelista y cuentista de fama universal. Autor, entre otras, de las siguientes obras: Cien años de soledad; El otoño del patriarca; Crónica de una muerte anunciada; El amor en los tiempos del cólera; Doce cuentos peregrinos; Del amor y otros demonios, y El general en su laberinto. Premio Nobel de Literatura, en el año de 1982.


"Gabo" cuenta la novela de su vida

—¿Qué sensaciones lo persiguen más a lo largo de su vida?

—"Yo siempre he tenido la impresión de que me faltan los últimos cinco centavos. Y ésa es la impresión que sigue siendo real. Es decir, yo siempre pensaba... Y no pensaba: ¡Es que es real! Es que siempre me faltaban los últimos cinco centavos. Si yo quería ir al cine, no podía porque me faltaban los últimos cinco centavos. El cine valía treinta y cinco centavos y yo tenía treinta. Si quería ir a los toros y valía un peso veinte, yo tenía un peso quince. Y siempre sigo teniendo la misma impresión... Y otra impresión que tuve siempre era que sobraba en todas partes. Siempre me parecía que si me invitaban a una fiesta era por el compromiso de que había un amigo que no iba sin mí, o una persona que sin mí no iba, y entonces, de todas maneras, tenían que invitarme a mí y yo no encontraba nunca qué hacer con las manos. Y ese es el gran problema; el gran problema de todos los tímidos son las manos. Uno no sabe qué hacer con ellas. Entonces todavía tengo esa impresión y por eso siempre trato de no estar sino con amigos. Porque con mis amigos estoy absolutamente seguro de que no sobro. Por eso no voy nunca a cocteles, no voy nunca a inauguraciones, no voy a fiestas multitudinarias: porque siempre tengo la impresión de que sobro.

El impacto de Bogotá

—Leyendo algunas cosas suyas uno se encuentra que posiblemente su entrada a la pubertad fue muy violenta, en el sentido en que a los trece años se vino a Bogotá: ¿Cuál es esa sensación de llegar de una nación cultural como la Costa, a una nación tan diferente como Bogotá? ¿Cómo recuerda usted esa llegada?

—Primero, hoy en 1976, es muy difícil imaginarse lo que era Colombia en 1943, que es la época esa de que tú estás hablando. Yo creo que eran muchas Colombias diferentes. Y me parece que en Bogotá tenían la impresión de que Colombia era Bogotá. Claro que esto lo razono ahora. Pero haz de cuenta una cosa: en ese momento, si uno quería aspirar a una beca —y yo que estaba en Barranquilla— tenía que venir a Bogotá a presentar un examen, es decir un concurso. De todo el país había que venir a eso. Yo estaba en una casa donde nacía un hermano todos los años. Sería muy difícil hacerte las cuentas pero, si yo tenía en ese momento trece años, es casi seguro que yo tenía ocho hermanos... Entonces me di cuenta que ahí no había otra solución que irse. Es decir, eso presentaba dos ventajas: una para uno mismo, que era salvarse nadando. Y otra para la casa, que era descargar un poco ese peso que había. Entonces yo decidí venirme de Barranquilla a Bogotá a presentar examen de beca. Si eso era 1943, yo debía tener trece o catorce años. Te digo así porque no está muy seguro en qué año nací yo. Nadie está muy seguro de eso. Entonces mi padre me consiguió el pasaje hasta Bogotá. Me vine en un barco del río Magdalena. Normalmente se gastaban ocho días. Pero si el barco se varaba podían ser quince, dieciséis... Eso nunca se sabía. Además a uno no le molestaba si el barco se varaba. Eso era una fiesta. Entonces yo me vine. Me imagino que no fue un viaje muy accidentado, debieron ser diez días. Llegamos a Salgar. Se tomaba un tren. Un tren que se iba subiendo. Daba la impresión que se iba agarrando con las uñas toda la mañana.

La sensación del frío

—¿Conocía usted las montañas?

"Nunca en mi vida había visto nada que tuviera más de tres metros sobre el nivel del mar. Entonces el tren venía como agarrándose con las uñas y en la tarde entraba a la Sabana. ¿Tú sabes que era una verdadera maravilla entrar a la Sabana en un trencito que le costaba trabajo subir, que respiraba con dificultad y que de pronto comenzaba a correr como un caballito?

Iba parando en las estaciones donde vendían unas gallinas amarillas y unas papas nevadas. Unas cosas absolutamente extraordinarias que uno no podía imaginarse. Y había frío. La sensación del frío es una cosa que ustedes, los que han nacido aquí, no pueden imaginarse. Es una cosa inconcebible para uno. Y después la sensación de la altura, pues me costaba trabajo respirar. Porque en la Costa uno tiene la sensación de que se ahoga. De oxígeno. Y entonces aquí me encontraba con que me costaba trabajo respirar. Y era absolutamente maravilloso ver esa Sabana, que para mí sigue siendo uno de los lugares más extraordinarios del mundo. Ahora, al final, había un problema. Y un problema muy grave: que era Bogotá.

"Ni una mujer en la calle"

—Yo llegué solo a Bogotá, en 1943. A las cuatro de la tarde. A la estación de la Sabana. ¿Tú sabes que me han hecho muchas entrevistas y me han preguntado siempre cuál es la ciudad que más me ha impresionado en el mundo? Creo que las conozco casi todas y siempre contesto lo mismo: ¡Bogotá! Es la ciudad que más me ha impresionado y que más me ha marcado. Mi llegada a Bogotá. Esa tarde. Una ciudad gris. Toda cenicienta. Con lluvia, con unos tranvías que cuando cruzaban por las esquinas echaban chispas e iba todo el mundo colgado. Todos los hombres estaban vestidos de negro. Con sombrero, y no había una sola mujer... ¡No había una sola mujer en la calle!

Tú sabes que para los costeños esto es muy grave. Para uno a los trece años: ver una ciudad donde no hay una sola mujer.

—Todo el mundo estaba forrado...

—Forrado de negro. Y ni una sola mujer... Entonces yo traía un baúl y pregunté quién me llevaba ese baúl hasta una pensión de la Carrera Décima. La Carrera Décima era una callecita muy angosta. (Entre paréntesis, te digo: ¿tú sabes que me doy cuenta ahora que de esto hace tanto tiempo que yo casi soy un viejo santafereño cuando hablo de ello? ¡Las vueltas que da el mundo!). Entonces me dijeron que me lo llevaban en una "zorra". Agarré un zorrero que me iba a llevar hasta la calle 19. El llevaba corriendo el baúl. Yo traté de correr detrás y no podía respirar. Era una cosa que nadie me había advertido: que no era posible correr en la altura. Bueno, llegamos a esta pequeña pensión. Era un pensión de costeños, porque a los costeños en esa época siempre nos quedaba el refugio de buscar costeños. Es decir, yo en ninguna parte del mundo después, he sido tan extranjero como en Bogotá (en esa época). Recuerdo la impresión esa noche... El anochecer era muy triste en Bogotá. El paso del día a la noche que nunca estaba muy bien definido. Para nosotros nunca estaba muy claro cuándo era de día y cuándo era de noche. Entonces recuerdo perfectamente la pensión... Era una de esas casas de dormitorios de un patio con geranios y con jazmines. Y eran las puertas alrededor del patio, sin ventanas, que uno cerraba y quedaba herméticamente metido en una caja de seguridad... Y la primera noche que me metí en las cobijas me dio la impresión de que alguien, por hacerme una broma, me había mojado la cama. Y pegué un grito y un costeño que había al lado me dijo, "es que esto es así. Hay que aprender a dormir en Bogotá. Esto no es lo mismo que allá. Es una cosa muy dura. Es un curso que hacer al cual hay que resignarse". Entonces... ahora, esto tiene otra historia: esta fue la llegada...

El trauma de Bogotá

—Lo importante es el primer contacto. El trauma aquel que para quienes leemos sus cosas, hallamos que siempre sigue a lo largo de su vida.

—Sí, porque... ¡Yo no sé si es un trauma. Pero te quiero decir otra cosa: yo recuerdo perfectamente mi primera llegada a París. Recuerdo perfectamente la primera llegada a Roma, la primera llegada a New York... sí, pero ninguna me ha impresionado nunca tanto como la de Bogotá...

—Pero regresando al tema, yo iba a la beca en Zipaquirá. ¿Cómo consiguió la beca para estudiar en el Liceo Nacional de Zipaquirá?

—No, pero lo que sucede es otra cosa: que yo he contado siempre con mi buena suerte. Fíjate que en ese viaje, el río Magdalena era una fiesta: había orquestas y los estudiantes costeños, sobre todo los que tenían experiencia, sabían que era un asunto que se manejaba bastante bien. Era bastante pachangoso. Yo no recuerdo mucho los detalles, pero el hecho es que cuando veníamos en el ferrocarril de Salgar a Bogotá se me acercó un señor —recuerdo perfectamente, era un hombre muy serio que venía en el barco y que siempre estaba leyendo. Yo nunca le he tenido una gran admiración a la gente que lee mucho—, se me acercó y me pidió el favor de que le copiara la letra de un bolero que veníamos cantando en el barco. Le copié la letra y le enseñé un poco la música. El me dijo que era que tenía una novia en Bogotá y que estaba seguro de que este bolero le iba a gustar mucho. Piense, si yo tenía 13, 14 años. No sé cuánto debía tener, pero para mí era un hombre muy serio. Y mucho más serio porque usaba chaleco. Porque para los costeños la gente que usa chaleco es lo más serio del mundo. Y este hombre usaba chaleco y yo con un gran fervor le copié el bolero... se lo enseñé.

—Al día siguiente, después de la experiencia de la cama mojada, había que hacer fila frente al Ministerio de Educación, que estaba donde estuvo después el Café Automático, en la Avenida Jiménez con quinta, más o menos. Mira, que yo me levanté temprano y llegué, no sé, serían las ocho, nueve de la mañana, y ya la cola era muy larga. Esta cola era para inscribirse para los exámenes de concurso de beca. A las doce del día estaba llegando un poco a la puerta del edificio y de pronto pasó este señor a quien yo le había copiado el bolero y me dijo, "¿Tú que haces aquí?". "Estoy haciendo la cola para los exámenes de beca", respondí... "No seas pendejo, ven conmigo", dijo.

Me subió a su oficina saltándome toda la cola y era el Director Nacional de Becas. Me dijo "¿pa’ donde la quieres?". Le dije, para San Bartolomé Nacional, que era en ese momento el colegio de más prestigio que había en todo el país. Me dijo, "no te la puedo dar para San Bartolomé porque todo esto que tengo aquí —me mostró una pila de papeles— son recomendaciones de ministros y de gente importante. Pero ¿Por qué no haces una cosa?, vete para Zipaquirá que es muy buen colegio y está muy cerca de aquí". La primera vez en mi vida que oía hablar de Zipaquirá, que era muy buen colegio.

"Todos los jóvenes pobres"

—Cuando lo conocí a usted hace unos quince días hablamos de Zipaquirá y me impresionó que la primera imagen que se le viniera de ese colegio era que allí estaban reunidos todos los jóvenes pobres del mundo. ¿Se sentía marginado?

—No, no. Al contrario. Uno de los lugares donde no tuve la impresión de que no sobraba fue en Zipaquirá. Porque allá estábamos todos los que sobrábamos. Mira, son seis años de mi vida que recuerdo poco porque son poco accidentados. Yo me encontré con que en Zipaquirá estaban todos los pobres del país. Todos estábamos igualmente jodidos.

—Me fui a Zipaquirá a buscar el año y la fecha en que usted terminó bachillerato. La partida está sentada en diciembre de 1946. Se me perdió el rastro entre el año 46 y el año 48. Y eso me hizo pensar una cosa: ¿cómo lo agarró a usted el 9 de abril? ¿Qué estaba haciendo en el momento de "El Bogotazo"?

—Me vine después del bachillerato a Bogotá a estudiar derecho porque era la única profesión que sólo tenía clases por la mañana. Me hubiera gustado estudiar arquitectura, ingeniería, cualquier otra cosa, porque además en esa época se estudiaba lo que se podía. Pero la única que permitía estudiar y trabajar era derecho. Yo por eso estudié derecho en la Universidad Nacional. Estaba Camilo Torres...

El encuentro con Camilo

—¿En qué año se encontró usted con Camilo Torres?

"Pues en 1947. Y además recuerdo perfectamente la ida de Camilo al seminario. Simplemente porque un día Camilo no fue a clase... Pregunté, "¿qué pasó?", "pues que Camilo se metió a cura". Y al día siguiente dijeron no: ‘¡Que la mamá lo agarró en la estación y se lo llevó a casa!". Entonces yo me fui a ver a Camilo... Vivía algo como en la calle, era 20, 22, algo así. Lo encontré en su biblioteca. Con una ruana. No me olvido: estaba con una ruana. En una pequeña biblioteca que había en la casa de sus padres. A mí me sorprendió mucho... Dos impresiones no tuve yo, habiendo tratado mucho a Camilo: primero, que tuviera vocación religiosa. Y segundo, que tuviera vocación política. Entonces yo llegué a su casa y le dije, "oye, Camilo, ¿qué pasó?" y me dijo, "hombre es en serio, es una vocación muy antigua y muy seria". Recuerdo que me dijo una cosa: "el paso más difícil que tenía que dar, era explicarle eso a la novia. Pero esto ya está resuelto y... Mi madre me ha detenido, no ha querido que me vaya al seminario. Pero esto es un hecho y no hay nada que hacer". Estaba repartiendo sus libros entre sus amigos. A mí me dio "La Breve Historia del Mundo", de H.G. Wells, una edición rústica, la única que existía en esa época en castellano. Muy basta, sin pasta. Es una lástima que no conserve yo ese libro... Y estaba muy convencido Camilo de su vocación. Y efectivamente fue cuestión de una semana y logró convencer a su familia de que debía irse, y se fue.

La historia del ladroncito

—Después, varios años más adelante, estuve en su primera misa en 1959 o 60 que estuve todo el año en Bogotá cuando dirigía la oficina de Prensa Latina. Hay en esa época una historia que no olvido nunca porque yo estaba casado y entonces Camilo venía a casa, y un día nos pidió un favor: era que le guardáramos en la casa a un ladrón que él estaba protegiendo. Un ladrón de casas que sacaba cosas y Camilo tenía mucho interés en protegerlo por una cosa que no es que dé risa: El tipo cumplió su condena. Salía a la calle y los policías le quitaban lo que tenía, y lo volvían a meter. Era una especie de persecución. Un chantaje.

Entonces Camilo buscaba una casa donde estuviera este hombre para que la policía no continuara esta persecución. Nos lo llevó. Yo me iba a trabajar y el ratero éste se quedaba cuidando. Y nos contaba una historia que siempre he considerado como una historia maravillosa, porque de alguna manera se me parece a la de El Viejo y el Mar, de Hemingway:

—Contaba que una noche se metió a una casa donde había un refrigerador precioso. Entonces decidió llevárselo él solo, sin despertar a la gente que estaba en la casa. Logró bajarlo por las escaleras. Con gran esfuerzo logró sacarlo. Lo sacó al jardín. Lo subió por el muro de la calle. Lo echó a la calle. Logró acomodarlo en la parada de autobuses . Y ya eran las cuatro. Las cinco. Y estaba él esperando, esperando no sabía qué, porque no tenía ningún contacto, ninguna coordinación con transporte. Y a medida que iba llegando la gente iba haciendo la cola para el bus y él hacía su cola con su refrigerador. Llegó un momento en que ya no podía más, y estaba amaneciendo y dejó el refrigerador y la gente hacía cola con el refrigerador, hasta que los señores de la casa se levantaron, se dieron cuenta de que faltaba el refrigerador y lo encontraron en la parada de los buses haciendo cola.

Este tipo nos lo llevó Camilo y estuvo viviendo en la casa. Y si le dábamos una camisa teníamos que darle un certificado sobre ella para que la policía no se lo llevara. Y un día salió de la casa y no volvió más. Como a los dos o tres días la criada de la casa abrió el periódico y vio una foto y dijo: "Estos son los zapatos del señor". Era un muerto que tenía mis zapatos puestos. Y era efectivamente el ladroncito que lo habían matado. Yo sé que Camilo fue, recogió el cadáver, hizo el entierro y después me encontré con un Camilo totalmente distinto, que me dijo: "Todo esto que estaba haciendo es caridad. Esto no puede seguir así. El problema no es de caridad". Y no dijo la palabra pero me di cuenta de que ese día Camilo comprendió que el problema de los rateros a quienes explotaban los policías no se resolvía con caridad sino con la revolución.

—En un relato, su compadre Plinio Apuleyo Mendoza dice que el 9 de abril usted fue a la pensión en que vivía, y al encontrarla, se hallaba en llamas. Y que lo tuvieron que agarrar para que no entrara a sacar algo que había escrito. ¿Qué era eso?

—Esta pensión para mí es importante porque fue donde escribí mis primeros cuentos... Recuerdo perfectamente cómo fue. Yo ya había escrito allí dos cuentos, cuando apareció en el suplemento "Fin de Semana" de El Espectador, una carta de un lector, del lector de siempre, de todas las épocas, que decía que ese suplemento no publicaba cosas sino de escritores consagrados y que en cambio este país estaba lleno de escritores jóvenes, de grandes escritores jóvenes a los cuales no se les publicaba nada en ninguna parte. Exactamente lo mismo que se dice hoy, y exactamente lo mismo se había dicho cincuenta años antes, y cincuenta años antes. Entonces Eduardo Zalamea publicó esta carta y anotaba luego, "Yo creo que este lector no tiene razón. Pero si hay alguien con quien no hayamos sido justos, las columnas de este suplemento están abiertas para él".

Entonces metí uno de mis cuentos en un sobre... Debí mandarlo un lunes o un martes y yo estaba absolutamente seguro de que lo iban a publicar, pero pensé que lo harían uno o dos meses después. Y el sábado siguiente salí, a la calle, entré a un café en la Carrera Séptima y vi un tipo que tenía abierto el suplemento literario de El Espectador y que tenía el título de mi cuento a ocho columnas. Entonces me sucedió una cosa que es maravillosa: que no tenía los cinco centavos para El Espectador, para ver mi cuento publicado. Entonces salí corriendo para la pensión y le dije a un amigo, "he visto que mi cuento está publicado", y me dijo, "no puede ser porque lo mandaste el miércoles y hoy es sábado". "Pues está publicado". Y él si tenía los cinco centavos. Salimos. Compramos El Espectador y efectivamente estaba allí. Y el lunes o martes salió en la sección "La Ciudad y el Mundo" de Eduardo Zalamea, una nota donde decía que esperaba que los lectores se hubieran dado cuenta de que había aparecido un escritor del cual no se tenía noticia, y hacía un gran elogio de este escritor. Y la impresión que yo tuve en este momento era que me había metido en un lío del carajo, porque ya no tenía camino de regreso y tenía que seguir siendo escritor por todo el resto de mi vida.

Extranjero en todas partes

—Hojarasca les decían en Aracataca a los forasteros que llegaban cuando la fiebre del banano. Le he escuchado y le he leído, que en todas partes se siente extranjero. ¿Usted se siente una hojarasca?

—Mira, es que en Aracataca les llamaban Hojarasca a los extranjeros juntos... Yo sí me he sentido extranjero en todas partes. La primera parte donde lo sentí fue en Bogotá. Luego me he sentido extranjero en todo sitio.

Yo creo que la solución para que yo no me sintiera extranjero en todas partes era que me hubiera quedado en Aracataca. Yo le he dicho a Mercedes muchas veces que si yo me hubiera quedado allá, probablemente no sería un escritor. Sería juez municipal, me emborracharía todas las noches, estaría casado con ella y tendría dos hijos, uno se llamaría Rodrigo y otro se llamaría Gonzalo, como sucede ahora. Pero además, tendría dos queridas con catorce hijos, cuyos nombres no sé cuáles serían, pero no me sentiría extranjero y sería completamente feliz.

—Esto de extranjero yo lo podría interpretar, muy personalmente, como desadaptado. Cuando veo que usted viaja, casi con angustia, sin parar en ningún lado, pienso que lo hace para llenar algún vacío o para solucionar esa desadaptación que tiene a partir de los ocho años.

—Eso es bastante complicado. Yo creo que yo no viajo. Me viajan. Por mí que quedaría quieto. Hay una cosa que yo no me busqué. Que yo no quise, y que yo no preví. Las personas que me conocen bien dicen que todo lo que me ha sucedido en mi vida yo lo he previsto... Hay una cosa que yo no he previsto y es la fama. Yo quería ser un escritor, y quería ser un buen escritor, y quería ser un muy buen escritor, y quería ser el mejor escritor del mundo. Porque no se puede ser un regular escritor si uno no tiene el propósito de ser el mejor escritor del mundo. Es decir, no se puede escribir regularmente bien, si uno no se propone en cada letra a ser mejor que Cervantes, ser mejor que Shakespeare, ser mejor que el Dante, ser mejor que Sófocles... Entonces yo me había hecho ese propósito por una razón de honestidad. Es decir, porque si esa no era mi meta, entonces yo no era honesto. Ahora lo que me falló fue que yo no sabía que esa meta implicaba la fama. Entonces hay una cosa que yo he dicho. Yo hubiera sido feliz si todos mis libros hubieran sido póstumos, en el sentido de que no tenía que cargar con todos los libros que he escrito. Por eso hubiera preferido que se hubieran conocido después de mi muerte.

"Gabo nació con los ojos abiertos"

—Estuve leyendo las primeras crónicas que envió usted de Europa a El Espectador, cuando fue enviado a Ginebra a "cubrir" la conferencia de los Cuatro Grandes. Y se ve en ellas que usted no se deja deslumbrar por Europa. No se deja deslumbrar por las cosas convencionales de ese continente. Tal vez se ríe del Viejo Mundo en esas crónicas...

—No, ¡sí me deslumbraban! Lo que pasa es que yo sabía que no me podía dejar deslumbrar. Para precisar, creo que lo que ha sucedido es que las cosas que me iban sucediendo las tenía más o menos previstas. Yo he medido cada etapa. Yo desde que tengo memoria, recuerdo que lo único que quería ser, era escritor. Nunca en mi vida he sido nada distinto de un escritor.

La maleta llena de billetes

—En eso de lo que usted quiere y de lo realista que es, me he encontrado con varias cosas: su hijo Rodrigo recuerda mucho que su madre dijo una vez: "Gabo nació con los ojos abiertos". Hablando de eso con su esposa, ella me decía: "Gabriel siempre ha conseguido lo que ha querido. Hasta el matrimonio. Cuando yo tenía trece años, le dijo a su padre, ya sé con quién me voy a casar. En esa época no éramos más que conocidos...". Luego recuerda la luna de miel, hace 18 años, cuando en un avión usted le dijo: "Voy a escribir una novela que se va a llamar La Casa" (la casa del abuelo) y después, "voy a escribir una de un dictador". Recuerda ella que también usted le dijo, "a los cuarenta años voy a escribir mi obra maestra". Concluye todo esto en que creen tanto en usted, que su familia ha perdido hasta la emoción de una sorpresa. Y Gonzalo, su hijo, cuenta la historia de un hombre con una maleta llena de billetes. ¿Cómo es?

—Sí. En México, para 1965 podría ser; alguna necesidad tenían mis hijos que yo no la podía satisfacer... Te quiero advertir una cosa: que yo no te voy a hacer el cuento de la miseria, porque lo hago en el sentido de que a mí siempre me faltaron los últimos cinco centavos de que hablábamos la otra vez. Pero nunca me faltaban los últimos cinco centavos para el whisky, por ejemplo. Entonces estábamos muy pobres, y estábamos muy jodidos, ya no teníamos qué comer, pero siempre teníamos whisky. Eso es importante desde un punto de vista moral: porque no te dejas hundir... Entonces no recuerdo en qué momento mis hijos quisieron algo —antes de Cien Años de Soledad— y entonces yo les dije: "Ahora no se puede, pero les prometo una cosa: que un día llegará a esta casa un hombre con una maleta llena de plata". Y ellos se acostumbraron a oírme decir estas vainas. Se quedaron muy tranquilos.

A mí probablemente se me olvidó y probablemente se les olvidó a ellos, y unos cinco o seis años después, en Barcelona, cuando ya mis libros se estaban vendiendo, el editor me llamó por teléfono y me preguntó si yo le aceptaría que me liquidara el semestre de derechos de autor en dinero español en efectivo. Le dije, "no tengo inconveniente. Nos encontramos en la esquina del banco a las diez de la mañana". Y el hombre me dijo, "pero trate de llegar a las diez en punto, porque no quiero estar en la esquina esperándolo. Es una maleta de plata". Y en ese momento me acordé de lo que les había dicho a mis hijos cinco o seis años antes. Le dije: "¡No! ¡Un momento! Cambio. Nos encontramos aquí en la casa a las seis de la tarde.

Al día siguiente a esa hora abrí la puerta y vi un hombre bajito con una gabardina azul y con una maleta. Pero con una maleta como si llegara a un hotel. Mis hijos habían llegado del colegio y los llamé. Les dije "vengan acá". Le dije al hombre "ábrala". Lo hizo... Mira, no era mucho pero eran billetes de cien pesetas. ¡Llena! Y les dije a mis hijos "¿se acuerdan de lo que les dije?". Y dijeron sí. "Nos dijiste que un día vendría un hombre con una maleta llena de plata" —lo daban por seguro—.

—¿En qué forma lo deslumbró a usted Europa?

—No fue deslumbramiento. Fue susto. Pero el susto no fue la llegada a Europa. Fue la salida de Bogotá. Esto fue en 1955. Después de la publicación del relato de un náufrago la cosa se puso cabrona en Colombia, porque era la dictadura de Rojas Pinilla. Los periódicos estaban censurados. Y tengo la impresión, con veinte veinticinco años de distancia, de que a la dictadura no le gustó mucho el reportaje del náufrago. El hecho es que por si acaso, se decidió en El Espectador que me fuera a Ginebra de enviado especial a la Conferencia de los Cuatro Grandes. Era tan raro que a un periodista lo mandaran de enviado especial a cualquier parte, que me hicieron una gran fiesta de despedida que duró como hasta las tres o cuatro de la mañana, y cuando desperté ya el avión se había ido, y cuando llegué al aeropuerto de Techo, que era un galpón helado, me dijeron, "ya el avión de París se fue, pero no importa porque está descompuesto en Barranquilla. Entonces, si coge el avión de Medellín, lo puede alcanzar". Cogí el avión de Medellín, en Medellín cogí otro avión que iba a Barranquilla y efectivamente, el Constellation de París estaba descompuesto en Barranquilla. Me subí al avión y antes de que saliera llegó la cabinera y soltó así, al aire: "Señor García Márquez" ¿Sí? "Por aquí, por favor". Me pasaron a primera clase, porque era viajero distinguido, enviado especial de El Espectador, y en primera clase solamente había un pasajero que era Fernando Gómez Agudelo. El avión hacía Barranquilla, Bermudas, Azores, Lisboa, Madrid, París. Gómez Agudelo iba hasta Frankfurt a comprar la televisora colombiana. Es decir, toda esta vaina que está funcionando aquí, donde me están jodiendo, la iba a comprar Gómez Agudelo por cuenta de Rojas Pinilla que me estaba expulsando de aquí. Lo cual es el despelote de la contradicción.

Nos sentamos a beber trago: En Bermudas se había acabado el trago y le cambiaron la hélice al avión. Cargaron trago hasta Las Azores. Alcanzamos a bebérnoslo todo. Le volvieron a cambiar la hélice al avión en Las Azores. Cargaron trago. Llegamos a Lisboa. Le cambiaron la otra hélice... Hicimos 46 horas de Bogotá a París. Cuando llegamos a París, recuerdo que los pilotos nos dijeron a Fernando y a mí —que llevábamos tres días metidos allí bebiendo trago—: "A este avión se lo llevó el carajo porque no le salen las ruedas". Pero al fin dijeron, "tranquilos que ya le salieron". Aterrizamos en París y al día siguiente cogí un tren para Ginebra... Probablemente ahora caigo en la cuenta, no me deslumbró.

La misma hierba de Aracataca

—Cuando yo iba en ese tren veía la orilla del camino y me daba cuenta de que la hierba era exactamente igual a la hierba que se veía por la ventana del tren de Aracataca. Y yo me decía, "tanto volar, tanto beber, tanto cambiar hélice para que la hierba siga siendo exactamente igual, siga siendo la misma del tren de Aracataca". Entonces yo seguí tranquilo. A las cuatro de la tarde llegué a Ginebra. Y saqué la cuenta. Me habían enseñado en El Espectador que tenía que descontar seis horas para saber que hora era en Bogotá: Pensé, "las once de la mañana, El Espectador todavía no lo han cerrado, de manera que tengo tiempo de mandar el primer cable de la Conferencia de los Cuatro Grandes". Llegué a la estación del tren, me metí en la pensión que vi en frente. Salí y dije, "y ahora, ¿qué carajo hago?" Comencé a caminar. No hablaba ni una palabra de ningún idioma distinto del costeño.

Y caminando por la calle vi de pronto que venía un cura, que tenía cara de cura vasco. Lo paré y le dije, "padre, ¿usted es español?" y me contestó en muy buen castellano: "hijo, no soy español, soy alemán pero hablo español. ¿Qué te pasa?". Entonces yo le conté mi drama: "Mire, a mí me han mandado de periodista aquí y no tengo ni la menor idea de dónde es la conferencia de los Cuatro Grandes". Me dijo, "mira, tú métete a un taxi y di que te lleven al Palacio de las Naciones Unidas y ahí te resuelven el problema". Al llegar allí vi que eran las doce y media en Bogotá, vi el ambiente, me senté y escribí el primer cable. Lo mandé y salió esa tarde publicado. Ese día empecé a ser enviado especial. El cable fue todo inventado... Pero salió bien... Tú sabes que no era la primera vez que pasaba eso. Ya antes me habían sucedido dos o tres cosas como reportero. Ya antes en El Espectador, un día, también bajo la dictadura de Rojas Pinilla, se había publicado la noticia de que habían decidido repartir el departamento del Chocó entre Caldas, Antioquia y Valle. Se anunció esa decisión y llegó un telegrama del corresponsal de El Espectador en el Chocó, que decía que, ante la decisión del gobierno, la gente se había echado a la calle y se había declarado una manifestación permanente de toda la capital; en la calle, bajo la lluvia y en las condiciones más penosas, y que estaban dispuestos a continuar esa manifestación hasta que el gobierno se retractara de la decisión de desmembrar al Chocó. Ese telegrama llegó un día y se publicó. Al día siguiente llegó otro igual que decía que la manifestación continuaba y que se estaban desmayando las señoras, los niños bajo el sol canicular del Chocó. Que no podían soportar más, pero que estaban dispuestos a continuar hasta la muerte. Al tercer día, Guillermo Cano, director de El Espectador, me dijo, "te vas para el Chocó" y le dije, "no, hombre. Yo qué voy a ir para el Chocó". "No, te vas porque éstas son cosas muy importantes". "No, para el Chocó no me voy". Y me dijo: "Vete que allá hay muy buenas negras". Eso lo pensé un poco y esa misma mañana decidí irme.

La desmembración del Chocó

—Eran unos Catalinas, rezagos de guerra, que hacían Bogotá, Medellín, Quibdó. No tenían sillas, sino que llevaban carga y uno iba sentado en los bultos de escobas. Llegando a Medellín había una tormenta tremenda y el Catalina se metía por entre la tormenta y se llovía. Entraba agua en el avión y entonces venían y le daban a uno periódicos, y uno se ponía los periódicos en la cabeza para no mojarse.

—Y lo que más me tenía a mí aterrorizado era que el piloto era un tipo que jugaba béisbol conmigo en la Matuna de Cartagena y yo le pregunté, "¿dónde aprendiste tú a manejar esta vaina?" Dijo, "no joda, ¿tú qué crees? Si yo he aprendido una cantidad de vainas en la vida". Y así llegamos a Medellín. Aterrizó en Medellín, tanqueó, llegamos a Quibdó, bajó en el río y era un pueblo totalmente desierto a las dos de la tarde. Con un calor...Yo iba con un fotógrafo, con Guillermo Sánchez. Empezamos a recorrer aquellas calles desiertas, con ese calor que era aplastante. Era el calor de Aracataca. Volvía a vivirlo ahí. No había manifestación. ¡No había nada! Le pregunté a alguien, "¿dónde vive fulano de tal que es corresponsal de El Espectador?". Me dijeron dónde, llegué y encontré un negro largo, flaco, tirado en una hamaca. Estaba durmiendo la siesta. Lo desperté y le dije, "¿dónde está la manifestación permanente?". Dijo: "no, si aquí no hay manifestación permanente. Lo que pasa es que yo no entiendo cómo es posible que esta gente tenga tan poco espíritu cívico que lo van a desmembrar, lo van a repartir, va a acabar el departamento y nadie se ha preocupado, y entonces yo decidí inventar por telegramas esta manifestación permanente". Le dije, "mira: te advierto que yo no me he metido en un Catalina que se llueve, con un piloto que era pitcher en la Matuna y que no tiene ni la menor idea de esto, para salir ahora con que no hay manifestación. ¡De manera que me haces la manifestación!". Nos fuimos donde el gobernador y le explicamos la situación. Entonces el tipo la convocó con un bando. Sacaron las escuelas, sacaron los colegios, sacaron la gente y llenaron la plaza. Y empezamos a decirle a una viejita, usted se desmaya, y entonces Guillermo Sánchez tomaba la viejita desmayada. Sacaban a una estudiante cargada, Guillermo Sánchez tomaba la fotografía... Todo esto se devolvió en el Catalina. Se armó el gran escándalo. Por primera vez El Espectador publicó fotos de la manifestación permanente. Al día siguiente la manifestación continuaba. Mandamos más fotos, mandamos más cables y el cuarto día ya la manifestación era verdad. Ya la gente se lo creía, ya se desmayaban de verdad, ya caían exhaustos por el sol y ya los senadores y los representantes chocoanos se habían ido para el Chocó a capitalizar esta manifestación, y ya estaban pronunciando discursos de verdad. En el siguiente avión no sólo se fueron todos los senadores y los ministros, sino que se fueron todos los periodistas y terminaron haciendo una manifestación permanente de verdad, con lluvia, con ministros desmayados, tanto que a la semana el gobierno decidió que "en vista del extraordinario espíritu cívico del Chocó y de la abnegación y del heroísmo de los políticos chocoanos, no se desmembraba el Chocó". Yo me quedé, hice un reportaje completo sobre el Chocó, donde demostraba que era un departamento abandonado, que las gentes estaban en una situación económica terrible y que había que hacer algo por ellos. Y a la semana estaban los chocoanos escribiendo cartas a El Espectador diciendo que yo era un miserable, que me habían tratado como a un príncipe y había venido a decir que ellos se estaban muriendo de hambre y que no era cierto porque ellos estaban muy bien.

París sin cinco centavos

—Volviendo de esta realidad nacional a la política mundial, que es el salto que da usted con Ginebra, al terminar la conferencia de los Cuatro Grandes, ¿qué camino sigue?

—Volví tres años después, porque de Ginebra... me pareció que esto de llegar a Ginebra y quedarse allí unos pocos días y regresar a casarme, pues era como un poco exagerado. Entonces me fui a Roma y estuve en Roma unos ocho meses, o un año, y luego me fui a París. Ya de regreso, y cuando estaba en París, recuerdo que me encontré con Plinio Apuleyo Mendoza en un café y él leía Le Monde y de pronto me dijo, ‘aquí hay una noticia que puede ser muy grave para usted: que clausuraron El Espectador. Le dije yo, es la mejor noticia que me pueden dar en la vida, porque no tengo que regresar ahora a Colombia".

—Yo me senté a escribir, El Coronel no tiene quién le escriba. (Porque esta es una historia que se muerde la cola). Yo conocía la historia de mi abuelo que estuvo toda la vida esperando que le mandaran su pensión de veterano de la guerra civil.

Cuando mi abuelo se murió, mi abuela me dijo, "tu abuelo se murió esperando su pensión de veterano, pero yo no me preocupo porque a ustedes les llegará. Y si no te llega a ti les llegará a tus hijos".

Una pensión que no llegó nunca. Entonces yo había pensado que esa podía ser una historia para una comedia. Pero cuando estaba en París, empece escribiendo la comedia del coronel que espera su pensión, y todos los días sacaba dinero de la mesa de noche, bajaba, comía en la esquina, subía, hasta que un día hice así, y rasguñé y ya no había ni un centavo. Entonces lo que había empezado como una comedia lo volví al revés y empecé a escribirlo realmente como era. Porque empecé a mandar S.O.S. a los amigos...

—Este era un séptimo piso sin ascensor, y yo bajaba, veía que no había carta y entonces subía y agregaba una página más de la historia que estaba escribiendo. Pero lo que es increíble es que a medida que iba escribiendo la historia me iba dando cuenta que nunca me llegaría la carta y que nunca me contestarían los amigos a los cuales había acudido. Entonces había un momento en que lo que estaba escribiendo correspondía exactamente con la realidad. Y por eso yo creo, contra el criterio de todos los críticos, que el mejor libro que he escrito yo: es decir, que si yo he escrito una obra maestra, esa obra maestra es El Coronel no tiene quién le escriba, porque yo duré escribiendo la realidad de cada día a medida que iba sucediendo.

Las botas de Italia

—Ahora, antes de comenzar la entrevista, hablamos de sus botas hechas en Italia, su camisa francesa... Se sabe por otra parte que usted es un gran catador de vinos. ¿No trata de desquitarse así de esos años estrechos? ¿No se venga de la vida como se vengó el 9 de abril en esos almacenes de paños?

—No hay que equivocarse. Todos los años, desde que uno nace hasta que uno muere, son estrechos. La historia de mis botas es que cuando yo llego a Roma, donde tengo muy buenos amigos, los periodistas me preguntan que a qué voy a Roma, y como yo voy a Roma por asuntos estrictos de mi vida privada, les digo que voy a comprar botas. Y voy a París y compro camisas. Y voy a Londres y compro pantalones, y mi hijo Rodrigo, cuando me ve, me dice lo que decía hace un momento. Que yo me visto como pobre con ropas de rico. Ahora, lo que te quiero decir es que eso no es una venganza. Al principio sí hubo una especie de venganza. Es decir, cuando yo volví a París, quince años después de esta historia que te contaba de mi primera llegada allí, tuve impulso de venganza. Llegué con suficiente dinero como para ir a restaurantes a los cuales no había ido. Fui el primer día, y el segundo y el tercero, pero el cuarto día uno se da cuenta de que son pendejadas. Que los buenos restaurantes era a donde iba antes. A los restaurantes griegos del barrio Latino.

A los pequeños bistrot, a donde la señora que hacía un buen bistec, que hacía una buenas papas fritas. No hay venganza posible con la vida. Es decir, todo el camino de la vida es siempre estrecho y no hay nada qué hacer.

El peso de una novela

—Bueno, yo relacioné esta época de París con la época de México, muchos años después, en la cual usted escribió Cien Años de Soledad, porque usted tuvo que dejar un puesto en una agencia de publicidad para dedicarse a escribir y tuvo un momento muy difícil. Su esposa recuerda que no han sido así todas las épocas de su vida matrimonial, sino ésa. Y me impresionó una anécdota, cuando usted terminó de escribir el libro. Se fue al correo a enviar el paquete a la Argentina y, no sé si tuvo para los portes... ¿Recuerda ese momento?

—Pero no es tan grave como se cuenta. Lo que pasa es que Cien Años de Soledad pesaba más de lo que uno se imaginaba. Fíjate, Cien Años de Soledad lo escribí yo en México en 1965, 66, 67...

Desde el 65 al 67. Fue una época estupenda. Es decir, una época que no era fácil porque no teníamos dinero, pero en cambio, una época muy buena, porque yo estaba escribiendo como un tren, que es lo mejor que le puede suceder a un escritor. Entonces cuando yo vi que Cien Años de Soledad venía y que no la paraba nadie, le dije a Mercedes, "tú te haces cargo de este asunto". Ella, por supuesto, no lo pensó dos veces. Es curioso que mis hijos, ahora, yo les pregunto por esta época y ellos me recuerdan como a un hombre que estaba encerrado en un cuarto, que no salía nunca...

Y yo tenía la impresión de que era el ser humano más humano y más sociable del mundo. Y ahora me doy cuenta de que durante dieciocho meses no salí del cuarto. Pero yo recuerdo que salí una vez. Salí una vez cuando Mercedes me dijo que ya no había nada que hacer. Que ya había llegado al fondo. Entonces yo tenía un carro y lo llevé al Monte de Piedad y lo empeñé y le traje a Mercedes la plata y le dije, mira, aquí tienes como para diez años... Y duró tres meses. Y seguía escribiendo. Recuerdo que en mitad de camino el dueño de la casa llamó a Mercedes y le dijo, "señora, ustedes me deben tres meses de casa". Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, "¿cuánto tiempo te falta para terminar el libro?" y yo le dije, "como seis meses". Y entonces ella le dijo, "Mire, señor, no sólo le debemos tres meses, sino que le vamos a deber seis más". Y entonces el tipo le dijo, "¿y dentro de siete me pagan todo?" y dijo ella, "sí, todo" Y él respondió, "si usted me da su palabra, yo no tengo ningún inconveniente en esperarla". Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, "¿palabra?", y yo le dije, "mi palabra de honor". ¿Y tú sabes que a los siete meses fuimos y le pagamos todo? No por Cien Años de Soledad, porque yo terminé, y en un mes, traía tal perrenque en la mano, que me puse a trabajar después en publicidad y pudimos pagar todo eso. Pero cuando yo terminé Cien Años de Soledad, ya me había escrito la Editorial Suramericana y me había pedido... La Editorial Suramericana me escribió diciéndome que había leído todos mis libros y que tenían interés en reeditármelos. Y entonces yo les contesté diciéndoles que no podía porque tenía compromisos con otros editores. Pero en cambio, en septiembre terminaría un libro en el cual yo tenía mucha fe. Y que no tenía ningún inconveniente en dárselo a ellos. Y entonces ellos me dijeron que muy bien, que estaban de acuerdo, que contrataban ese libro. Lo contrataron y me mandaron con el contrato quinientos dólares de anticipo. Y el día que lo terminé nos fuimos al correo Mercedes y yo. Eran setecientas páginas. Entonces lo pesaron y dijeron que costaba ochenta y tres pesos, de México a la Argentina, y Mercedes me dijo, "no tenemos sino cuarenta y cinco". Le dije, "muy fácil", partí el libro por la mitad y le dije, "péseme este libro hasta cuarenta y cinco pesos". Pesaron hasta cuarenta y cinco: quitaban hojas como quien corta carne. Cuando llegó a cuarenta y cinco pesos agarré esas hojas, las envolví, las mandé y nos quedamos con el resto. Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que le faltaba por empeñar. Era el calentador que yo usaba para escribir. Porque yo puedo escribir en cualquier circunstancia, menos con frío. El secador que usaba para la cabeza y la batidora que había usado toda la vida para hacerles los jugos de frutas a los niños y ya los niños estaban creciendo y ya no la necesitaban...

Se fue con eso al Monte de Piedad y le dieron unos cincuenta pesos.

El hecho es que volvimos con el resto de la novela al correo: la pesaron y dijeron, cuesta cuarenta y ocho pesos. Mercedes pagó sus cincuenta pesos, le dieron dos pesos y yo me di cuenta, cuando salimos del correo que estaba verde de encabronamiento y me dijo: "Ahora lo único que falta es que la hijueputa novela sea mala".

El hielo y el mar

—Hablando de su obra, hay una frontera entre la realidad y la imaginación, o la creación. Y lo primero que se me ocurre preguntarle es sobre el hielo. ¿Hasta dónde esta imagen del hielo y cuándo comenzó su imaginación?

—Yo tengo la impresión de que, hasta el momento en que escribí Cien Años de Soledad, tuve la idea de empezar de algún modo un libro, un cuento, una novela, con este episodio del hielo. Más aún: el personaje del viejo que lleva al niño de la mano, es un personaje que se repite constantemente en mis libros. En La Hojarasca, que es mi primera novela, el principio es exactamente el de un niño que lo visten con un vestido de pana verde, que le aprieta un poco, que le aprieta en las piernas y lo llevan a ver un muerto. Que es exactamente la imagen que yo me acuerdo de mi abuelo que me llevaba a misa los domingos. Y yo siempre tuve la impresión de que estaba trampeando un poco, porque a través de todos mis libros, de mis cuentos, hay un viejo que lleva al niño y lo lleva a ver un muerto y lo lleva de paseo y lo lleva al cine... Mi abuelo me llevaba siempre al cine y yo tenía la impresión de que no había llegado exactamente a la almendra del problema, hasta cuando llegué a Cien Años de Soledad, donde lo lleva a conocer el hielo. Y era exactamente el punto donde yo había estado tratando de llegar desde que tenía, no sé, tenía... cuatro o cinco años. Creo que ni siquiera sabía hablar cuando conocí el hielo.

—Saltando tal vez, pero siguiendo con su obra, en El Otoño del Patriarca aparece siempre un embajador detrás del dictador. Y este dictador le regala todo, hasta el mar. Entonces yo creo que una persona que medianamente lea, lo encuentra a usted en ese momento. Y encuentra que es una autobiografía. ¿Por qué le entregó el mar?

—No, déjame ir un poco atrás. Es que lo que pasa es que El Otoño del Patriarca es ya parte de mis memorias cifradas. A mí me llamó muchísimo la atención... fíjate que hace mucho tiempo que yo no leía artículos críticos sobre mis libros. Cuando apareció Cien Años de Soledad y hubo una avalancha de crítica, en el primer momento con una gran ansiedad perfectamente justificada y natural y comprensible, yo me precipitaba estas críticas, a ver si les gustaba o no les gustaba.

Críticos parasitarios

—Y luego me fui dando cuenta de que a los críticos no les preocupaba mucho si el libro les gustaba o no les gustaba sino que ya, en ese momento, estaban tratando de decir cuál era el libro que yo debía escribir después. Es decir, los críticos son una especie de profesionales parasitarios que por determinación propia y sin que nadie los haya nombrado, se han constituido en intermediarios entre el escritor y el lector. Es decir, el escritor se toma el trabajo de tratar de comunicar sus experiencias, de mandarle su obra al lector y se encuentra que en el camino hay unos señores que no dejan que llegue directamente esa obra al lector sino que dicen, ‘un momento. Ustedes no están en condiciones de entender lo que este señor les quiere decir. Nosotros se lo vamos a explicar’. Y entonces entran en un problema de desexplicación total. Es una cosa muy particular. Me di cuenta especialmente en Cien Años de Soledad. Cuando me di cuenta de eso, empecé a no leer más críticas. Sobre todo porque notaba que no sólo trataban de decir qué había dicho en Cien Años de Soledad, sino qué debía seguir diciendo. Entonces hay una cosa que me llamó mucho la atención de algunos críticos con relación al Otoño del Patriarca: es que algún crítico decía que Cien Años de Soledad era una novela muy buena. Que el autor cuenta en ella sus experiencias, porque el autor recurre a sus recuerdos, a evocaciones de un mundo que conoce muy bien, en el cual ha vivido, en el cual ha estado sumergido toda su vida, y que en cambio en el Otoño del Patriarca está perdido, el libro no gusta, el libro que queda en mitad del camino. Es un libro frustrado, porque trata de un dictador y de un ambiente de dictadura del Caribe que el autor nunca ha vivido y nunca ha conocido sino que tiene referencias de segunda mano. A mí esto me parece un punto ejemplar de lo burros que son los críticos. Porque Cien Años de Soledad es un libro escrito con las experiencias de mis padres, de la gente que conocí de niño, leyendas populares, cosas que me han contado, noticias que tengo a través de los periódicos, investigaciones que hice de ciertos episodios. Es decir, es hecho con experiencias contadas por otras personas. En cambio, El Otoño del Patriarca, es un libro escrito totalmente con experiencias personales cifradas. Probablemente son mis memorias, o parte de mis memorias. Y los críticos lo que tenían que saber, o lo que tenían que descifrar, si son descifradores tan eficaces como pretenden serlo, es que probablemente todo este episodio del dictador que vende el mar y del dictador que se queda perdido por la falta del mar, corresponde un poco a la historia de la cual hablábamos hace un momento, del muchacho de Aracataca, del muchacho de Barranquilla que a los doce años llega a la ciudad más extraña y más remota que recuerda, que es una ciudad gris, una ciudad cenicienta, una ciudad fría, con tranvías que echan chispas en las esquinas, con hombres vestidos de negro, con calles totalmente llenas de muchedumbres, donde no hay ni una sola mujer, y sobre todo, una ciudad donde no hay mar. Yo tengo la impresión de que ésa es probablemente una interpretación mucho más correcta de todo el episodio del dictador que vende el mar. Porque además tengo otra impresión, que la gran trampa en que pueden caer, no sólo los críticos sino los lectores, es creer que El Otoño del Patriarca es la novela de un dictador. Si alguien tiene la curiosidad de leerlo con otra clave es decir, en vez de pensar en un dictador, pensar en un escritor famoso, probablemente el libro resulte mucho más comprensible.

"No hay temas originales"

—Se me viene ahora la imagen de un diálogo que usted tuvo en Lima, donde se acuerda de sus cinco años y era un niño asustado en una de las esquinas de la casa; sentado en una banca, a las seis de la tarde, y no se movía de ahí porque le decían que si lo hacía, los fantasmas le iban a hacer algo...

—¿Tú sabes que esa es una imagen de mí mismo que está allá en La Hojarasca? La Hojarasca como tú recuerdas, es un monólogo a tres voces —por decirlo de alguna manera— de un abuelo, su hija y su nieto, en torno a un cadáver. Que si lo piensas con mucho cuidado, es otra vez la misma estructura y el mismo planteamiento dramático del Otoño del Patriarca. Y si lo piensas con un poco de cuidado y me perdonas por una vez la pedantería de ser erudito —que son las cosas que más vergüenza me dan en la vida— es otra vez el mismo drama de Antígona tratando de enterrar el cadáver de su hermano, al cual el dictador Creonte no deja enterrar. Un tema que fue tratado, primero por Sófocles, después por Eurípides, después por Anui, antes por Séneca, y después humildemente en La Hojarasca. Después humildemente en El Otoño del Patriarca. Te digo toda esta cosa y te hago todo este rollo, erudito... porque otra cosa de los críticos es la manía de andar buscando que este tema no es original porque fue tratado por éste. No hay temas originales en la historia universal. En la historia de la literatura universal hay 36 situaciones dramáticas de las cuales nadie se puede salir. Yo creo que son menos de 36. Pero lo que te estaba diciendo era que el tema de la expectativa alrededor del muerto, del hombre insepulto, del cadáver ante el cual hay dificultades para que sea sepultado, es bastante antiguo. Fue tratado en La Hojarasca, fue tratado en El Otoño del Patriarca...

Te hacía todo este largo recorrido, y todo este pedante recorrido por la literatura universal, para decirte que la imagen del niño sentado, muerto de miedo, es efectivamente un tema recurrente en mis libros, en mi obra, si se me permite decirlo, con una modestia que seguramente los críticos no me perdonarán. Y es una imagen que yo recuerdo perfectamente en la vieja casa de Aracataca: que la forma que habían encontrado mis abuelos a partir de las seis de la tarde, para no tener que estar pendientes de mí, para no estar ocupándose del niñito este en esa casa grande, era que sencillamente, decían, "siéntate en esta silla y no te muevas. Porque si te mueves y te vas a ese cuarto, ahí se murió la tía Petra. Y aquí se murió el tío Nicolás. Y allá se murió Petronila". Y entonces a mí me mantenían quieto a base de terror.

Y, sin embargo, la imagen del niño aterrorizado, siendo yo mismo, que yo recuerdo, no es aquella de la casa de Aracataca, sino cuando era periodista, en Bogotá, que de El Espectador me mandaron a Medellín a que hiciera un reportaje. Creo que el primero, además. En Medellín hubo dos derrumbes de tierra, una cantidad de muertos, y entonces me dijeron, "te vas a Medellín, investigas qué fue lo que pasó", y yo recuerdo perfectamente, me instalé en el hotel y hasta entonces todo iba muy bien. ‘Hasta ahora muy bien —pensé— pero ya no puedo darle vueltas a esto, tengo que salir y hacer lo que me mandaron a hacer’. Y salí a la calle y estaba lloviendo, y para mí es un instante de enorme felicidad el que estuviera lloviendo porque era un pretexto que me ponía a mí mismo para poder aplazar el problema de tener que ir a averiguar qué era lo que había pasado. Y me recuerdo perfectamente a mí mismo —ya en este momento tenía 23, 24 años— viendo que escampaba y que a medida que escampaba me daba cuenta de que tenía que afrontar la realidad. Y en ese momento me acordé de cuando estaba en Aracataca, sentado en el asiento, temiendo que allá se había muerto la tía, que allá se había muerto el tío y aquí se había muerto la prima. Y yo me daba cuenta que ese terror que tenía en aquel momento en Aracataca y me lo habían convertido en el terror concreto, en el abstracto terror concreto de los muertos que salían, era el mismo que tenía cuando debía enfrentarme por primera vez a la realidad. Y en ese momento me di cuenta de dos cosas: una, que a la hora de afrontar la realidad, todo el mundo, absolutamente todo el mundo, está solo. Y dos, que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, tiene miedo... Fue una gran enseñanza para mí. Porque ese día me di cuenta de algo que los años me han ido permitiendo: que por la mañana al despertarse, todo el mundo, absolutamente todo el mundo, tiene miedo. Y fue una enseñanza muy importante, porque durante muchos años creí que era solamente yo. Y cuando supe que todo el mundo tenía miedo, pensé que probablemente nadie tiene más miedo al despertarse por la mañana que los Presidentes de la República. Y ese día seguí despertando con mucho miedo, pero aprendí a tenerle menos miedo al miedo de por la mañana.

—Hablando de miedo y de soledad, al leer El Otoño del Patriarca vi que usted no les tiene miedo a los muertos, porque el dictador, que está aparentemente sólo, se siente acompañado por el cadáver de Bendición Alvarado. Se va el cadáver y él luego tiene leprosos y vacas en su casa. Entonces eso muestra que su miedo no es a los muertos sino a la soledad... ¿Cómo surgió Bendición Alvarado? ¿Qué quiere mostrar con ella? Bendición Alvarado y luego Leticia Nazareno, que es una monja, o una novicia con la que él se casa después...

—Yo creo que en el fondo es una sola. Bendición Alvarado, aparte de esto, no tiene ningún misterio. Es la madre del dictador. El dictador, probablemente los freudianos dirán que es un personaje edípico.

...Yo no creo que es un personaje edípico. Yo creo que es el personaje... Es un hombre que depende de una mujer, de modo que en el fondo es la metáfora de todos los hombres, querámoslo o no.

Entre la fama y el poder

—Desembocando en estas dos ideas que han venido, que son el poder y la soledad, que a la vez son los ejes de su obra, ¿qué relación hay entre el poder y la soledad? Usted parece decirlo muchas veces: "El que llega al poder se queda solo". O, "un hombre cuando llega a la fama se queda solo". Entonces yo quiero preguntarle si ése es problema de su imaginería o es su caso personal. Usted dijo una frase hace una hora: "Lo único que no estaba previsto era la fama". Entonces encuentro todo esto en una mezcla y me pongo a pensar en el poder y la soledad. La fama y la soledad...

—Sí, en realidad yo creo, mirando hacia atrás, que entre la fama y el poder hay una relación bastante estrecha y son las posibilidades de aislamiento que ambos tienen. Es decir, las posibilidades de aislamiento... de soledad en el poder. Creo que es una ilusión bastante vieja. E inclusive un poco mecánica. Se refiere a que la persona que tiene el poder está un poco a merced de quienes le informan. Es decir, el contacto con la realidad no es directo sino que pasa a través de muchos intermediarios, en el caso del poder. Yo conozco una excepción bastante válida que es la de Fidel Castro, a quien conozco personalmente; con quien he conversado largas horas... Es una persona extraordinariamente bien informada. Pero Fidel Castro está permanentemente preocupado por combatir la soledad del poder. No sé si lo hace consciente o inconscientemente. Pero Fidel está constantemente interesado en obtener información directa. Es uno de los hombres mejor informados que yo conozco y probablemente, uno de los menos solitarios. Ahora bien: la fama es otra cosa, porque de eso sí puedo hablar yo por experiencia personal. Hay una cosa que yo sé, y que puedo decir: es que si algo puede conducir rápidamente y gravemente a la soledad, es la fama. Porque, a partir de un momento, uno no sabe ya dónde está parado. Ya no sabe quién es ni qué es lo que piensan de uno. Entonces hay que aprender a defenderse de eso. Yo la única defensa que he encontrado y que me parece eficaz, contra las posibilidades de aislamiento, las posibilidades de soledad que trae la fama, es mantenerme fiel a mis amigos. Yo creo que a través de esta cosa catastrófica que me ha sucedido a mí, que es haberme vuelto famoso de la noche a la mañana, he logrado conservar todos mis amigos.

Los hombres y la literatura

—La literatura y los hombres...

—¿Por qué la conquista del espacio es un fracaso desde el punto de vista espectacular, desde el punto de vista del interés de los seres humanos? ¿Por qué a los seres humanos no les interesa más la conquista del espacio? Porque no se han encontrado seres vivos. Porque no se han encontrado seres humanos. Si hubieran encontrado un marciano, siquiera de "este" tamaño, en este momento la conquista del espacio sería el espectáculo más extraordinario y toda la humanidad estaría pendiente de eso. Mientras no encuentren otro ser humano en algún lugar del universo, la conquista del espacio será un fracaso. Es exactamente el problema de la literatura, el problema del arte. Mientras el arte y mientras la literatura no les transmitan a los lectores, a los espectadores, un problema de la vida, un problema de los seres humanos, es un fracaso completo.

Lo que dicen las encuestas

—Un grupo de estudiantes de Filosofía y Letras consultó con las personas que han comprado El Otoño del Patriarca. Querían sondear la realidad nacional. O el nivel cultural del país a través de la encuesta. Y encontraron que el 72 o el 74 por ciento de las personas que lo han comprado, no han pasado de la página 40.

—A mí, con toda la modestia que soy capaz, que no es mucha, pero es un poco, me gustaría que hicieran la misma encuesta dentro de la misma zona de lectores. Que hicieran la misma encuesta con El Quijote, con Gargantúa y Pantagruel, o con Edipo Rey de Sófocles, por ejemplo. Yo quisiera saber (y es una curiosidad que tengo, ya no es cuestión de responder a esta pregunta) de qué página hubieran pasado, con esos libros. Estamos en Colombia, en un país, donde el índice de analfabetismo, según las estadísticas es de un 40%. Yo creo —y tienen que demostrarme lo contrario— que las estadísticas son falsas. Yo creo que el índice de analfabetismo en Colombia está casi en el 80 por ciento. Entonces a mí me parece perfectamente natural que una novela con las exigencias culturales del Otoño del Patriarca, ofrezca una dificultad mucho mayor que Cien Años de Soledad. Ahora bien: ¿un escritor tiene que tomar en cuenta el índice de analfabetismo de los lectores para escribir sus libros? Es decir, ¿tiene que bajar el nivel digamos de compresión cultural de esos libros hasta el nivel cultural de los lectores? O, ¿tiene que escribir el libro como cree que debe ser y esperar a que tarde o temprano los lectores alcancen el nivel cultural de ese libro? Yo creo que es la segunda posición la que se debe adoptar. Es decir, la obra literaria debe estar al nivel cultural que el escritor considere que debe estar. Y ese mismo escritor, y todos los escritores, y toda la gente que sienta a su país y que considere que la humanidad debe seguir hacia adelante, debe trabajar en el sentido que los lectores, mediante una culturización interna, que no será posible sino mediante una revolución, alcancen el nivel cultural, al punto de comprender esa obra.

—Ahora démosle un viraje de noventa grados al diálogo: Voy a pensar en su posición política, en su convencimiento de la necesidad de una revolución, pero también en su cuenta bancaria. En que usted es un hombre muy rico que habla de revolución. La mayoría de la gente encuentra una contradicción en eso...

—Ojalá fuera muchísimo más rico para hablar muchísimo más de la revolución. Primero, porque para hacer una revolución en un país como éste se necesita muchísima plata. Porque también la revolución, en cierto aspecto, es un problema de plata. Pero no hay ninguna contradicción, además, entre ser rico y ser revolucionario, siempre que sea sincero como revolucionario y no sea sincero como rico. Todo depende la posición en que se esté. Mira: esto nos conduce a un equívoco que existe en todas partes y que es un equívoco fomentado, por supuesto, por los capitalistas. Y es que los revolucionarios tienen que estarse muriendo de hambre, porque de acuerdo con una definición que hizo alguien interesado en los Estados Unidos, el socialismo es la repartición de la pobreza. ¡No! Yo creo que el socialismo es la repartición de la riqueza. Y cuando tratamos y/o queremos hacer la revolución socialista, no es que queramos que los que tienen buenas casas y buenos automóviles y comen bien, no tengan buenas casas y buenos automóviles ni coman bien. Sino que los que no tienen automóviles, y los que no tienen buenas casas y los que no comen bien, tengan buenos automóviles y tengan buenas casas y coman bien. Yo hasta este momento tengo la suerte y la posibilidad de tener buenas casas, una buena casa, un buen automóvil y de comer bien.

Sacrificarlo todo

—Me gusta la buena vida. Y eso me permite ser más revolucionario que cuando no sabía lo que era eso. Porque ahora sé lo que les está faltando a los que no lo tienen. Y estoy dispuesto a sacrificarlo todo. Y trato de decirlo con la menor solemnidad posible, pero estoy dispuesto a sacrificar, inclusive mi vida, porque todo el mundo conozca lo que yo conozco ahora. Qué es la buena vida. Ahora bien: eso se dice fácilmente, pero tiene muchos problemas. Yo en este momento debía ser uno de los hombres más ricos de Colombia. Y no soy uno de los más pobres. Pero no soy tan rico como la gran prensa y el capitalismo han tratado de hacerlo creer. Porque el escritor es tan explotado como cualquier obrero.

Quinientos pesos en diez años

—Probablemente ningún escritor en lengua castellana ha vendido tantos libros como yo, en tan poco tiempo. Déjame ir un poco atrás. Esto no sucedió de milagro: yo publiqué mi primer libro en 1955, hace veinte años. Por mi primer libro yo no recibí ni un centavo de derechos de autor. Mi segundo libro fue El Coronel no tiene quién le escriba. Se publicó en 1960. Tuve 500 pesos de derechos de autor. Luego publiqué otro y otro: había publicado cinco libros. De 1955 a 1965, en diez años, había recibido en derechos de autor, 500 pesos. ¡En diez años! Es decir, si tú divides por mes, saca la cuenta a cómo me sale el sueldo mensual en diez años. Quinientos pesos en diez años, ¿a cómo me sale el sueldo mensual? Publiqué Cien Años de Soledad. Entonces fue como la explosión de todos mis libros anteriores. Del que más se había vendido cuando yo publiqué Cien Años de Soledad, era probablemente de La Mala Hora: se habían vendido setecientos ejemplares. En toda la América de lengua española. ¡Setecientos ejemplares! Cuando el editor argentino me dijo que de Cien Años de Soledad se iban a publicar ocho mil ejemplares, yo le escribí una carta diciéndole que fuera un poco más prudente, que estaba exagerando y podía clavarse. Lo publicó en mayo de 1967, calculando que de mayo a diciembre vendería los ocho mil ejemplares; los vendió en tres días, en la entrada del metro de Buenos Aires. Todavía fue el fenómeno. Entonces empecé a recibir derechos de autor poco a poco.

—Porque hay una cosa que los propios lectores no saben: es, cómo es la estructura de la industria editorial. A cualquier lector, o cualquier persona a quien yo le diga que en nueve años, en castellano se han vendido tres millones de ejemplares de Cien Años de Soledad, cualquier persona que sepa que en ese mismo tiempo Cien Años de Soledad ha sido publicado y traducido en veintiún idiomas, se imagina que esa es una enorme cantidad de dinero. Ahora, hagamos cuentas, porque hay gente que tiene un gran pudor por hablar de plata. Yo no tengo ningún pudor de hablar de plata. Para mí la plata no es más que un tranquilizante nervioso. Es una especie de valium. Es decir, el que tiene cómo resolver sus problemas tiene los nervios más tranquilos que el que no tiene cómo hacerlo. No es nada más. Es una cosa absolutamente material. Es la representación, es el símbolo del trabajo. Ahora bien: a cualquier persona que le digamos que hemos vendido en nueve años tres millones de ejemplares de Cien Años de Soledad, semeja que ésa es una enorme cantidad de dinero. Porque, generalmente el lector no sabe quién es el dueño del libro. Cada peso que el lector paga por un libro, está repartido así: 50% para el editor, que por supuesto carga con los gastos de la edición. 20% para el distribuidor. 20% para el librero y 10% para el autor. De ese diez por ciento vienen descontados los impuestos y viene descontado otro diez por ciento de los derechos del agente: es un diez por ciento bien gastado porque el agente es la persona que va y pelea con el editor. Entonces quedamos que por cada peso que el lector paga por un libro, al autor le corresponden ocho centavos. Si tú tomas en cuenta que mis contratos de libros son hechos en la Argentina, en pesos argentinos, y que la Argentina en nueve años ha tenido una devaluación, ¿de cuánto en nueve años?.

—Dos mil por ciento.

Pura ficción

—Entonces coge lápiz y papel y verás que es una pura ficción lo de mis derechos de autor. (Vamos a seguir para adelante). Cien Años de Soledad —para hablar solamente de un libro— se ha traducido a 21 idiomas. Es un dato espectacular, extraordinario y poco común. Pero esos 21 idiomas ¿qué significa? Suecia, tres mil ejemplares. En Holanda, cinco mil ejemplares. En el Japón, donde fue un éxito, diez, doce mil ejemplares. Los países donde más se leen mis libros son, en castellano, América Latina y España. (En Italia el editor está atrasado cuatro años en el pago de derechos de autor. Eso quiere decir que si mañana me los paga, me está pagando con intereses de mis derechos de autor). Otro país donde los libros se han vendido espectacularmente, en la Unión Soviética. Allí la primera edición de Cien Años de Soledad se hizo en la Revista de Literatura Extranjera, con un millón de ejemplares. Más unos trescientos o cuatrocientos cincuenta mil ejemplares que se hicieron después. Además vendidos en dos meses, espectacularmente. La Unión Soviética no pagaba en esos momentos derechos de autor. Ahora los paga. Hace dos o tres meses, o seis meses, ingresó al pacto internacional, mediante el cual se pagan derechos de autor. Pero en ese momento no se pagaban. Pero veamos un caso que es bastante más interesante: En los Estados Unidos. Allá Cien Años de Soledad fue "Best Seller" en la edición principal. Es decir, en la edición de pasta dura. Se vendieron 19 mil ejemplares. Ha sido un éxito, y un éxito notable en la edición de bolsillo. Se está vendiendo hasta el momento más de medio millón de ejemplares. Es un récord para el escritor de lengua castellana. Pero en las ediciones de bolsillo, hay algo interesante: las contrata el editor principal, lo que quiere decir que el autor no va ya en el diez por ciento del precio del libro. Sino en el cinco por ciento. Y tiene que compartirlo con el editor principal. Entonces, de cada dólar de la edición de bolsillo (que es precio que tiene, un dólar), cinco centavos son de derechos de autor. Dos y medio de esos cinco centavos son para el editor principal. Dos y medio centavos son para el autor. De los cuales en Estados Unidos se descuenta en 30% por anticipado para los impuestos. Y el 10% para el agente. Esto quiere decir, sencilla y dulcemente, que yo tengo que seguir trabajando permanentemente para seguir viviendo.

Ahora bien. Aquí tampoco te quiero hacer el cuento de la miseria. ¿Tú has leído las historias de mis grandes mansiones en el mundo? Las descripciones que se hacen son espectaculares. ¿Y tú sabes que yo las dejo y nunca las rectifico? ¿Sabes por qué? Porque yo sé que a los ricos les da mucha rabia. Porque a los ricos les da mucha rabia que los pobres sean ricos. Entonces yo dejo que prosperen esas leyendas. ¿Tú sabes que yo no había tenido nunca en mi vida, desde que nací, una casa propia hasta este año de 1976? Yo me muero de risa y me divierto mucho cuando leo sobre mi mansión en Barcelona. Mi mansión de Barcelona es un apartamento alquilado por el cual pagaba 180 dólares de alquiler. (Que ahora se lo dejé a mi maestro Guillermo Angulo que es el cónsul de Colombia en Barcelona y que sigue pagando los 180 dólares que no podría pagarlos si no fuera así, porque los cónsules de Colombia, en ninguna parte del mundo, podrían pagar más de alquiler de 180 dólares). Esa es mi mansión de Barcelona. Yo tengo una casa en Cuernavaca que son mil metros cuadrados de terreno con un dormitorio. Y una casa en México, que es una casa muy bella: una vieja casa que compré y que la restauré yo, trabajando con los albañiles. Pero esto no se lo cuentes a nadie, pues yo necesito que mi fama de millonario continúe. Porque se ha dado el caso de que he ido a hacer un préstamo a un banco y me lo han autorizado sin firma, sin referencias, sin fiadores de ninguna clase. Porque esa mañana en el periódico, habían leído que yo era uno de los hombres más ricos del mundo.