Gilberto Loaiza Cano
En los estudios de vidas y obras de intelectuales, la fase de formación siempre da origen a polémicas, a interpretaciones diversas, a hallazgos que deben cambiar de opinión acerca de las primeras y fundamentales influencias que recibió el escritor. Se trata del estudio de la época en que el maestro cumplió con la condición de discípulo, en que el genio fue humilde e ingenuo aprendiz. Momentos de primeras y determinantes lecturas, de tanteos, de equivocaciones, de hallazgos literarios y humanos luminosos.
En el caso de nuestro premio Nobel de literatura, el tema de su nacimiento y formación como escritor parecía agotado con el exhaustivo estudio del crítico francés Jacques Gilard. Había que ser algo herético para poner en duda las afirmaciones de Gilard que situaban el comienzo de la obra garciamarquiana en el entorno del Grupo de Barranquilla. Escudriñando, Jorge García Usta remontó los orígenes de la formación literaria de García Márquez a años anteriores, a inspiraciones de otro orden, a nexos intelectuales más determinantes que los señalados por el crítico francés. Por eso, partiendo de un necesario ajuste de cuentas, el libro de García Usta reconstruye el mundo cultural que amparó los primarios y rudimentarios pasos en el periodismo cartagenero de "un muchacho pálido" que llegó a colaborar en el diario El Universal a comienzos de 1948.
Quienes hemos aborrecido metódicamente el racionalismo francés aplicado a los estudios literarios; aún más, quienes lamentamos que estudiosos extranjeros se paseen con mayor placidez -y mejor financiación- por los temas de nuestra vida intelectual, nos sentimos sustancialmente reivindicados con estos trabajos que, basados en años de minuciosa indagación, cuestionan lo que ya parecía una verdad inamovible con el sello made in France.
Queda claro en el estudio de García Usta que Gilard miró de manera muy fragmentaria la etapa formativa del escritor Gabriel García Márquez. Por eso, después de un necesario ajuste de cuentas con las tesis del investigador francés, García Usta se encarga de exponer la importancia definitoria de la vida intelectual de Cartagena en las primeras incursiones periodísticas y literarias de un joven y pobre estudiante de derecho que ya había incursionado tímidamente en el género del cuento. Al lado de Clemente Manuel Zabala, Héctor Rojas Herazo, Gustavo Ibarra Merlano y los hermanos Ramiro y Óscar de la Espriella , el futuro premio Nobel de literatura asimiló la enorme tradición de humor en el periodismo colombiano; se acercó a las lecturas de obras literarias que le ampliaron el horizonte de las posibilidades técnicas de la novela moderna; se apasionó por el cine; y contribuyó a sacudir, con algunos destellos de irreverencia, el pesado ambiente de reminiscencias coloniales que ha distinguido a Cartagena.
En esta reconstrucción de la génesis literaria del principal novelista colombiano, García Usta redescubre una figura hasta hace poco enigmática y olvidada en la historia intelectual de este siglo en Colombia, la de Clemente Manuel Zabala, uno de los representantes de la generación intelectual de Los Nuevos y a quien sin duda se le puede adjudicar, después de leer este libro, el justo título de primer maestro de García Márquez. La valoración del influjo del entonces director de El Universal, de Cartagena, no deja de ser problemática. Para García Usta, el veterano gaitanista que anduvo en la década de los veinte al lado de los dirigentes estudiantiles bogotanos y que merodeó por las filas de un incipiente socialismo, fue quien prácticamente le hizo trascendentales "préstamos estilísticos" a García Márquez. A él, siempre acompañado de un eficaz lápiz rojo, le atribuye sugerencias y correcciones en los borradores de su novela La hojarasca; orientaciones para la titulación en el periódico; la invitación a lecturas de una novelística de ruptura; el encantamiento con el mundo alucinante de los cables. Categóricamente, García Usta afirma: "La relación con el maestro Zabala era no sólo de varias horas al día en el periódico; se traducía, además, en una especie de sistemático trabajo común, de revisión y titulación de notas, supervisado por Zabala". Notamos, eso sí, que hacen falta pruebas más contundentes y numerosas de esos "préstamos estilísticos". Además, los rasgos estilísticos de la prosa periodística de Zabala podrían ser un patrimonio común del periodismo de la época y no tanto el atributo singular de un periodista.
Pero esta inquietud no desmedra la reivindicación del magisterio de Zabala sobre los jóvenes escritores reunidos en Cartagena a mediados de siglo. De todos modos, Zabala, ese hombre "de la gran mezcla cultural", fue el más auténtico difusor de la tradición humorística del periodismo colombiano. Gracias a él se propició la inclinación por determinados temas, se difundieron determinadas lecturas, se aprendió a encontrar belleza y fantasía en los pequeños sucesos de la vida cotidiana y, algo importante, se asimilaron dos valores, según él, trascendentales en la creación artística: la "sinceridad" y el "estremecimiento". ¿Recibió, aceptó y depuró García Márquez este remoto magisterio? Ese examen exige otro libro, pero queda probado en el libro de García Usta que la figura del legendario Clemente Manuel Zabala pudo ser mucho más definitiva que el pretendido influjo que se le ha atribuido a Ramón Vinyes en Barranquilla.
Aunque hay reiteraciones en el libro de García Usta, quizá fruto de un desorden en la presentación de los capítulos, el autor se cuida de establecer una innecesaria polémica parroquial entre la etapa de Cartagena y la de Barranquilla. El reproche va contra la atribución de exclusividad que Gilard fomentó al otorgarle al Grupo de Barranquilla un cosmopolitismo que tampoco estuvo ausente del ambiente cultural cartagenero. Cartagena estaba tan cerca o tan lejos de las novedades literarias del mundo como el puerto de Barranquilla. La erudición del nativo Zabala era tan versátil y enriquecedora como la del catalán Vinyes.
Le reclamamos a García Usta que su libro deje para el final la semblanza biográfica de Zabala, algo que el lector espera en capítulos anteriores. El apéndice también es indicio de que el autor no atrapó plenamente en una estructura interpretativa y narrativa lo que pretende demostrar. Pero eso no descalifica ni debilita las tesis fundamentales de su estudio.
En los estudios de vidas y obras de intelectuales, la fase de formación siempre da origen a polémicas, a interpretaciones diversas, a hallazgos que deben cambiar de opinión acerca de las primeras y fundamentales influencias que recibió el escritor. Se trata del estudio de la época en que el maestro cumplió con la condición de discípulo, en que el genio fue humilde e ingenuo aprendiz. Momentos de primeras y determinantes lecturas, de tanteos, de equivocaciones, de hallazgos literarios y humanos luminosos.
En el caso de nuestro premio Nobel de literatura, el tema de su nacimiento y formación como escritor parecía agotado con el exhaustivo estudio del crítico francés Jacques Gilard. Había que ser algo herético para poner en duda las afirmaciones de Gilard que situaban el comienzo de la obra garciamarquiana en el entorno del Grupo de Barranquilla. Escudriñando, Jorge García Usta remontó los orígenes de la formación literaria de García Márquez a años anteriores, a inspiraciones de otro orden, a nexos intelectuales más determinantes que los señalados por el crítico francés. Por eso, partiendo de un necesario ajuste de cuentas, el libro de García Usta reconstruye el mundo cultural que amparó los primarios y rudimentarios pasos en el periodismo cartagenero de "un muchacho pálido" que llegó a colaborar en el diario El Universal a comienzos de 1948.
Quienes hemos aborrecido metódicamente el racionalismo francés aplicado a los estudios literarios; aún más, quienes lamentamos que estudiosos extranjeros se paseen con mayor placidez -y mejor financiación- por los temas de nuestra vida intelectual, nos sentimos sustancialmente reivindicados con estos trabajos que, basados en años de minuciosa indagación, cuestionan lo que ya parecía una verdad inamovible con el sello made in France.
Queda claro en el estudio de García Usta que Gilard miró de manera muy fragmentaria la etapa formativa del escritor Gabriel García Márquez. Por eso, después de un necesario ajuste de cuentas con las tesis del investigador francés, García Usta se encarga de exponer la importancia definitoria de la vida intelectual de Cartagena en las primeras incursiones periodísticas y literarias de un joven y pobre estudiante de derecho que ya había incursionado tímidamente en el género del cuento. Al lado de Clemente Manuel Zabala, Héctor Rojas Herazo, Gustavo Ibarra Merlano y los hermanos Ramiro y Óscar de la Espriella , el futuro premio Nobel de literatura asimiló la enorme tradición de humor en el periodismo colombiano; se acercó a las lecturas de obras literarias que le ampliaron el horizonte de las posibilidades técnicas de la novela moderna; se apasionó por el cine; y contribuyó a sacudir, con algunos destellos de irreverencia, el pesado ambiente de reminiscencias coloniales que ha distinguido a Cartagena.
En esta reconstrucción de la génesis literaria del principal novelista colombiano, García Usta redescubre una figura hasta hace poco enigmática y olvidada en la historia intelectual de este siglo en Colombia, la de Clemente Manuel Zabala, uno de los representantes de la generación intelectual de Los Nuevos y a quien sin duda se le puede adjudicar, después de leer este libro, el justo título de primer maestro de García Márquez. La valoración del influjo del entonces director de El Universal, de Cartagena, no deja de ser problemática. Para García Usta, el veterano gaitanista que anduvo en la década de los veinte al lado de los dirigentes estudiantiles bogotanos y que merodeó por las filas de un incipiente socialismo, fue quien prácticamente le hizo trascendentales "préstamos estilísticos" a García Márquez. A él, siempre acompañado de un eficaz lápiz rojo, le atribuye sugerencias y correcciones en los borradores de su novela La hojarasca; orientaciones para la titulación en el periódico; la invitación a lecturas de una novelística de ruptura; el encantamiento con el mundo alucinante de los cables. Categóricamente, García Usta afirma: "La relación con el maestro Zabala era no sólo de varias horas al día en el periódico; se traducía, además, en una especie de sistemático trabajo común, de revisión y titulación de notas, supervisado por Zabala". Notamos, eso sí, que hacen falta pruebas más contundentes y numerosas de esos "préstamos estilísticos". Además, los rasgos estilísticos de la prosa periodística de Zabala podrían ser un patrimonio común del periodismo de la época y no tanto el atributo singular de un periodista.
Pero esta inquietud no desmedra la reivindicación del magisterio de Zabala sobre los jóvenes escritores reunidos en Cartagena a mediados de siglo. De todos modos, Zabala, ese hombre "de la gran mezcla cultural", fue el más auténtico difusor de la tradición humorística del periodismo colombiano. Gracias a él se propició la inclinación por determinados temas, se difundieron determinadas lecturas, se aprendió a encontrar belleza y fantasía en los pequeños sucesos de la vida cotidiana y, algo importante, se asimilaron dos valores, según él, trascendentales en la creación artística: la "sinceridad" y el "estremecimiento". ¿Recibió, aceptó y depuró García Márquez este remoto magisterio? Ese examen exige otro libro, pero queda probado en el libro de García Usta que la figura del legendario Clemente Manuel Zabala pudo ser mucho más definitiva que el pretendido influjo que se le ha atribuido a Ramón Vinyes en Barranquilla.
Aunque hay reiteraciones en el libro de García Usta, quizá fruto de un desorden en la presentación de los capítulos, el autor se cuida de establecer una innecesaria polémica parroquial entre la etapa de Cartagena y la de Barranquilla. El reproche va contra la atribución de exclusividad que Gilard fomentó al otorgarle al Grupo de Barranquilla un cosmopolitismo que tampoco estuvo ausente del ambiente cultural cartagenero. Cartagena estaba tan cerca o tan lejos de las novedades literarias del mundo como el puerto de Barranquilla. La erudición del nativo Zabala era tan versátil y enriquecedora como la del catalán Vinyes.
Le reclamamos a García Usta que su libro deje para el final la semblanza biográfica de Zabala, algo que el lector espera en capítulos anteriores. El apéndice también es indicio de que el autor no atrapó plenamente en una estructura interpretativa y narrativa lo que pretende demostrar. Pero eso no descalifica ni debilita las tesis fundamentales de su estudio.
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