Del autor

En el año 2003 escribí una columna en el diario La Opinión de Cúcuta criticando severamente la poesía del abogado Pablo Chacón Medina. La respuesta del abogado a mi columna fue una demanda penal por injuria y calumnia en un proceso amañado en el que Pablo Chacón pide una indemnización de 500 millones de pesos y cárcel para el columnista. Además exige que me retracte de mis opiniones académicas sobre su producción literaria. Cosa que no voy hacer. El caso ya cumple cuatro años. Dentro de poco, la juez que lleva el proceso citará a las partes implicadas a una audiencia pública. Allí se hará una valoración del proceso y se dictará sentencia. Para que el lector se forme su propia opinión sobre el caso, este blog brindará toda la información.


El periodismo como cuento



Renson Said

Son pocos los estudios que se han hecho sobre el surgimiento y la importancia histórica que para la literatura significó el periodismo literario. Tampoco se ha valorado es su justa dimensión los aportes de la literatura en el diseño de una plataforma sobre la cual se construyó el edificio estético del periodismo moderno.

Los pocos estudios provienen (como siempre) de las investigaciones que se realizan en las universidades norteamericanas y sus resultados se aceptan como verdad absoluta. John Hollowell, por ejemplo, en su libro Realidad y Ficción, dice que “mientras los novelistas de los años sesenta luchaban por crear formas narrativas más estrechamente ajustadas a la caprichosa realidad social de la vida norteamericana, un grupo de reporteros empezó a experimentar con técnicas de ficción en un esfuerzo por reconcebir el periodismo norteamericano”. Esto podrá ser cierto para el desarrollo de la literatura y el periodismo anglosajón. Pero no para el nuestro.


El problema radica cuando estos postulados son repetidos en las universidades hispanoamericanas sin tener en cuenta nuestra propia tradición, creando, de esta manera, una versión distorsionada de nuestra historia literaria. Se ha dicho (y repetido hasta el hartazgo), que en Estados Unidos el periodismo literario, es decir, la elaboración de reportajes y crónicas combinadas con estructuras narrativas, tuvo su feliz nacimiento con los trabajos de Truman Capote, Norman Mailer y Gay Talese, a mediados de la década del 60 del siglo XX.

Y fue la dictadura ilustrada de Tom Wolfe, la que puso a rodar por el mundo entero esta afirmación completamente falsa. Lo dijo en su libro Nuevo Periodismo (1975) que todavía hoy se sigue considerando una obra de culto para entender la relación promiscua entre el periodismo y la literatura.

Han pasado treinta años desde la publicación de este libro que también ha servido de manual de escritura para muchos periodistas y escritores de nuestro continente. Posee un valor, por supuesto, nada es absolutamente malo, ni absolutamente bueno. Pero el valor de esta investigación a la que Tom Wolfe dedicó muchos años de su vida tiene una importancia para la historia tanto de la literatura como del periodismo norteamericano.

Allí, el autor hace un estudio detallado de las convulsiones sociales que marcaron de forma definitiva la vida cotidiana, política y cultural de Norteamérica en la primera mitad del siglo XX. La realidad que se imponía entonces desbordó la capacidad creativa de los novelistas. La literatura resultó ser inferior frente a la vida. No lograba conmover como lo hacían las noticias de los diarios. Era más interesante lo que pasaba en las calle que lo que sucedía en las novelas. Desde 1963 a 1969, es decir, desde el asesinato de John F. Kennedy hasta la llegada del hombre la luna, sucedieron acontecimientos que nadie, ni el más grande fabulador, hubiera podido concebir.

El escritor Philip Roth, citado por Hollowell, expresa esta frustración:
El escritor norteamericano a mediados del siglo XX tiene las manos ocupadas en tratar de comprender, después describir, y después hacer creíble gran parte de la realidad norteamericana. Causa estupor, enferma, enfurece y finalmente es incluso una especie de desconcierto para la pobre imaginación propia. La realidad continuamente excede nuestros talentos y la cultura casi diariamente saca a relucir figuraciones que son la envidia de cualquier novelista.

Y el periodista, para lograr aprehender al menos una versión de esa realidad descomunal, escribió historias de la vida cotidiana con estructuras narrativas. A esto se le llamó Nuevo Periodismo o Periodismo Literario, una forma de decir las cosas que hace de los temas cotidianos, auténticos y reales, una expresión universal utilizando un lenguaje poético que de la oralidad se abre camino a la escritura.

El periodismo literario, por su naturaleza dual oscila entre la investigación, el trabajo de campo, la documentación y la recreación literaria. El resultado de esta violación sistemática de géneros y disciplinas es un texto creíble (comprobable en la realidad) por su carácter documental e investigativo, y perdurable por su belleza estética.

He venido señalando el desarrollo del periodismo literario en Estados Unidos, los factores que lo determinaron y su importancia en el siglo XX. También dije que la dictadura ilustrada de Tom Wolfe puso a circular la versión según la cual el periodismo literario tuvo su nacimiento en las páginas que escribiera Truman Capote y algunos de sus contemporáneos.

No es así: el periodismo literario es hispanoamericano. Más aún: en el siglo XX el periodismo literario tuvo su edad de oro en Colombia. Y para sorpresa de Tom Wolfe y de algunos críticos norteamericanos, fue en las columnas de prensa de Héctor Rojas Herazo, donde el periodismo y la literatura dejaron su relación promiscua y se constituyó en un matrimonio afortunado y perdurable.

Si bien es cierto que la tradición periodístico literaria en Hispanoamérica comienza con los Diarios de Cristóbal Colón, continúa en las Crónicas de Indias y estalla su florecimientos en la crónica modernista de Darío, Martí y del Casal, es en el silgo XX, con Rojas Herazo, cuando alcanza su mayoría de edad.

Las columnas de prensa de Héctor Rojas Herazo publicadas en el diario El Universal, de Cartagena, en la década de los cuarenta, muestran una vitalidad, una exploración de la cultura caribe, una indagación estilística, una libertad temática y propone una forma de creación muy personal, que investigadores serios, como Jorge García Usta, no duda en considerarlo uno de los verdaderos fundadores de la modernidad periodística en Colombia.

Las columnas de Rojas Herazo, de ese período, son verdaderas obras de estilo, levantadas sobre una estructura narrativa muy superior a la de sus contemporáneos, incluido Gabriel García Márquez, quien aprendió de Rojas Herazo, una sintaxis flexible, con párrafos donde se combinan frases largas y cortas para proponer un ritmo literario a través de símiles poéticos e imágenes fulgurantes. Esto trajo en la prosa de Rojas Herazo la abolición del Muro de Berlín que separaba el lenguaje literario del lenguaje periodístico.

A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos tanto en Colombia como en Estados Unidos (que escribían afectados todavía por el invento del telégrafo, es decir, con frases declarativas, insípidas, donde había que responder en el primer párrafo a las preguntas que, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué) Rojas Herazo hace algo absolutamente novedoso: convierte la columna de prensa en un cuento. Rojas Herazo ha entendido que para expresarse hay que hacerlo ignorando la dictadura académica de los géneros.

En sus columnas confluyen la crónica, el relato, la poesía, la creación de atmósferas propia de la novela, el análisis editorial, el comentario y la arbitrariedad surrealista, para abarcar la totalidad de sus preocupaciones estéticas, construyendo un lenguaje moderno que se distancia de la hegemonía conservadora y decimonónica de la prensa de su época. Rojas Herazo no publicó en vida ningún libro de cuentos. Pero sus columnas de prensa pueden ser agrupadas en este género sin hacerles ningún tipo de modificación. Porque no hay fronteras que separen lo literario de lo periodístico.


Porque cuando se tiene algo que decir, hay que decirlo simplemente, con libertad, sin grilletes ni moldes. La conciencia del lenguaje que tenía Rojas Herazo y sus extraordinarios recursos verbales lo convierte en el gran continuador de la tradición modernista, en un precursor del periodismo literario en Colombia y en un visionario al anticiparse en más de una década a la gran revolución que iban a hacer los norteamericanos. Su obra es experimental y madura y ya es hora de que se le conceda su verdadero puesto en la historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Renson, amigo...tu artículo penetro mi conocimiento sobre el nuevo periodismo y lo moldeo a tu pensamiento. Leer e ingerir que el periodismo literario tiene origenes hispanoamericanos, es de orgullo, es de permitir que nuestras manos hagan magia con la simpleza de los actos.
Gracias por transmitir tan importante informacion, de forma tan bella y completa.

Buena Vibra!!
Un Abrazo.