Del autor

En el año 2003 escribí una columna en el diario La Opinión de Cúcuta criticando severamente la poesía del abogado Pablo Chacón Medina. La respuesta del abogado a mi columna fue una demanda penal por injuria y calumnia en un proceso amañado en el que Pablo Chacón pide una indemnización de 500 millones de pesos y cárcel para el columnista. Además exige que me retracte de mis opiniones académicas sobre su producción literaria. Cosa que no voy hacer. El caso ya cumple cuatro años. Dentro de poco, la juez que lleva el proceso citará a las partes implicadas a una audiencia pública. Allí se hará una valoración del proceso y se dictará sentencia. Para que el lector se forme su propia opinión sobre el caso, este blog brindará toda la información.


La otra costilla del arte

Leo Matiz
Renson Said

Sobrevivió a la furia de un huracán bíblico cuando apenas era un niño. Desde lo alto de un árbol vio cómo las vacas se licuaban en un remolino de árboles, caballos, serpientes y casas enteras. Fue herido en una pierna mientras intentaba registrar en imágenes la embriaguez colectiva de la violencia política.Nació cuando su madre cabalgaba un caballo y por mucho tiempo estuvo convencido de que lo había parido una yegua. Vivió entre los muertos por unos instantes y resucitó para ser el corresponsal gráfico más importante del siglo XX. Recorrió el mundo a pie y fue amigo de pintores, actrices, cantantes, bailarinas, campesinos, trompetistas, políticos, escritores, directores de cine, poetas y mujeres bellas que quedaron cautivadas para siempre con su verbo florido y su talento descomunal.Tuvo 14 esposas, vivió como le vino en gana, cruzó el Atlántico para hablarle de amor a una mujer, lo sorprendió una tempestad apocalíptica en El Salvador el mismo día que se proyectaba la película Lo que el viento se llevó, registró el conflicto árabe-israelí donde fue herido en una pierna y amaneció en un pabellón de quemados en Tel Aviv.

Bebió whisky en un cabaret de Beirut con la voz arenosa de Edith Piaf para exorcizar sus propios demonios interiores, presenció la caída de la dictadura militar venezolana, perdió un ojo en un asalto callejero, construyó con su talento el fresco social de su época a través de su arte sensible y entró a la historia como uno de los 10 fotógrafos más importantes del mundo. Fue un hombre vital y aventurero como Hemingway, hermoso como James Dean y sabio como los antiguos aztecas. Murió en un hospital en 1998 y ese día comenzó a crecer el mito de un hombre al que sólo le faltó realizar el daguerrotipo de Dios.Se trata de Leo Matiz, el fundador. El primero de una raza de reporteros gráficos latinoamericanos que introdujo en su arte la espontaneidad y el relato visual como una prolongación de la memoria.

Una imagen continental

Las fotografías de Leo Matiz no son estáticas. Hay allí un movimiento telúrico, espontáneo, como quien quita la tapa de un volcán para que respire su furia. Y toda la furia de la naturaleza revienta en imágenes que Leo domina para que su arte no se desborde desde su propia grandeza. Su universo estético es una transposición poética de la realidad, una adivinanza del mundo, como decía Gabriel García Márquez que debe ser toda novela.Y nada más parecido a una novela latinoamericana como las fotografías de Leo Matiz. Pero no una novela regionalista, al estilo de las que se escribieron en Colombia a comienzos del siglo XX. Sino como las de García Márquez, donde lo mítico es presentado en su exacta dimensión humana. Y esto es posible porque Leo hace de su registro visual una transposición poética de la realidad. De una realidad múltiple donde lo trágico convive con la esperanza. Como esa casa vieja a punto de caerse y en cuya ventana de palo una niña sentada luce su inconfundible resplandor de inocencia.La sustancia de la que se nutre Leo matiz para la elaboración de su arte supremo es la misma que alimentó las grandes ficciones de García Márquez: su pueblo Aracataca. De ahí que las similitudes entre Cien Años de Soledad y buena parte de la obra fotográfica de Leo Matiz sean fáciles de identificar.



La "aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas"de que habla García Márquez al comienzo de Cien Años de Soledad, abandona el ámbito propio del lenguaje verbal y se convierte en imágenes fulgurantes bajo la lente invasora de Leo Matiz. Las piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos existieron en la realidad mucho antes de que alguien las señalara con el dedo. El arte de García Márquez y Leo Matiz le dio dimensión mítica a un paisaje virgen. A un paisaje al que sólo le faltaba que fuera sometido a los más elevados intereses de la poesía.Los ancianos, los niños desnudos, la ciénaga larga y plateada, el amanecer que estalla en toda su belleza brutal, las matronas del pueblo, las casas carcomidas por el salitre, los hombres mordidos por el paso implacable del tiempo, los pescadores y hasta los niños víctimas de la violencia de los adultos, forman parte de las escenas cotidianas que Leo iba capturando con su lente, como un pescador que lanza al río una red en busca de tesoros. O mejor: como quien lanza un río lleno de tesoros en busca de pescadores.

Es el mismo universo mítico. Y con la misma expresión lírica. Si García Márquez utiliza un lenguaje en el que las cosas son posibles sólo con nombrarlas, en Leo Matiz las fotografías adquieren una dimensión mítica justamente por la precisión de su lenguaje visual. Un lenguaje que puede ser descrito como si estuviéramos hablando de una obra narrativa: expansivo, polisémico, de alto contenido poético y con un gran conocimiento de la composición literaria.Porque Leo Matiz sabe contar historias. Basta sólo echar una ojeada a sus fotografías para darse cuenta del profundo drama humano que hay detrás de cada personaje, de cada situación, de cada gesto, de cada árbol. Alguna vez Gustav Flaubert, el gran novelista francés del siglo XIX, dijo: "Madame Bovary soy yo".


Quería decir que todos los personajes, incluso Bovary, tenían algo de su autor: salieron de su vientre, por decirlo de alguna manera. De la misma forma Leo Matiz podría decir que "La red soy yo", o, la niña de la ventana soy yo, o la ciénaga, o el anciano que espera, o la mujer que camina con un niño a su espalda, incluso los plátanos son Leo Matiz. El artista crea su obra con retazos de su propia vida. Todos los personajes salen de mi corazón, decía Ibsen. En este sentido la mejor biografía de Leo Matiz es su propia obra fotográfica. Quien quiera aproximarse a su vida tendrá que ver primero una galería de imágenes elaborada no sólo con una altísima concepción poética de la realidad, sino que para hacerla más verosímil, Leo utiliza los primeros colores de la creación: la luz y la sombra. La luz ancha y despierta del día. Y la sombra profunda y espesa de la noche virgen.

Hablábamos del lenguaje, que era expansivo. También hay que hablar de los temas: garciamarquianos, sí, pero también matizianos. La preocupación de Matiz siempre fue el hombre en su compleja dimensión. También el hombre fue la preocupación de García Márquez para sus ficciones. Porque la novela es antropocéntrica. No se escriben novelas de animales. Y cuando en una fotografía de Matiz aparece un plátano es para hablar de la compañía bananera que lo explota. Y si en una novela el protagonista es un animal, como en las fábulas de Esopo, es para hablar invariablemente de la condición humana. Leo Matiz es el gran narrador que ha dado América Latina. García Márquez, a su vez, es el fotógrafo prodigioso que logró hacer el retrato exacto de un continente atravesado por la soledad, los mitos y las guerras civiles. Ambos son de Aracataca y conservan una pasión común: contar el cuento completo de la vida cotidiana.

Por eso una exposición de fotografías de Leo Matiz podría entenderse como una lectura visual de Cien Años de Soledad. Cada fotografía corresponde a un pasaje específico de la novela. Y así como la obra de García Márquez tiene una gran influencia del lenguaje matiziano, las fotografías de Matiz pertenecen, por su verdad histórica y documental y por su tratamiento poético, al universo mítico de Macondo.


Vidas paralelas

La relación entre la obra fotográfica de Leo Matiz y la obra literaria de García Márquez va más allá de una simple correspondencia biográfica. De vidas paralelas, como decía Plutarco. No es suficiente que hayan nacido en Aracataca. Que ambos hayan crecido en un pueblo arruinado que conoció el esplendor y la gloria en otros tiempos. Que sus primeros trabajos hayan sido caricaturas. Que escucharan los mismos relatos heroicos de sus respectivos abuelos.


Que el estallido de la violencia política de 1948 haya definido el rumbo de sus preocupaciones artísticas. Que juntos presenciaran la caída de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Que México haya sido el país que los recibió y donde ambos desarrollaron su obra superior en distintas etapas de sus vidas. Nada explica tampoco el hecho simple de que hayan coincidido en el tiempo y en el espacio dos mentes brillantes cuyas obras los convierte en las dos costillas del arte dentro del inmenso cuerpo de la cultura latinoamericana.Lo que aquí importa es el resultado de sus indagaciones. La forma como le dieron salida artística a sus tormentos interiores. La cercanía entre la fotografía y la novela que capturó las imágenes decisivas de un siglo XX en ebullición. Los temas son los mismos porque comparten la misma realidad, la misma cultura y el mismo propósito: hacer de Aracataca la aldea universal de que hablaba León Tolstoi. Y en ese recorrido ambos descubrieron que la fotografía, la literatura y el arte en general, es la única prueba concreta de la existencia del hombre. Y lo único que lo podrá salvar de su propia destrucción.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

oyeeee, que texto tan delicioso. Yo había leído tus columnas políticas pero es más agradable leerte cuando hablas de arte. Realmente me gustó descubrir esta faceta tuya. Buena esa, por tu blog, porque además hay la oportunidad de leer otras cosas tuyas. Te felicito.
Att, la amiga de nany

Anónimo dijo...

Buen ritmo, buena prosa, qué estilo el de este escritor, me recuerda a ciertos cronistas del caribe, como el haitiano René Depreste. Me pregunto si ha leído a Depreste. Quisiera leer más cronicas en este blog que ya recomendé a mis alumnos de la Universidad de San Marcos, Lima, Perú. Saludos Renson.

Anónimo dijo...

HoLA, bueno estoy de acuerdo con algunos de estos comentarios, descubrir al Renson Artista, poeta, el que sabe como mezclar perfectamente, el periodismo y la majestuosidad de la cronica, con la poesia, es muchisimo mas interesante.
Si se dice que POESIA+PERIODISMO es la mezcla perfecta Renson Sais lo sabe perfectamente.
Felicidades,Sabes cuanto te admiro.
Desde San José de Cúcuta...Jessica Ortiz.Poeta.

Anónimo dijo...

No conocía nada de este señor Matiz, pero con esta crónica de renson quedé encarretada. Y ya no sé que es mejor, si García Márquez, Leo Matiz o Renson que escribe tan bien como sus mayores.
Felicitaciones